Al-Mansur tenía un conocimiento de primera mano de la situación imperante entre las tribus bereberes del Magreb, sus relaciones mutuas, sus divisiones, rivalidades y alianzas, lo que le permitió establecer una relación que impulsaría su progresión política
Xavier Ballestín
Universitat de Barcelona
Contra viento y marea
En el Kitāb Mafājir al-Barbar —“Libro de las glorias de los bereberes”—, compilación magrebí anónima de principios del siglo XIV, se recoge un suceso extraordinario (1).
Se trata de la fulgurante travesía del Estrecho desde Ceuta en dirección a Algeciras de ʿAbd al-Malik, hijo de al-Mansur, el Almanzor de las crónicas latinas y de los terrores del milenio. El navío de ʿAbd al-Malik fondeó en puerto al cabo de sólo tres horas, el martes, 2 de abril de 999, pese a vientos adversos y a las recomendaciones del séquito que le había de acompañar, que permaneció en Ceuta varios días más a causa de un empeoramiento del tiempo, mientras ʿAbd al-Malik no perderá un instante en dirigirse desde Algeciras a Córdoba, específicamente a al-Madinatu az-Zahira, donde, pese a la ausencia de su padre en su quincuagésima incursión, dirigida contra Pamplona, será recibido con todos los honores y toda la pompa, magnificencia y aparato que correspondía a la ocasión, al personaje y a las noticias del Magreb.
Que ʿAbd al-Malik, confiando en su suerte y llevado por su ímpetu, se embarcara sin tener en cuenta ni consejo ni el estado de la mar y del viento, podría, quizás, obedecer a un amor al riesgo y a un exceso de confianza. Aunque no pueda descartarse esta faceta, así como tampoco deja de llamar la atención el tiempo inusualmente corto invertido en la navegación, el quid de la cuestión reside en que ʿAbd al-Malik tenía un interés primordial por hacer llegar a su padre las nuevas de la victoria que había conseguido en el Magreb, no sólo porque significaba el apogeo del ejercicio del poder de al-Mansur y la derrota del único enemigo capaz de plantarle cara en el campo de batalla y en la legitimidad de su ejercicio del poder, Ziri ibn ‘Atiyya, bereber Zanata de la estirpe Magrawa, sino también porque acabaría abriendo la puerta para convertir su ejercicio del poder en una dinastía, al-dawla al-‘amiriyya, legitimada y sancionada por el propio califa. Estos hechos suponen la culminación de una política continua, bien articulada y consciente en la que el Magreb ocupa un lugar primordial y que hunde sus raíces en la historia del propio al-Andalus y específicamente en el califato omeya de Córdoba.
Abuelo, hijo, nieto.
Ibn Jaldun (1331-1406), que dedicó su talento y su experiencia vital en la política, la erudición y la guerra a explicar las modalidades y fases que caracterizaban la creación de poderes políticos, tanto en el ámbito del islam como fuera de éste, distinguió tres etapas nítidas en este proceso, que en su forma ideal se ajustaban a la sucesión de tres generaciones: abuelo, hijo, nieto, o padre que funda, hijo que consolida, nieto que malbarata.
En la primera generación, el creador del poder político —dawla (2)—, y al que llamaremos el abuelo, provisto de una remarcable capacidad de liderazgo —riyasa— y secundado por el círculo de sus partidarios más directos, de los miembros de su linaje —qawm— y de sus seguidores, todos cohesionados por un espíritu corporativo militante y activo —ʿasabiyya—, conquistaba el poder. La prueba de que la conquista había sido efectiva no sólo residía en el ejercicio de la autoridad, sino también en la capacidad de designar a un sucesor, no necesariamente un hijo suyo, aunque fuera el expediente más habitual.
En la segunda generación, el hijo dedicaba toda su capacidad a consolidar el poder recibido, a saber, a perpetuar el ejercicio de autoridad —dawla— en el seno de lo que ya se podría calificar como dinastía. Pese a que el espíritu combativo del hijo, su capacidad y su energía, no quedaban tampoco en segundo término si se comparaban con las de su padre, el titular de la autoridad en la segunda generación presidía un período en que la estabilidad, la recaudación de tributos, la paz, el comercio, la producción, la cultura, las artes y las ciencias conocían su apogeo, y el marco de este florecimiento era la ciudad en que residía el gobernante. No ha lugar a duda de que este hijo, que había sucedido a quien hemos calificado como el abuelo, había de afrontar muchos menos problemas y oposición para designar la persona que tenía que ocupar su lugar ejerciendo el poder político —dawla—, y al que hemos llamado el nieto. De hecho, el titular del poder dedicaba una buena parte de su tiempo a garantizar que aquel a quien designara como heredero en la dawla fuera quien ejerciera el poder a su muerte.
En la tercera generación, tanto el nieto, cuyo acceso a la autoridad había sido indiscutido y directo, como sus seguidores más directos, sus familiares, sus cortesanos y sus funcionarios, habían perdido todos el espíritu corporativo militante y cohesionador —ʿasabiyya— . Esta pérdida, que Ibn Jaldun asociaba al lujo, a las comodidades y a la falta de oposición en el seno de la estirpe gobernante, llevaba a que el poder, que residía legítimamente en el nieto, acabara en manos de personas que no pertenecían a la estirpe gobernante y a que se buscara el apoyo de otros grupos provistos de ese espíritu corporativo combativo y militante, la ʿasabiyya. Y, finalmente, si se llegaba a una cuarta generación se producía la desaparición violenta del poder político y de la estirpe que lo había ejercido —dawla—.
No puedo asegurar que Ibn Jaldun, que no lo declara explícitamente, no estuviera pensando en el califato Omeya de Córdoba. La figura del abuelo, o del padre que funda, se corresponde con la de ʿAbd ar-Rahman an-Nasir li-din Allah, fundador del califato (912-929-961). La figura del hijo, del hijo que consolida, es la de al-Hakam al-Mustansir bi-Llah (961-976). La figura del nieto, el nieto que malbarata, es la de Hisham al-Muʾayyad bi-Llah (976-1009), durante cuyo califato el poder, prosperidad, prestigio y esplendor de al-Andalus conocería su apogeo, que no sobreviviría, desgraciadamente, al califato de Hisham. Y en este caso Ibn Jaldun es explícito: el ejemplo paradigmático y perfecto de la persona que durante la tercera generación ejerce el poder en el nombre del nieto —es decir, Hisham al-Muʾayyad— es al-Mansur. Y, aquí, entre otros grupos y personas, aquellos que le dieron su apoyo incondicional y manifestaron un espíritu corporativo militante y activo estaban los bereberes del Magreb.
Una inspección, un encargo y una urgencia.
La relación de al-Mansur con los bereberes, y la de estos con los Omeyas de Córdoba se han de situar necesariamente durante el califato de Al-Hakam al-Mustansir (961-976), específicamente en el marco de la guerra contra Hasan ibn Qannun (mayo 972-marzo 974) y la sucesión de al-Hakam por su hijo Hisham al-Mu’ayyad, cuestión que marcó, y ensombreció, los últimos años de vida y califato de al-Hakam.
La guerra contra Hasan ibn Qannun, miembro de la estirpe idrisí, descendiente de Idris ibn Idris, el fundador de Fez, y descendiente a su vez de Hasan ibn ‘Ali ibn Abi Talib —nieto del Profeta—, ha de inscribirse en el marco de la pugna entre los Omeyas y los Fatimíes por el control del Magreb. Aunque aquí el estallido de las hostilidades parece corresponder con una coyuntura poco favorable para los partidarios magrebíes de los Omeyas, a los que Hasan ibn Qannun ataca en el Magreb más occidental, hay que incidir en que la condición de idrisí de Hasan, a saber, de miembro de la tribu de Quraysh, su arraigo en el Magreb y su capacidad de lucha y de liderazgo hacen de su ataque un desafío directo a la legitimidad de los Omeyas, a sus partidarios en el Magreb y a su dominio. Al-Hakam entiende perfectamente la amenaza, no en vano un primer enfrentamiento se salda con la muerte de 1500 soldados del ejército regular andalusí enviado al Magreb, y dedica todos sus recursos para movilizar, por un lado, armas, ejércitos, suministros y soldadas, por el otro, obsequios y una cantidad de monedas, objetos de lujo, obsequios preciosos y tejidos primorosos de seda que, por un lado, han de servir para sufragar la guerra, por el otro, han de servir para premiar y reintegrar en la obediencia omeya a los principales jefes de las tribus, confederaciones y comunidades del Magreb, empezando por los propios parientes de Hasan ibn Qannun, que en su fuero interno saben que el triunfo de Hasan atenta contra sus intereses y contra su prestigio entre los bereberes que les obedecen.
En el transcurso de esta guerra, al-Mansur, que aún es un servidor de la administración omeya y que es conocido como Muhammad ibn ‘Abd Allah ibn Abi ‘Amir, será enviado por el califa al-Hakam al Magreb para que se haga cargo de inspeccionar los pagos al ejército, de supervisar si las instrucciones emanadas desde Córdoba son cumplidas y para comprobar que los jefes bereberes a los que se ofrece obsequios de lujo para que abandonen a Hasan ibn Qannun, para que renueven su compromiso con los Omeyas, o para que entren por primera vez en su obediencia, reciban los regalos de forma proporcionada, de tal forma que nadie pueda sentirse ni ofendido ni despreciado por la calidad o cantidad de objetos recibidos. De este cometido no se conserva, desgraciadamente, información detallada acerca de si existía algún baremo, norma o método, o protocolo, que fijara cómo dichos regalos habían de ser distribuidos. Sólo se sabe que Ibn Abi ‘Amir cumplió con creces la inspección encomendada y que —y este era el objetivo de dicha política— Hasan ibn Qannun, después de resistir a los ejércitos omeyas, se encontró abandonado a su suerte con sus seguidores más combativos e irreductibles y se vio obligado a capitular en la irreductible fortaleza de Hayar al-Nasr.
Al-Hakam al-Mustansir venció a los idrisíes, los trasladó, aunque fuera en régimen de jaula dorada, a al-Andalus, y los humilló públicamente en las recepciones que organizó en al-Madinatu al-Zahra’, la ciudad construida por su padre ‘Abd ar-Rahman an-Nasir y en la que celebró su triunfo en pleno aparato y majestad. Hasan ibn Qannun llegó a al-Andalus acompañado de sus seguidores más aguerridos y combativos, que coincidieron en Córdoba con otros bereberes del Magreb, aunque en este caso desvinculados de los idrisíes y que se habían distinguido en la lucha contra los fatimíes: los Banu Birzal de los Zanata y los seguidores de Yaʽfar ibn ‘Ali ibn Hamdun, que había abandonado a los fatimíes y se había refugiado en al-Andalus.
Ibn Abi ‘Amir recibió poco después el encargo de la inspección del cuerpo permanente de soldados profesionales, con la que al-Hakam le invistió cuando el califa preveía, justamente, que a su muerte su único hijo superviviente, Hisham, sería un menor de edad y que, aunque nadie osara poner en duda su voluntad mientras viviera, pese a encontrarse postrado por la enfermedad, podía contar con que alguno de sus familiares, con el apoyo de altos funcionarios y cortesanos, depusiese o matara a su hijo a la primera ocasión en cuanto al-Hakam falleciera. En este sentido, pues, la misión de Ibn Abi ‘Amir, y con él la de Yaʽfar ibn ʿUthman al-Mushafi, que disfrutaba de la absoluta confianza del califa, estribaba en conseguir que los seguidores de Hasan ibn Qannun, y con ellos los Banu Birzal y los servidores de Yaʽfar ibn ʿAli, fueran inscritos en el registro de soldados profesionales del ejército regular y que quedaran vinculados a al-Hakam al-Munstansir, y después de él, a su hijo Hisham y a quienes ejercieran el poder en su nombre: en primer lugar, Yaʽfar ibn ‘Uthman al-Mushafi, y posteriormente, hasta su muerte en 1002, Ibn Abi ‘Amir, conocido a partir de 981 como al-Mansur.
Con este vínculo, que no se ha de entender desde la perspectiva del establecimiento de relaciones clientelares o personales, sino desde la óptica del servicio remunerado a la dawla de los Omeyas, adquiere inteligibilidad a progresión de Ibn Abi ‘Amir desde la muerte de Al-Hakam en 976 hasta que consiguió ejercer el poder en exclusiva en el nombre de Hisham al-Mu’ayyad, hijo de al-Hakam, y se otorgó el título de al-Mansur.
Se trataba de crear, en un primer estadio, un cuerpo de combatientes de primera clase cuya obediencia, respeto y servicios estuvieran vinculados únicamente a quien, entre la multitudinaria familia Omeya en al-Andalus, gobernaba el occidente musulmán. Que se escogiera para este cometido a antiguos enemigos, como los combatientes bereberes llegados a Córdoba con Hasan ibn Qannun, a fugitivos del área de influencia fatimí en el Magreb, como los seguidores, partidarios y séquito de Yaʽfar ibn ‘Ali ibn Hamdun, en su mayoría bereberes del Magreb central, y a tribus bereberes que no se habían distinguido por su fidelidad ni a los principios de la sunna omeya ni a los principios de la šīʿa ismaelí de los fatimíes, como los Banu Birzal de la confederación Zanata, asentados mayoritariamente en el Zab, en la región de al-Muhammadiyya (Msila, al-Masila) no era un problema. Las ventajas eran innegables, ya que el único vínculo que acabó uniendo a grupos tan dispares fue su servicio, no a la estirpe omeya, sino al califa, y a quien lo representara en su ejercicio del poder.
Todos los textos insisten en la competencia, savoir-faire, habilidad y sentido de la oportunidad de Ibn Abi ‘Amir, que podrían explicar su éxito tanto en la inspección de las pagas y obsequios distribuidos en el Magreb durante la guerra contra Hasan ibn Qannun como en vincular a un heterogéneo y combativo grupo de jinetes bereberes a la sucesión de al-Hakam por su hijo, el menor Hisham, pero ambas misiones requerían un conocimiento de primera mano de la situación imperante entre las tribus bereberes del Magreb, sus relaciones mutuas, sus divisiones, sus rivalidades y sus alianzas, complejas e imbricadas en el tejido clánico de las jefaturas tribales y comunitarias del Magreb. No se sabe como adquirió este conocimiento, pero la relación con los bereberes del Magreb impulsaría la progresión política de al-Mansur
Siyilmasa
El 6 de mayo de 978, según consta en la página 239 del primer volumen del Kitab al-Bayan al-Mugrib de Ibn ‘Idhari, o bien entre marzo y abril de ese mismo año, si se sigue el anónimo Kitab Mafakhir al-barbar, Jazrun ibn Fulful ibn Jazar ibn Muhammad ibn Jazar ibn Hafs ibn Sulat ibn Wazmar, un miembro destacado del clan bereber de los Banu Jazar Magrawa de la confederación Zanata, atacó la ciudad de Siyilmasa, la expugnó, mató a al-Muʽtazz, su gobernante, y envió noticia de su conquista a Ibn Abi ‘Amir, a quien informó de que la plegaria hebdomadaria del viernes —jutba— en Siyilmasa y el país que la circundaba se hacían en nombre del Hisham al-Mu’ayyad, el nuevo califa omeya de Córdoba.
La noticia llegó a Córdoba poco después de que Ibn Abi ‘Amir, que aún no se había otorgado el título honorífico de al-Mansur, recibiera del califa Hisham al-Mu’ayyad, debidamente aconsejado por su madre Subh, la dignidad de hayib —chambelán, camarlengo—, que le facultaba a dirigir la administración civil de la dawla de los omeyas y a regir la gestión de los ministros, cargo que recibió en exclusiva a partir del 26 de marzo de 978.
La conquista fue interpretada como un venturoso y extraordinario auspicio para los inicios de la carrera de al-Mansur, a la vez que supuso una afrenta sangrante y una ignominia inaceptable para los fatimíes. De hecho, ‘Abd Allah al-Mahdi, el primero de los imanes fatimíes, irreconciliables enemigos de los Omeyas y sus rivales directos en el Magreb, fue aclamado y proclamado por sus seguidores y por los bereberes Kutama en la ciudad de Siyilmasa, el domingo del 27 de agosto de 909, en una ceremonia que duró tres días y que supuso el nacimiento de una nueva dinastía.
La reacción de los fatimíes y de sus seguidores bereberes de la confederación Sinhaya fue rápida, violenta y devastadora, liderada por Buluqqin ibn Ziri ibn Manad, un acérrimo enemigo de los Omeyas y de sus partidarios magrebíes, pero en última instancia sólo sirvió para reforzar la cohesión de los bereberes Zanata y para que una parte de estos, auxiliados con refuerzos, armas, dinero y provisiones trasladados a Algeciras por Ibn Abi ‘Amir y trasladados a Ceuta por Yaʽfar ibn ‘Ali ibn Hamdun, aprovechara la ocasión para inscribirse en el registro de soldados profesionales del ejército permanente de los Omeyas e instalarse en Córdoba.
Aunque las circunstancias en que se produjo el ataque de Buluqqin ibn Ziri podrían explicar un incremento puntual en el número de bereberes inscritos en el registro del ejército, hay que incidir en que aquellos que permanecieron en el Magreb eludiendo a Buluqqin, o refugiados en Ceuta, o esperando la oportunidad para contraatacar, habían sido objeto previamente de la política de obsequios de lujo, regalos espléndidos, armas primorosas, tejidos de seda, arreos magníficos y regias cabalgaduras que les eran otorgados, por una parte, como símbolo y espaldarazo de su propia jerarquía y prestigio entre sus comunidades y tribus, por otra, como prueba y garantía de su integración en la jerarquía de autoridad de los Omeyas de Córdoba —jil‘a—. Esta política, practicada durante la guerra contra Hasan ibn Qannun, fue llevada a sus últimas consecuencias por Ibn Abi ‘Amir al-Mansur y garantizó su triunfo en la creación de la dawla ʿamiriyya, aquel período de poder y autoridad asociado a él y a sus descendientes, en el que el poder del Califato de Córdoba llegó a su clímax.
Y volviendo al Estrecho, al espacio marítimo entre Algeciras y Ceuta, atravesado por ‘Abd al-Malik en un tiempo record. En lengua árabe y entre los andalusíes y magrebíes la palabra usada para referirse a este espacio era muyaz, que significa el lugar por el que se pasa, por extensión, el paso, en este caso siempre abierto, siempre libre, siempre expedito.
Notas:
(1) Kitāb Mafājir al-Barbar, editado parcialmente por Évariste Lévi-Provençal Fragments historiques sur les Berbères au Moyen-Âge. Extraits inédits d’un recueil anonyme compilé en 712-1312 et intitulé Kitab mafakhir al-barbar (Collection de Textes Arabes publiée par l’Institut des Hautes-Études Marocaines). Texte arabe publié avec introduction et index par E. Lévi-Provençal (Editions Félix Moncho: Rabat, 1934), página 34. Fue reeditado íntegramente, junto con otros textos del mismo manuscrito, por Muhammad Yaʿlà en la compilación Tres textos árabes sobre beréberes en el Occidente islámico. Ibn ‘Abd al-Ḥalīm (s. VIII/XIV) Kitāb al-ansāb, Kitāb mafājir al-barbar (Anónimo), Abū Bakr ibn al-ʿArabī (m. 543/1149) Kitāb šawāhid al-yilla, (Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Agencia Española de Cooperación Internacional: Madrid, 1996), páginas 169 y 170. La reedición más reciente es la de ʿAbd al-Qādir Bubaya en Kitāb mafājir al-barbar li-muʾallif mayhūl. Dirāsa wa-taḥqīq: ʿAbd al-Qādir Būbāya (Dār Abī Raqrāq li-l-ṭibāʿa wa-l-našr: Ḥassān al-Ribāṭ, 2005), página 124.
(2) Dawla aparece en este texto en su acepción más genérica de dinastía y engloba también el concepto de poder y de autoridad política ejercidos en un ámbito temporal y geográfico que varía a medida que el ejercicio de la autoridad se afirma, se consolida y, finalmente, desaparece o es sustituido. Hay que remarcar también que la voz griega δυναστεία, de la que proviene dinastía, significa ejercicio de poder, poder político, influencia, el poder de un grupo. Vid. http://dge.cchs.csic.es/xdge/δῠναστεία.
Para ampliar:
Fuentes
- Anónimo Fragments historiques sur les Berbères au Moyen-Âge. Extraits inédits d’un re- cueil anonyme compilé en 712-1312 et intitulé Kitab mafakhir al-barbar, Ed. Lévi-Proven- çal, Rabat, 1934; Tres textos árabes sobre beréberes en el Occidente islámico. Ibn ‘Abd al-Ḥalīm (s. VIII/XIV) Kitāb al-ansab, Kitāb mafājir al-barbar (Anónimo), Abū Bakr ibn al-ʿArabī (m. 543/1149) Kitāb šawāhid al-yilla, ed. M. Ya‘Lā, Madrid, 1996, 136.
- Ibn ʿIdhārī, Kitāb al-Bayān al-Mugrib fī ajbār al-Andalus. Ed. É. Lévi-Provençal y G.S. Colin, Leiden, 1948-1951, reed. I. ʿAbbās, Beirut.
- Ibn Jaldūn, Dīwān al-mubtadāʾ wa-l-jabar fī ta’rīj al-ʿarab wa-l-barbar wa-man ʿāṣara-hum min dhawī al-šaʾn al-akbar. I. Al-Muqaddima, II-VII. Ta’rīj, VIII. Fahāris, ed. S. Zakkār y J. Šihāda, Beirut, 1981.
Monografías
- Ballestín, X., (2004) Al-Mansur y la dawla ‘amiriyya. Una dinámica de poder y legitimidad en el Occidente musulmán medieval. Publicacions i Edicions, Universitat de Barcelona, Barcelona, 2004.
- Ballestín, X., (2008) “La guerra contra Ḥasan b. Qannūn en al-Magrib y el futuro de los Banū Marwān”, en La Península Ibérica al filo del año 1000. Congreso Internacional Almanzor y su época Coord. José Luis Del Pino García (Córdoba, 14 a 18 de octubre de 2002), Córdoba, 2008, pp. 495-507.
- Ibrahim, T., (1990) “Consideraciones sobre el conflicto omeya-fatimí y las dos acuñaciones conocidas de al-Jair ibn Muhammad ibn Jazar al-Magrewi”, Boletín de la Asociación Española de Orientalistas, XXVI, 1990, pp. 295-302.
- Idris, H.R., (1962) La Berbérie orientale sous les Zirides. Xe – XIIe siècle. (Publications de l’Institut d’Études Orientales. Faculté des Lettres et Sciences Humaines d’Alger, XXII), Adrien-Maisonneuve, Paris, 1962, 2 vols.
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