Castilla y la cruzada en las crónicas de los siglos XII-XIII

Una de las grandes novedades que, desde el punto de vista ideológico y político, nos ofrecen las crónicas de los siglos XII y XIII es la presencia en ellas de un tema tan nuevo y determinante como el de la cruzada. En este sentido, podemos hacernos al menos tres preguntas: ¿Cuándo se produce por vez primera su aparición? ¿Cuándo comienza a condicionar en un sentido u otro el discurso legitimador que las crónicas construyen en torno a la realeza? Y finalmente, ¿cómo evoluciona ese discurso en relación con la idea de cruzada hasta mediados del siglo XIII?


Carlos de Ayala
Universidad Autónoma de Madrid


Arca Santa de la Catedral de Oviedo

¿En qué momento aparece el tema de la cruzada en la cronística castellano-leonesa? 

La toma de Jerusalén y el inicio previo del movimiento cruzado coinciden con un período muy delicado para la monarquía castellano-leonesa, el de la ofensiva almorávide que en 1097 arrolla la resistencia de Alfonso VI en la batalla de Consuegra. La tensión militar ya no cesará hasta el final del reinado en 1109. Y aunque sabemos que el acontecimiento de la convocatoria de la cruzada universal en 1095 y de la toma de Jerusalén en 1099 impactaron en el ánimo de sus súbditos, lo cierto es que el rey no tuvo ocasión de pensar mucho en ello. Los dos testimonios cronísticos más cercanos que contienen biografías de Alfonso VI no reparan en el tema de la cruzada. No lo hace ni el obispo Pelayo de Oviedo ni tampoco el anónimo autor de la Historia Silense.  

Interior de la qubba almorávide de Marrakech. Wikimedia Commons.

En fecha semejante a la de las dos crónicas anteriores, los Anales Castellanos Segundos por vez primera recogen escuetamente la noticia de la toma de Jerusalén, pero sin contextualizarla. Más allá de esta breve anotación, contamos para estas mismas fechas cercanas al 1100 con otros datos significativos que remiten a la realidad jerosolimitana: la tradición del archa sancta de Oviedo y su apertura bajo el reinado de Alfonso VI y la del lignum crucis o reliquia de la cruz de Cristo que habría sido donada al mismo monarca por el emperador bizantino Alejo I Comneno, según información de la primera de las Crónicas Anónimas de Sahagún.  

 En resumen, el impacto de la toma de Jerusalén tuvo una traducción cronística muy limitada en los reinos de Castilla y León; de hecho, no es posible detectar una narrativa propiamente cruzadista durante el reinado de Alfonso VI, lo cual resulta llamativo ya que este monarca, en sintonía con su padre Fernando I, hizo un uso político generoso de los recursos ideológicos de la guerra santa. Aunque también es cierto que la cruzada fue una iniciativa pontificia que reforzaba el programa hegemónico del papa contra el que Alfonso VI se enfrentó enarbolando su título imperial. En este sentido, quizá no le interesó mucho airear el tema. 

Mapa de Jerusalén en la llamada Biblia de la Haya, finales s. XII. Biblioteca Real de Holanda, La Haya KB 76 F5

¿Cuándo y cómo el argumento cruzado comienza a condicionar el discurso cronístico sobre la realeza?  

Debemos situarnos en el reinado de Alfonso VII. Un documento de su cancillería de 1150 proclama sin complejos que Dios y la Sede apostólica, en remisión de sus pecados, le habían encargado regir con justicia las iglesias de Dios. Obviamente tal cosa nunca fue pronunciada por el papa. Es el fruto consciente de una elaboración cancilleresca que pretendía demostrar que la Iglesia debía ser gobernada por el rey, y ello, a los efectos que aquí nos interesan, tenía una consecuencia inevitable: si le pertenecía el gobierno de la Iglesia, también le pertenecía el control sobre sus iniciativas, y la cruzada era una de ellas. Efectivamente, durante el reinado de Alfonso VII la cruzada comienza un lento pero irreversible proceso de hispanización. Es entonces cuando por vez primera vez se introduce en el argumentario propagandístico de la crónica del reinado, la Chronica Adefonsi Imperatoris. 

La crónica fue escrita entre 1147 y 1149. Su autor, probablemente el obispo Arnaldo de Astorga, es ante todo un testigo de su tiempo al servicio del rey, y ese tiempo es el de la cruzada y el de la necesidad de situarla en la base del proyecto político del emperador. Ese proyecto es el de una monarquía capaz de revertir la anarquía de los nobles; que no se halla mediatizada por la Iglesia; que aspira a la hegemonía peninsular; y que está llamada a derrotar al islam. Y todo ello es posible gracias a un liderazgo imperial impregnado de la ideología cruzadista que recorre y da coherencia a todo el discurso cronístico. Cuenta con 4 indicadores: 

  • Acentuación del carácter providencialista de la realeza. El providencialismo en conexión con elementos de salvación, purificación y perdón asociados a la imagen del rey, remite a la idea de cruzada que, no lo olvidemos, es cauce de purificación salvífica. En este sentido, desde el inicio mismo de la crónica encontramos esta idea: Alfonso VII es el instrumento de Dios a través del cual, parafraseando el salmo 73, se materializa la salvación en medio del pueblo cristiano y ello toma forma, por inspiración divina, en el tiempo santo del año jubilar. No es casual que, en aquellas mismas fechas, 1146-1147, san Bernardo estableciera conexiones entre cruzada y jubileo en dos de sus más conocidas cartas de invitación a la “segunda cruzada”. Pues bien, a lo largo de toda la Chronica Adefonsi Imperatoris se lanza un mensaje claro: el rey, poseído por el espíritu de Dios, es instrumento de gracia jubilar y salvación para sus súbditos. 
  • El segundo indicador es el del reflejo en el rey de la imagen del Dios del Antiguo Testamento. Es la del Dios de las batallas –Yahvé Sebaot– que se venga con violencia de los enemigos del pueblo de Israel, pero que, al mismo tiempo, sabe mostrar su rostro de misericordia con las debilidades de los suyos. Venganza y misericordia constituyen un tándem asumido por el autor de la crónica y atribuido a quien en la Península lideraba el combate contra el islam. 
  • El tercer indicador es el significativo subrayado que observamos en lo tocante a la ritualización de la guerra. La guerra siempre ha sido ritualizada, pero teniendo en cuenta que, como expresó el cronista Guiberto de Nogent, fue la cruzada la experiencia más decisiva de apoyo divino que se hubiera producido desde las antiguas guerras de Israel, es evidente que tal sacralización exigía un pautado comportamiento ritual, y eso es exactamente lo que podemos detectar en la Chronica Adefonsi Imperatoris. En ella la guerra y el escenario circunstancial que la rodea se convierte en un “lugar teológico”, un espacio de intensa conexión con el mundo sagrado de la divinidad que facilita las intervenciones milagrosas. Pero es también un espacio que evidencia la fragilidad del hombre que, ante el peligro, acude a la invocación protectora o a la acción de gracias tras la victoria, con cierta frecuencia envuelta en desfiles procesionales. Un espacio, en suma, en que se intensifica la vida sacramental a través de misas y ejercicios de purificación y en el que, de modo nada común en las fuentes hispánicas, hace su presencia la “eulogia” o “pan bendito”, en este caso como recurso último para la salvación del creyente privado de la presencia de un sacerdote que le pudiera administrar la comunión. 
  • El cuarto y último de los indicadores es el de la generosa utilización de recursos bíblicos y la naturaleza de los versículos utilizados. El uso de la Biblia como centón legitimador de la cruzada es un tema conocido. La Chronica Adefonsi Imperatoris recoge un total de 150 citas. Por supuesto adquiere mucha importancia la figura de Judas Macabeo en la reconstrucción idealizada de un rey que encarna valores cruzadistas. En relación con nuestra crónica, prácticamente un tercio de las citas pertenecen a los libros de los Macabeos. Por otra parte, contamos con los pasajes bíblicos que nos remiten a un trasfondo apocalíptico, íntimamente relacionado con la lógica cruzadista. La plaga de langostas, por ejemplo, es un recurso presente en Biblia asociado a horizontes apocalípticos. Pues bien, encontramos en la Chronica Adefonsi Imperatoris la imagen de las langostas para referirse al ejército que Alfonso VII, y también otras imágenes de inequívoco sabor apocalíptico como las “trompetas de la salvación” o las “copas de la muerte”.  

En conclusión, está claro que es con la Chronica Adefonsi Imperatoris cuando por vez primera en el ámbito castellano-leonés aparece con claridad un discurso cruzadista al servicio de la realeza.  

Alfonso VII representado como emperador (segundo por la derecha) en un privilegio otorgado por él mismo. Wikimedia Commons.

¿Después de la Chronica Adefonsi Imperatoris cómo se nos presenta el argumento cruzadista en la cronística castellano-leonesa?

Nos fijaremos en las cuatro crónicas latinas redactadas entre finales del siglo XII y la primera mitad del XIII: la Crónica Najerense, la Crónica Latina de los Reyes de Castilla, el Chronicon Mundi de Lucas de Tuy, y la Historia Gothica de Jiménez de Rada. No iremos más allá porque entendemos que la cronística romanceada alfonsí y post-alfonsí de la segunda mitad del XIII, aunque alimentada por la anterior, se sitúa en parámetros muy distintos, y en una etapa en que la preocupación cruzada tardará en recuperar posiciones.  

De todas formas, no pensemos que las cuatro crónicas a las que acabamos de hacer referencia presentan siempre un discurso muy coherente en relación con el tema que estamos analizando. Por ejemplo, un texto como la Crónica Najerense es prácticamente ajeno al discurso cruzadista. Estamos, ante una crónica redactada a finales del siglo XII, no muy elaborada ni argumentalmente estructurada. Su vinculación con el monasterio de Santa María de Nájera parece bastante probable, pero no tanto su relación con la ideología cluniacense. El autor es fundamentalmente un compilador de crónicas anteriores, no siempre bien trabadas, que tiene una doble preocupación: la de preservar la memoria neogótica de la monarquía castellana, y la de anteponer esta última a cualquier otra formación peninsular, y ello sin descubrirse tampoco una especial vocación de enaltecimiento de la monarquía y de la figura de sus reyes. En este esquema desestructurado y en buena parte desnortado, es muy difícil descubrir la impronta cruzadista. En cualquier caso, aunque se trata de un texto compuesto durante el reinado de Alfonso VIII, su relato se detiene en la muerte de su tatarabuelo Alfonso VI. 

Caso completamente distinto es el de la Crónica Latina. No hace falta insistir en la más que probable autoría de Juan de Osma ni en una datación cronológica, entre 1224 y 1237, resultado de una redacción gradual. Tampoco es preciso volver sobre la indiscutible originalidad de una crónica que, sin llegar al modelo biográfico de la Chronica Adefonsi Imperatoris, abandona la recopilación cronística del pasado para centrarse en un tiempo contemporáneo al del autor, un castellanista con vocación de testigo de acontecimientos que exceden con mucho el marco peninsular. Todo ello da una originalidad al texto en el que, por otra parte, el argumento cruzadista adquiere tono de notable protagonismo.  

Lo hace la propia cruzada de Ultramar. También aparece reseñada la cruzada antialbigense, cuyo líder, Simon de Monfort, es asimilado a Judas Macabeo, y cuyos soldados son calificados como milites Christi. Pero lo que a nosotros realmente nos interesa es la adecuación del entramado cruzadista de la crónica con la realeza castellana, cuya imagen se ve notablemente reforzada y legitimada. Alfonso VIII y Fernando III serán los receptores de este caudal simbólico y a ellos se aplican los principales indicadores cruzadistas que recorren el texto.  

Ambos son descritos con rasgos martiriales, incapaces de ceder al descanso en su permanente celo religioso, y dispuestos siempre a dar la vida por Cristo. Igualmente, ambos monarcas se nos presentan como hombres guiados, cuando no poseídos, por el Espíritu Santo que irrumpe en ellos facultándoles para obrar al margen del consejo o la mediatización humana. Esta situación se asocia en el caso de Fernando III en dos ocasiones al cumplimiento de un voto. Y, además, los dos monarcas otorgan un particular protagonismo a la cruz en sus acciones armadas y en la celebración de sus victorias. 

El autor no ahorra recursos descriptivos a la hora de ambientar el escenario ideológico de la cruzada en el que se desenvuelve buena parte del relato. No faltan alusiones al destino paradisíaco de los cristianos caídos en batalla, o infernal para los infieles, ni tampoco algún milagro como el del pastor que guía al ejército cristiano en la jornada de Las Navas de Tolosa. Tampoco se prescinde de concesiones a la radicalización exterminadora que anima a los monarcas. Estamos ante una cruzada de particular idiosincrasia, una cruzada hispánica en la que el papa brilla por su ausencia, y que, en el pasaje nuclear de Las Navas, se convierte en realidad en cruzada castellana. La ritualización purificadora de los escenarios sacrales recuperados de manos del islam es el colofón de unas acciones guiadas por el celo religioso y por la vindicación del honor de Cristo. 

El discurso es netamente cruzadista, pero en este sentido es, junto con la Chronica Adefonsi Imperatoris, más la excepción que la regla en el panorama de la cronística castellano-leonesa plenomedieval. Ambas obras se caracterizan por desplazar el foco de interés a la contemporaneidad sin concesiones historicistas que redirijan el relato hacia la comprensión de una idea de Hispania en clave neogoticista. Cuando esta última circunstancia se produce los cronistas centran su atención más en la recuperación territorial de una Hispania idealizada que en una confrontación en la que se juega el destino de la Cristiandad. No obstante, esto no significa que ambas realidades argumentales no puedan en cierto modo convivir, y eso es lo que podemos contemplar, aunque en grado diverso, en las otras dos grandes obras de la historiografía castellano-leonesa de la primera mitad del siglo XIII: el Chronicon Mundi de Lucas de Tuy y la Historia Gothica de Jiménez de Rada. 

En efecto, el Tudense es, en general, un hombre poco interesado por el tema cruzado y así lo refleja en su discurso sobre la realeza al menos hasta casi el final de su relato. Su crónica, compuesta en la década de 1230, es claramente leal a las dos referencias que marcan la propia biografía ideológica del autor: el reino y ciudad de León y, sobre todo, la figura de san Isidoro.  

En este sentido la crónica es deudora del discurso neogótico y no encontramos significativas novedades en relación con el tema que nos ocupa hasta que las fuentes conocidas –Historia Silense y Crónica de don Pelayo– dejan de ser el cañamazo sobre el que organiza el relato cronístico. Con el reinado de Alfonso VII comienza a perfilarse de manera más personal el discurso que, desde luego, desconoce la Chronica Adefonsi Imperatoris. Pero el retrato que nos ofrece del Emperador no es, ni mucho menos, el de un rey cruzado. Nos dice que en su tiempo protagonizó todo tipo de acciones victoriosas contra los musulmanes sin que nadie pudiera oponerle resistencia y, de hecho, narra la conquista de Almería sin imprimirle el más mínimo sello cruzadista. Es cierto que inmediatamente después Lucas sí nos proporciona un dato de sacralización bélica propia, en principio, del lenguaje de cruzada, pero que en este contexto obedece más bien al designio leonesista de su propia agenda: la milagrosa aparición de san Isidoro que posibilitó la toma de Baeza en el momento en que las dificultades del ejército cristiano más lo requerían.  

A partir de la muerte de Alfonso VII, en cambio, la crónica inicia una clara deriva cruzadista. Es como si la cercanía de los hechos narrados le impidiera sustraerse al ambiente cruzado que existía en la década de 1230 cuando él redacta su obra. Lo cierto es que esa deriva es gradual, y no muy visible hasta el decisivo episodio de Las Navas, en el que no duda en desplegar lenguaje e ideología cruzadistas: combate por la fe católica, predicación de la cruzada en Francia, jactanciosa pretensión del califa almohade de vencer a los “adoradores de la cruz de Cristo”, signos milagrosos en el escenario de la batalla… 

 La deriva cruzadista se mantiene, aunque con algo menos de intensidad, en lo que resta de la crónica, que se corresponde fundamentalmente con la última fase del reinado de Alfonso IX y el de Fernando III. El cronista se esfuerza por obviar los inevitables desajustes que siempre existieron entre padre e hijo, y la guerra contra el islam se presenta como un buen recurso para ello. En este punto, el cronista se aparta del cruzadismo decididamente hispánico y sin presencia papal que vimos en la Chronica Adefonsi Imperatoris y también en Juan de Osma, y alude expresamente al papel del legado apostólico Juan de Abbeville en la dinamización de la ofensiva contra los musulmanes. 

Con todo, será a la muerte de Alfonso IX, reinando su hijo Fernando en León, cuando la ofensiva adquiera un especial significado político-religioso. Para Lucas de Tuy son los santos de la monarquía leonesa los auténticos y más eficaces mediadores de la gracia de Dios en el combate con los musulmanes. Santiago ya se había aparecido para apoyar las acciones de Alfonso IX sobre Mérida y Badajoz. Ahora, con la unificación castellano-leonesa, el caudal de apoyo celestial a la monarquía se dirigía a favor de Fernando III, quien en vísperas de su victoriosa campaña cordobesa había hecho una solemne promesa –un voto- a san Isidoro, el de hacerle partícipe de una sustanciosa porción de los bienes obtenidos en ella a cambio de ayuda sobrenatural. 

Cenotafio del arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada en el monasterio de Santa María de Huerta. Wikimedia Commons.

El arzobispo don Rodrigo va a ir un paso más allá. En su Historia Gothica convergen de forma más acompasada que en crónicas anteriores la carga historicista del discurso neogótico con la preocupación de una cruzada actual de la que él mismo había sido legado pontificio. En cualquier caso, cuando Jiménez de Rada escribe, y lo hace basándose en Lucas de Tuy y no mucho después que él, el ambiente peninsular está transido del espíritu cruzadista que Fernando III quiso imprimir a la conquista de Andalucía.  

Nos fijaremos, como en el caso del Tudense, en el relato histórico que se inicia con el reinado de Alfonso VII, es decir, en los tres últimos libros de su Historia Gothica, del VII al IX. Percibimos tres fases narrativas en que la intensidad cruzadista varía sensiblemente: 

  • La primera, a lo largo de buena parte del libro VII, es el período de los reinados de Alfonso VII y sus hijos Sancho III y Fernando II. En él la presencia argumental del Tudense resulta bastante evidente y don Rodrigo no hace sino reforzar el discurso goticista. Esta visión conservadora, historicista y claramente continuista propia de la “reconquista”, a veces sí se ve salpicada de ciertos destellos de cruzadismo, concretamente en los pasajes relativos al nacimiento del movimiento almohade y a la aparición de la orden de Calatrava, ambos de alguna manera anuncian y preparan la segunda fase de auténtica eclosión cruzada, dominada ya por la figura de Alfonso VIII. 
  • En esta segunda fase, integrada por los capítulos finales del libro VII y todo el VIII, el arzobispo centra su atención en la idealizada imagen de Alfonso VIII, el gran protagonista de su discurso historiográfico. Es aquí cuando de manera patente cambia el registro de reminiscencias neogóticas que hemos visto en la fase anterior, por el puramente cruzadista, y lo inicia con un acontecimiento especialmente significativo en la biografía del rey: la conquista de Cuenca en 1177, cuando la “fuerza del Altísimo” se apoderó del monarca iniciando entonces el combate por la fe frente a los infieles. Y como no podía ser de otro modo, el arzobispo en seguida centra su atención en la herramienta cruzadista por excelencia: las órdenes militares: la de Santiago, “perseguidora de los árabes” y “defensora de la fe”; y la de Calatrava cuyas austeras pautas de vida permitían a sus miembros consagrarse a la “defensa de la patria”. Esa defensa es un inequívoco índice de la clara hispanización del fenómeno cruzado, mucho más acusada que en relatos cronísticos anteriores y en el que la centralidad de las órdenes militares nacidas en territorio peninsular desempeña un papel de primer orden. Esta hispanización se evidencia de manera especial en el relato central de Las Navas. Allí también vamos a tener oportunidad de resaltar otra de las características específicas del cruzadismo del Toledano: su escaso entusiasmo por dotar a los acontecimientos de parafernalia milagrosa, y es que la fuerza del rey, y naturalmente de sus colaboradores los nobles -no olvidemos la aristocratizante mentalidad del arzobispo- son los factores que explican, con el apoyo de la Providencia, el éxito de las operaciones. Este es el argumento del relato de Las Navas que, arrancando del final del libro VII constituye todo el desarrollo del VIII.  
  • La admiración que el arzobispo sentía por Alfonso VIII y su liderazgo cruzado no es comparable a la mucho menor que dispensa a Fernando III, el rey que le encargó su obra historiográfica. A él dedica fundamentalmente el IX y último libro de su Historia Gothica, que constituye la tercera y última fase de desarrollo narrativo que hemos establecido, y en la que el tono cruzadista vuelve a perder intensidad. Y es que el arzobispo había sido el hombre fuerte de Alfonso VIII, pero no así de Fernando III, que acabó relegándolo políticamente. Lo cierto es que el tono sacralizador de las importantísimas conquistas del rey se rebaja hasta prácticamente bajo mínimos. Los aspectos milagrosos desaparecen del relato y tampoco se aprecia en él en esta fase una presencia acusada de la Providencia. Evidentemente, las tensas relaciones entre rey y arzobispo al final de su vida explican la devaluada figura del rey como caudillo de la cruzada. No olvidemos que el autoritarismo del rey no encajaba en la aristocratizante visión que Jiménez de Rada tuvo siempre del poder como un ejercicio compartido entre el monarca y los notables del reino, y para él solo un rey de estas características podía obedecer plenamente a la modélica imagen del defensor del nombre de Cristo. 

Conclusión

Al comenzar estas líneas nos planteábamos tres cuestiones: cuándo aparece el argumento cruzadista en la cronística castellano-leonesa, cuándo ese argumento empieza a condicionar el discurso de la realeza y cómo fue evolucionando ese discurso hasta mediados del s. XIII. Pues bien: 

  • Antes de la muerte de Alfonso VI y en los años inmediatamente posteriores, el impacto de la cruzada no adquiere consistencia discursiva, más allá de algunas tradiciones aisladas asociadas al archa sancta y al lignum crucis
  • No será hasta el reinado de Alfonso VII y en su Chronica Adefonsi Imperatoris cuando a mediados del siglo XII el argumento cruzadista entre de lleno en el imaginario regio. 
  • A partir de este hito, entre finales de ese siglo y la mitad del XIII, las crónicas de que disponemos nos ofrecen discursos legitimadores de la realeza que se mueven entre la conservadora memoria idealizada de un pasado gótico y la innovadora apuesta de un argumentario típicamente cruzadista: 
  1. La Crónica Najerense se decanta por la primera opción historicista y neogótica que conlleva el acarreo de las correspondientes crónicas anteriores.  
  2. Por contrario, la Crónica Latina, ajena a la lógica goticista, prescinde de la recopilación cronística y ofrece un discurso de la realeza plenamente armonizado por la idea de cruzada.  
  • En realidad, estos dos modelos discursivos no son antagónicos, y así nos lo muestran las dos grandes crónicas redactadas poco antes de mediados del siglo XIII: el Chronicon Mundi de Lucas de Tuy y la Historia Gothica de Jiménez de Rada. La primera, sin duda más fiel al relato neogótico y la comprensión de una Hispania lastrada por ese relato, no rechaza la imagen cruzadista de la realeza, si bien su intensidad no es muy elevada. Por su parte, el Toledano no renuncia tampoco a ninguna de las dos estrategias de legitimación, pero la dosificación de ambas resulta un poco irregular, especialmente la cruzadista, muy intensamente focalizada en Alfonso VIII y menos visible en el monarca reinante en el momento de la redacción de la obra. 

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