El herce, elemento de la cultura material morisca

«Pondrás el reparo de la casa en unos canutos y les cubrirás las bocas con pez; pon uno a la entrada de la puerta de la casa y otro a la entrada de la caballeriza; y, si querrás, ponlo en lo más alto de la casa o en los rincones, todo dentro de la pared». Una práctica bastante difundida entre los moriscos era fabricar y poseer lo que las fuentes de la época denominaban «nóminas de moros», «herces» o «herzes», una palabra que no está en el Diccionario porque es la adaptación del árabe ḥirz, y significa ‘guarda’, ‘protección’; es decir, un ‘talismán’


Ana Labarta
Universitat de València


Detalle de la orla de un herce (CSIC, TNT, caja CI, nº 14)

La cultura –tal como se entiende actualmente– es el conjunto de normas con las que una sociedad regula todas las facetas y aspectos del comportamiento de quienes la integran. Esto incluye los conocimientos, informaciones y habilidades que posee el ser humano, las creencias, costumbres y prácticas, sociales e individuales, públicas y domésticas, y los objetos que forman la «cultura material». Son «cultura» todas las manifestaciones no biológicas; es una particularidad que poseen todas las sociedades, en cualquier lugar y época; sus detalles difieren de una a otra y evolucionan dentro de ella. 

La cultura de las comunidades musulmanas de la península ibérica tenía unas características que se fueron transmitiendo durante generaciones y que en buena parte llegaron hasta la expulsión de inicios del siglo XVII. Algunas de aquellas antiguas pautas se vieron alteradas a partir de la conquista cristiana de cada territorio con la imposición por las autoridades públicas cristianas de superestructuras políticas, sociales, administrativas y fiscales. En fechas posteriores, la presión política, económica y religiosa del grupo dominante intentó modificar más a fondo otros muchos rasgos culturales del colectivo musulmán.  

El día en que lo habitual se volvió delito  

Por efecto de las sucesivas pragmáticas de conversión forzosa, los musulmanes fueron bautizados en masa y pasaron a ser «cristianos nuevos de moro», también llamados «moriscos» por la historiografía moderna. Esto sucedió en 1502 en la corona de Castilla, en 1515 en Navarra y en 1525 en la Corona de Aragón. 

El bautismo marcó un punto importantísimo de inflexión, ya que desde esa fecha quedaron prohibidas todas las manifestaciones religiosas musulmanas, la aplicación de la ley islámica y las instituciones comunitarias inspiradas en ella.  

Bautismo de los moriscos, Felipe Bigarny, Capilla Real de Granada, c. 1521.

Pero la cultura está constituida por muchos más elementos, independientes de la religión y de los aspectos de la vida relacionados con ella. Las autoridades españolas, confundiendo religión con cultura, pretendieron obligar a la comunidad morisca a dejar no solo la religión sino todos sus rasgos propios, sin haberle aportado y hecho asimilar antes unos elementos culturales alternativos apetecibles que sustituyeran a los que se les prohibían; intentaron hacerles adquirir de manera forzosa patrones culturales extraños, que a menudo estaban en contradicción con sus tradiciones.  

A partir del bautismo, no solamente la antigua religión, sino todas las manifestaciones de su cultura pasaron a ser ilegales y sospechosas de herejía: la ropa, las joyas, los alimentos y la manera de prepararlos, cómo celebrar las fiestas, los más pequeños gestos cotidianos. En el colmo del absurdo, se les prohibió hablar en árabe, para muchos la única lengua que conocían, escribir en su alfabeto y tener papeles y libros escritos en ella, fueran de la temática que fueran. La consecuencia fue la que era lógico esperar: no consiguieron su propósito, sino una colección de delitos y procesos. 

Algún tiempo después, en enero de 1563, otra pragmática prohibió a los moriscos valencianos llevar armas y les obligó a entregar las que tuviesen. Esto explica la frecuencia con que, que a partir de entonces, las autoridades los paraban y cacheaban en los caminos, registraban las casas y detenían a quienes hacían maniobras que les parecían sospechosas. De paso, requisaron libros y documentos que estaban guardados en el interior de los arcones, uno de los pocos muebles que había en las casas, en altillos y alacenas, o escondidos debajo de los colchones, y papeles que con cierta frecuencia llevaban encima. 

Esto provocaba, en todos los casos, una denuncia ante la Inquisición, que les abría un expediente en el que se incluían esos documentos como prueba. Los estudiaba luego un experto que comprobaba de qué trataban y dictaminaba si tenían relación con el Islam. 

Papeles y libros  

Los archivos de los diferentes tribunales de la Inquisición han pasado por múltiples desventuras antes de que la mayor parte de sus restos fuera a parar al Archivo Histórico Nacional de Madrid; hay material también en otras Bibliotecas y Archivos y en colecciones particulares. Resulta paradójico, pero hay que reconocer que muchos documentos y papeles viejos y algunos libros se han salvado de la destrucción gracias a que los incautó la Inquisición. 

En otros casos, sus dueños lograron esconderlos en huecos tapiados en la pared donde han aparecido al cabo de los siglos, como sucedió en Pastrana, Ocaña, Sabiñán, Ricla o Uclés. En Almonacid de la Sierra un suelo falso ocultaba más de un centenar de libros y multitud de papeles. Unos estaban en árabe y otros traducidos al aragonés pero escritos con letras árabes (es lo que se denomina «manuscritos aljamiados»). Se encontraron en 1876 y se conservan hoy en la Biblioteca Tomás Navarro Tomás del CSIC (Madrid).  

Todos esos libros y papeles nos aportan una visión directa, desde el interior, sobre determinados aspectos de las comunidades moriscas, que complementan las noticias que se obtienen por otras vías. 

La mayor parte de los volúmenes que tenemos son copias parciales o completas del Corán, instrucciones sobre como llevar a cabo el ritual y tratados sobre derecho islámico, unos temas que resultan muy aburridos para la mayor parte del público actual. Es más atractivo destacar que en Ocaña se encontró un libro árabe que relaciona cada enfermedad con el mal espíritu que la provocaría y da para ellas remedios que mezclan hierbas, pasajes coránicos y fórmulas mágicas. Ha sido traducido con el título de Misceláneo de Salomón y hacia 1630 había otro ejemplar igual, hallado en Pastrana, titulado Sirr al-asrār (Secreto de los secretos).  

De Almonacid procede un códice misceláneo, en aljamiado y árabe, titulado Libro de dichos maravillosos, que agrupa el conocido tratadito de adivinación llamado Libro de las suertes, instrucciones y recetas de magia blanca para los más variados fines, largas plegarias, tradiciones y leyendas musulmanas y muchas cosas más. No se trata de una creación de la época sino de traducciones de originales árabes que eran, a su vez, el resultado de una larguísima tradición de acarreo de materiales. 

El herze 

Una práctica bastante difundida entre los moriscos era fabricar y poseer lo que las fuentes de la época denominaban «nóminas de moros», «herces» o «herzes», una palabra que no está en el Diccionario porque es la adaptación del árabe ḥirz, y significa ‘guarda’, ‘protección’. La vertí en el Libro de dichos maravillosos como ‘talismán’. 

Las fuentes inquisitoriales permiten saber que hubo gente que se dedicaba a escribirlos, ya que a cambio recibían algún dinero, pan o harina, como Joan Zambaroc, un vecino de Buñol que en tres años proporcionó unos treinta a moriscos de los pueblos de alrededor. 

Y el buen número de los que les fueron confiscados y se incluyeron en los expedientes muestra cuáles de las docenas de fórmulas teóricas se usaron realmente. 

Su texto dependía por un lado de la finalidad a la que estuviera destinado y por otro de la pericia de quien lo confeccionara, desde el que se ajustaba al manual de ocultismo, del que sin duda se copió, hasta el que estaba cubierto de garabatos hechos por una persona analfabeta pero espabilada. 

Un canuto en la pared 

Un tipo de herce se colocaba en la casa para protegerla. Las instrucciones para hacerlo se pueden leer en el Libro de dichos maravillosos (folio a, v; modernizo y resumo): «Capítulo de lo que se ha de hacer para poner en la casa para guardarla, que no entre el diablo. Harás un talismán con los conjuros de los ángeles, después pon siete sellos (estrellas de seis puntas) y escribe los pasajes coránicos 1; 7, 54-56; 2, 255-257. Pondrás el reparo de la casa en unos canutos y les cubrirás las bocas con pez; pon uno a la entrada de la puerta de la casa y otro a la entrada de la caballeriza; y, si querrás, ponlo en lo más alto de la casa o en los rincones, todo dentro de la pared». 

En 1590 la Inquisición procesó a una pareja de Beniopa porque se hallaron en su vivienda varios de esos canutos. También han aparecido algunos al derribarse viejas casas o hacer obras en ellas.  

Herce de Gea de Albarracín para la casa de Fath Abennuz (Colección particular. Foto gentileza de Milagro y Amparo Berzosa)

Uno de ellos, encontrado en Gea de Albarracín, tiene la particularidad de indicar que se hizo para Fath Abennuz con el fin de lograr que su casa y tienda fueran frecuentadas y prósperas. Su texto tiene tres partes, delimitadas por filas de letras unidas a una línea de base horizontal, series de «signos con anteojos» y estrellas de seis puntas. Las primeras dos son peticiones para que las gentes acudan en masa a su casa y tienda y la tercera es una larga invocación a Dios para que haga posible lo que se pide. Hay un paralelismo evidente entre lo que describen los versículos coránicos copiados y lo que se desea que suceda, que se relaciona de manera explícita: congregación, reunión, movimiento rápido hacia allí, afecto, simpatía, mirada favorable de la gente.  

El documento recuerda e invoca el poder que tenía Salomón para dominar con ayuda de su sello a los genios, demonios, humanos, animales y fuerzas de la naturaleza. Gracias a ese poder, se quiere conseguir aquí la colaboración de genios y demonios para que movilicen a los humanos. Para obtenerla, se han dibujado las estrellas y símbolos que pretenden reproducir el sello de Salomón. Pero nada es posible en contra de la voluntad de Dios; por ello la tercera parte implora machaconamente la ayuda divina, refiriéndose a la omnipotencia, generosidad y clemencia de Dios. 

Una bolsita en la ropa 

Otro tipo habitual de herce consistía en una una bolsita de tela, cosida y encerada, cubierta a su vez por otra funda de tela mejor y de algún color vistoso. Se llevaba en el bolsillo, colgada al cuello o cosida a la ropa. En su interior había uno o varios papeles escritos y doblados y podía incluir también hojas, semillas y raíces de plantas, granos de pimienta, pedacitos de hierro o plata. El texto se escribía con tinta; en los ejemplares más cuidados se ven varios colores: negro, rojo, verde; algunos están escritos con una tinta amarilla hecha de agua de rosas y azafrán, una sustancia muy apreciada para estos fines, casi invisible. 

No siempre es fácil saber con qué propósito lo llevaba cada uno: cuando se encontraban frente al tribunal de la Inquisición, la mayoría optaba por decir que no era suyo ni lo había visto en la vida. Del relativamente reducido testimonio de quienes admiten haber llevado el herce y explican para qué podemos deducir que la finalidad era de tres tipos: médico, protección y tradición. 

Herce de Hierónimo Pistey. «Herce magnífico para todo lo que quieras de armas, para introducirse ante gobernantes y autoridades en tierra y mar y para el viajero» (AHN, Inq. leg. 554/4) apud Labarta 1982-3, p. 185.

El principal motivo era conservar la salud y sanar o mejorar de algún mal que no siempre especifican: quitar calenturas, curar una rodilla o una dolencia de corazón. Pocas veces su poseedor notó mejoría después de tenerlo: a Pedro Crespi, que era casi ciego, le pareció haber sentido algún alivio, pues antes no veía nada y desde que lo llevaba veía algo, pero lo atribuía a la voluntad de Dios. A Hierónimo Pistey le cesó el dolor que tenía en los muslos desde que se puso uno cuyo título indica que servía para presentarse ante los poderosos y protegía en los viajes. 

Herce de Leonis Benali «por defensa de cualquier arma de yerro y de cárceles y de cualquiera trabajo que se le ofreciese» (AHN, Inq. leg. 549/8) apud Labarta 1982-3, p. 184.

Los peligros de la vida cotidiana eran motivo de intranquilidad. Gracias al herce, Leonis Benali se sentía protegido contra cualquier arma de hierro y cárceles; otro tenía una nómina «que llevándola no le herirían con espada ni con ballesta»; Juan Andrés «había de ser libre de los peligros de los caminos»; y uno tenía la propiedad de que «no le podían pasar las puñaladas aunque se las dieran».  

En el de Aḥmad Carcil, de Vilamarxant (1578), estaba escrito que era para él; tras una retahíla de avisos a los ángeles para que vigilaran y varias citas coránicas, pedía a Dios: «¡Fortifica al poseedor de este escrito mío y controla a su vecino dondequiera que esté! ¡Que no pueda nadie contra él sino Tú!, ¡Oh Dios!». 

Herce de Juan Andrés para ser libre de los peligros de los caminos (Archivo Diocesano, Cuenca, Leg. 208 nº 2402) apud Labarta, 1982-3 p. 187.

Un tercer grupo de moriscos reconoció que llevaba el herce «en observancia de la secta de Mahoma» o «con intención de moro», como símbolo de su pertenencia a la comunidad musulmana, sin pretender ningún logro especial. 

Había herces para que las mujeres embarazadas no abortasen, para facilitar el parto en el momento del alumbramiento, para defender a los recién nacidos contra el mal de ojo causado por la envidia, y para ponérselo a los difuntos entre el sudario para que se les perdonasen los pecados. 

Herce para facilitar el parto; «cuando haya parido, tírenselo luego» (CSIC, TNT, caja CI, nº 5) apud Labarta, 1982-3 p. 189.

El texto del herce constaba en su mayor parte de versículos del Corán. Podía incluir el breve capítulo 112, que manifiesta la creencia en Dios único, o los también breves capítulos 113 y 114 en los que se pide a Dios refugio y protección contra todo mal. Los pasajes se elegían dependiendo del fin que se perseguía, con asociaciones mentales que evocaban el feliz resultado y otras que subrayaban la omnipotencia divina. Figuraban a veces la profesión de fe, oraciones, fórmulas e invocaciones a varios de los 99 nombres de Dios y a los arcángeles (Miguel, Gabriel y otros de nombres más raros). 

Muchos herces se limitaban a ese tipo de citas y se mantenían dentro de la religión islámica más estricta. Los hay con orlas decoradas y con presentaciones gráficas sofisticadas, como el que le requisaron a Caterina Oger, de Favara de l’Abat, procesada en 1583, en el que los textos religiosos forman una estrella de ocho puntas o figuran en el interior y al rededor de una imagen circular multicolor. 

Detalle del herce de Caterina Oger (AUV, Varia 29/4).

Otros se completaban con signos y dibujos incomprensibles de mayor impacto visual: cuadrados mágicos de nueve casillas en que las cifras de todas las filas suman 15 y las ya citadas filas de estrellas, «signos con anteojos» y letras unidas. Estos elementos llevan al terreno de la religiosidad popular, cuando no al del ocultismo.  

Sea como fuere, ortodoxo o heterodoxo, una vez habían sido bautizados, se suponía que los moriscos no debían llevar esos herces. 

¿Qué debían llevar entonces? ¿Cómo iban a ir sin protección? Porque «dijeron los sabios que la persona que va sin talismán en su persona es como la casa sin puerta, que entran en ella todos los que quieren. Y así son las personas sin talismanes para los diablos» (Libro de dichos f. 573 v). 

Para ampliar:

  • Albarracín Navarro, Joaquina y Martínez Ruiz, Juan: Medicina, farmacopea y magia en el ‘Misceláneo de Salomón’ (Texto árabe, traducción, glosas aljamiadas, estudio y glosario), Granada, Universidad, 1987. 
  • Barceló, Carmen y Labarta, Ana: Archivos moriscos. Textos árabes de la minoría islámica valenciana (1401-1608), Valencia, PUV, 2009. 
  • Labarta, Ana: «Supersticiones moriscas«, Awrāq, 5-6, 1982-1983, pp. 161-190. 
  • Labarta, Ana: «¡Vengan todos a la tienda de Fadha bn Nuz!», en Jordi Aguadé, Ángeles Vicente y Leila Abu-Shams (editores): Sacrum Arabo-Semiticum. Homenaje al profesor Federico Corriente en su 65 aniversario, Zaragoza, Instituto de Estudios Islámicos y del Oriente Próximo, 2005, pp. 235-241.  
  • Libro de dichos maravillosos (Misceláneo morisco de magia y adivinación). Introducción, interpretación, glosarios e índices por Ana Labarta, Madrid, CSIC-ICMA, 1993.