El emirato de Ibn Mardanīš: un periodo de esplendor político y cultural en el levante andalusí

Ibn Mardanīš, el «rey lobo» de las fuentes cristianas, llevó Murcia a su máximo esplendor político y cultural, estableciendo en ella su residencia. A diferencia de otros reinos de taifas, los cuales fueron acatando progresivamente el dogma almohade, el šarq al-Andalus siguió manteniéndose como reino independiente frente al avance de los unitarios, encontrándonos a partir de ahora con dos realidades antagónicas. Por un lado, el occidente andalusí (garb al-Andalus), el cual pasó a formar parte del nuevo califato almohade y donde Sevilla se convirtió en la capital andalusí del imperio, junto con Marrakech en el norte de África. Y, por otro, el šarq al-Andalus, en el que vamos a centrar nuestra atención


Ignacio González Cavero
Universidad Autónoma de Madrid


Vista axial del jardín interior del Castillejo de Monteagudo. Reproducción de Antonio Almagro Gorbea.

Tras la caída de los primeros reinos de taifas (mulūk al-ṭawā’if) a finales del siglo XI al-Andalus pasó a formar parte del imperio almorávide, unificándose así ambas orillas del Estrecho. Sin embargo, en este contexto se fueron sucediendo una serie de acontecimientos históricos durante el segundo cuarto del siglo XII que supusieron el debilitamiento del estado norteafricano y la fragmentación de esta unidad territorial, política y religiosa con la aparición, una vez más, de un nuevo escenario de taifas. Nos referimos, en primer lugar, a la amenaza cristiana de las tropas castellanas y aragonesas, lo que conllevó un aumento de impuestos a la población andalusí por parte del gobierno almorávide para reforzar dichas campañas militares y, por consiguiente, un descontento generalizado de esta última. En segundo lugar, las disputas internas derivadas de la mala convivencia entre almorávides y andalusíes. Y, finalmente, el surgimiento y expansión por entonces de una nueva dinastía en el norte de África, la almohade (al-muwaḥḥid). 

La formación de los segundos reinos de taifas: el šarq al-Andalus 

Entre los diferentes reinos que participaron de esta realidad, y tras una serie de sucesos que se desarrollaron en un corto espacio de tiempo, cabe destacar hacia finales de 1145 el formado por Valencia y Murcia en el levante andalusí (šarq al-Andalus) bajo el gobierno del capitán valenciano Abū Muḥammad ‘Abd Allāh b. ‘Iyāḍ, declarándose independiente en febrero de 1146 y a quien debemos la elección de la capital de este nuevo reino independiente en Murcia.  

Tras la muerte de Ibn ‘Iyāḍ en agosto de 1147, y por decisión expresa de este último según nos confirma ‘Abd al-Wāḥid al-Marrākušī, le sucedió el antiguo gobernador de Valencia Muḥammad b. Saʽd b. Mardanīš (1147-1172) ‒el llamado “rey Lobo” o “rey Lope” en las fuentes cristianas1‒ en un momento en que las tropas del nuevo movimiento surgido en el Anti-Atlas magrebí cruzaban el Estrecho. A diferencia de otros reinos de taifas, los cuales fueron acatando progresivamente el dogma almohade (tawḥīd), el šarq al-Andalus siguió manteniéndose como reino independiente, esta vez frente al avance de los unitarios, encontrándonos a partir de ahora con dos realidades antagónicas. Por un lado, el occidente andalusí (garb al-Andalus), el cual pasó a formar parte del nuevo califato almohade y donde Sevilla se convirtió en la capital andalusí del imperio, junto con Marrakech en el norte de África. Y, por otro, el šarq al-Andalus, en el que vamos a centrar nuestra atención.  

En este sentido, fue precisamente Ibn Mardanīš quien llevó Murcia a su máximo esplendor político y cultural, estableciendo en ella su residencia. Partiendo de los diferentes estudios que se han ocupado sobre esta figura, Ibn Mardanīš nació en Peñíscola en el año 1125-1126, cuya familia pudo haber tenido un origen cristiano2. Además de adoptar muchas de las costumbres cristianas, contó entre sus tropas con ejércitos castellanos, navarros y catalanes e, incluso, estableció diferentes pactos de alianza con los reyes cristianos, particularmente con el reino de Castilla3. A esto hay que añadir el apoyo y colaboración que encontró en Ibrāhīm b. Hamušk ‒también con ascendencia cristiana según recoge la historiografía tradicional de Ibn al-Jaṭīb (1313-1374) ‒, quien ostentaba el señorío de Segura de la Sierra y con cuya hija se casó el emir murciano. 

Defensor de la sunna y de la escuela jurídica mālikī (matiz claramente antialmohade), Ibn Mardanīš se opuso al nuevo dogma almohade, reconociendo al mismo tiempo al califa abasí de Bagdad. Si bien es cierto que los enfrentamientos entre Ibn Mardanīš y los unitarios fueron la tónica general del tercer cuarto del siglo XII ‒como describe pormenorizadamente el cronista de la corte almohade Ibn Ṣāḥib al-Ṣalā (m. después de 1198) en su Al-Mann bi l-imāma (Don del imamato)‒, tenemos que esperar hasta diez años más tarde de la entrada de las tropas almohades en la Península en verano de 1147 para encontrarnos con los primeros enfrentamientos entre el gobierno de Ibn Mardanīš y el almohade, realidad motivada, posiblemente, por el deseo común de consolidar su posición en al-Andalus. Y es en este contexto del tercer cuarto del siglo XII cuando el emir murciano llevó a cabo un amplio programa constructivo en la capital de su reino hasta su muerte en 1172, momento en que el šarq al-Andalus pasó a incorporarse al gobierno almohade. 

Mursiya. Capital del šarq al-Andalus 

A pesar de los escasos datos documentales que disponemos sobre aquellas manifestaciones artísticas derivadas de este periodo, las investigaciones iniciadas en los años 80 por Julio Navarro Palazón y Pedro Jiménez Castillo han sido decisivas para conocer esta realidad. Respecto al origen del ámbito oficial palatino de la ciudad de Murcia, la historiografía tradicional ya lo emplazaba en su sector meridional, lugar donde se levantó el antiguo alcázar islámico o Qaṣr al-Kabīr (Alcázar Mayor). Así lo evidencian algunos restos materiales de su trazado que han llegado hasta nosotros y de cuyo aspecto podemos hacernos una idea a través de la representación que aparece en el anverso del sello concejil de la ciudad, otorgado por Alfonso X. 

Dibujo de la muralla de la ciudad musulmana de Murcia y ubicación del Alcázar Mayor. Wikimedia commons 

En lo que concierne a la documentación escrita, la primera referencia que tenemos hasta la fecha sobre el alcázar es del último cuarto del siglo XI, con ocasión de la anexión de Murcia a la taifa sevillana de al-Muʽtamid (1069-1091)4. Pero no será hasta el segundo cuarto del siglo XII cuando nos lo encontremos de nuevo citado en el momento en que, como hemos podido adelantar, el capitán valenciano Ibn ‘Iyāḍ se alzó en Murcia en octubre de 1145. 

Sin embargo, no disponemos de ninguna noticia documental sobre el alcázar durante la época de su sucesor Ibn Mardanīš, lo que no exime que este ámbito palatino fuese utilizado por él y su corte5 e, incluso, que se hubiese realizado algún tipo de intervención en él. De esta forma se puede constatar en los hallazgos de un oratorio privado y un enterramiento localizados en el sector meridional del que fue el recinto del Qaṣr al-Kabīr, en las inmediaciones de la actual iglesia de San Juan de Dios. 

En cuanto al primero de ellos, el cual cuenta con una superficie de 35m2, se pudo recuperar parte del muro de qibla y el arco de ingreso al miḥrāb de tradición califal. Aunque no existe un consenso por parte de los diferentes especialistas en fechar este último, su ornamentación a base de motivos vegetales y cenefas formadas por círculos inscritos responden a la pervivencia de un lenguaje artístico andalusí durante época taifa, almorávide y mardanisí. Incluso se ha llegado a comparar el empleo de los colores azul, rojo, amarillo y negro con la decoración que podemos contemplar en las adarajas de la Dār aṣ-Ṣugrà (Casa Menor) de Murcia, como tendremos ocasión de comentar. 

La rosca del arco de acceso ‒en el que se puede distinguir el perfil lobulado del trasdós‒ está compuesta por la alternancia de dovelas lisas y en relieve con formas vegetales inscritas en roleos, caracterizándose las primeras por poseer un fondo rojo, azul y negro sobre el que se dibujan los motivos señalados. Por su parte, el intradós aparece profundamente decorado a través de ataurique y figuras de estrellas de ocho puntas. Por lo restos conservados el nicho, de planta cuadrangular, estaría delimitado por cuatro arcos murales que sustentan una cúpula gallonada a través de pechinas, en cuyos elementos arquitectónicos se repite esa decoración de las dovelas del arco de ingreso. 

Arco de ingreso al miḥrāb. Oratorio palatino del Alcázar Mayor de Murcia. Conjunto Monumental de San Juan de Dios, Murcia. Fotografía de Ignacio González Cavero.
Detalle del interior del nicho del miḥrāb. Oratorio palatino del Alcázar Mayor de Murcia. Conjunto Monumental de San Juan de Dios, Murcia. Fotografía de Ignacio González Cavero.

El hallazgo de esta mezquita, que contó con una techumbre de madera, constituye un modelo más que añadir a las diferentes tipologías de oratorios palatinos conservados en al-Andalus, cuyos ejemplos más claros los tenemos en la Aljafería de Zaragoza, la capilla de Belén ‒en el antiguo convento de Santa Fe de Toledo‒ e, incluso, en la Alhambra de Granada, con el oratorio de Comares, la mezquita del Mexuar o la del Partal. Todo ello nos conduce a plantear, de manera hipotética, una posible evolución constructiva de la qubba del siglo XI a la planta rectangular nazarí, pudiendo enmarcar el oratorio murciano como parte de este proceso.

A los pies del oratorio murciano se levantó, en un momento posterior, un enterramiento familiar que contaba con un área cuadra de unos 14 m2. Las intervenciones arqueológicas llevadas a cabo en este ámbito funerario (rawḍa) sacaron a la luz nueves sepulcros (tres de adultos y seis de niños) vinculados, posiblemente, con la familia de Ibn Mardanīš. El hecho de haber sido el emir murciano quien llevó a Murcia a su época de mayor esplendor podría justificar su deseo de enterrarse en un lugar privilegiado, es decir, en el alcázar de la ciudad. Es más, el hallazgo en estos sepulcros de un sudario de hilos de oro y un pendiente, también de oro, evidencia que nos encontramos ante los restos de una familia de gran prestigio.

Detalle del área de enterramiento. Conjunto monumental de San Juan de Dios, Murcia. Fotografía de Ignacio González Cavero.

Este recinto aparece dividido por la zona de enterramiento propiamente dicha y, en su sector meridional, por un lugar reservado para la ceremonia de inhumación, formado por un andén en altura con pilar central de ladrillo que puedo haber sustentado algún tipo de cubierta y al que se accedería desde el oratorio. Pero la existencia de un ámbito funerario en el recinto del alcázar no debe resultarnos extraña pues, a pesar de la prohibición contenida en los hadices de construir cualquier tipo de edificación sobre o en las inmediaciones de las tumbas, muchas mezquitas albergaron en su interior o en sus dependencias adjuntas los cuerpos de personajes de gran relevancia que, en ocasiones, tuvieron algún tipo de relación con estos edificios. Esto no ocurre solo en el caso murciano, sino cabe recordar también al rey Bādīs b. Ḥabūs (m. 1073), enterrado en la mezquita palatina de Granada, o cómo los tres primeros califas almohades fueron inhumados, según las fuentes documentales, en la mezquita de Tinmāl. 

Vinculada con este momento de gran esplendor impulsado por el emir Ibn Mardanīš se encuentra la antigua Dār aṣ-Ṣugrà, ubicada en la extensa área que conformó el arrabal murciano de la Arrixaca, concretamente en el lugar donde hoy se levanta el monasterio de Santa Clara la Real de Murcia. Un palacio que, durante el segundo cuarto del siglo XIII, fue destruido para construir en su lugar uno nuevo que en la documentación escrita se conoce con el nombre de «Alcacer Ceguir», o en árabe Qaṣr as-Ṣagīr (Alcázar Menor), el cual fue donado en el año 1365 por Pedro I a la Orden de las Claras. 

Centrándonos en la Dār aṣ-Ṣugrà, la primera vez que aparece documentado este palacio es en el año 1145, bajo el gobierno del ya citado Ibn ‘Iyāḍ, como una residencia palatina de carácter secundario frente a la importancia que tuvo el Alcázar Mayor de Murcia como residencia principal. A pesar de que no contamos con más referencias textuales al respecto, todo ello indica la existencia de este palacio con anterioridad al surgimiento de los segundos reinos de taifas y, por consiguiente, al emirato de Ibn Mardanīš. Las intervenciones realizadas por Julio Navarro Palazón en los años 80 en el actual monasterio de Santa Clara la Real de Murcia, sacaron a la luz los restos arquitectónicos de un jardín de crucero, concretamente el área de intersección de los andenes por donde discurrían unos canalillos provistos de agua, y que según los especialistas pudo haber contado con un pabellón central cubierto por una cúpula y abierto en sus cuatro frentes por una triple arquería sobre columnas y pilares angulares. 

Incluso las campañas arqueológicas dirigidas posteriormente por Indalecio Pozo Martínez permitieron completar parte del trazado que, en su día, nos dio a conocer Julio Navarro Palazón y cuyas investigaciones han fechado este palacio en época almorávide, posiblemente durante el emirato de ‘Alī b. Yūsuf (1106-1143). Una disposición, la de crucero, cuya tradición estuvo muy presente en el mundo musulmán, como es el caso del palacio de Balkuwara (Samarra, siglo IX), Madīnat al-Zahrā’ (Córdoba, siglo X), el palacio de Onda (Castellón, siglo XI) o el palacio de ‘Alī b. Yūsuf (Marrakech, siglo XII).  

Sin embargo, los diferentes especialistas coinciden en afirmar que la antigua Dār aṣ-Ṣugrà estuvo sometida a una sucesión de reformas en relación con el momento ocupacional del que participó, como sucedió durante el gobierno el emir Ibn Mardanīš. Nos referimos a las yeserías halladas bajo el palacio del siglo XIII, es decir, el «Alcacer Ceguir», y que pertenecieron a la Dār aṣ-Ṣugrà. Según el análisis realizado por Julio Navarro Palazón, la semejanza que estas piezas muestran con las halladas en el Castillejo de Monteagudo e, incluso, con la decoración que presenta el miḥrāb del oratorio del alcázar mayor de Murcia, nos llevan a confirmar la marcada labor que durante el gobierno de Ibn Mardanīš se llevó a cabo en la Dār aṣ-Ṣugrà

A ello hay que añadir los restos pictóricos con representaciones figuradas y que pertenecieron a los diferentes fragmentos de adarajas encontrados también bajo el «Alcacer Ceguir». Estas representaciones han sido identificadas con el habitual «ciclo cortesano» de clara raigambre oriental y cuyas escenas reflejan la vida llevada en la corte de Ibn Mardanīš tal y como pone de manifiesto Ibn al-Jaṭīb (m. 1374) en la Iḥāṭa fī ta’rīj Garnāṭa (Información completa sobre la historia de Granada)

[Ibn Mardanīš] tenía reservados dos días a la semana, los lunes y los jueves, para beber con sus invitados. Era entonces cuando acostumbraba a dar muestras de generosidad con sus generales, sus notables y sus tropas. Esos días degollaba una vaca cuya carne distribuía entre los soldados. Tales banquetes eran animados por esclavas especializadas en la música, con sus flautas y sus laúdes. Con todo ello creaba un ambiente de extraordinaria diversión y así se adueñaba de los corazones de sus soldados, que le correspondían con una total lealtad. A veces hacía regalos a los invitados de sus fiestas íntimas6.

Tañedora de mizmar. Museo de Santa Clara, Murcia. Wikimedia commons.

No obstante, desconocemos el lugar exacto del conjunto palatino donde se dispusieron estas escenas y si realmente fue en la Dār aṣ-Ṣugrà donde Ibn Mardanīš ofrecía este tipo de actos descritos por el autor granadino, aunque este repertorio iconográfico nos lleva a pensar que en este palacio se llevasen a cabo celebraciones similares. 

En lo que concierne a la política antialmohade que protagonizó Ibn Mardanīš, varias son las evidencias arquitectónicas que, en mayor o menor medida, han llegado hasta nosotros y que, por su aspecto fortificado y su emplazamiento a las afueras de la capital murciana, reflejan ese carácter defensivo. Nos referimos al complejo de Monteagudo (formado por el Qaṣr b. Saʽd, el Ḥiṣn al-Faraŷ y el Ḥiṣn Muntaqūd, al norte de la capital murciana) y al conjunto Asomada-Portazgo, situado al sur de la ciudad, concretamente en el Puerto de la Cadena.

Dadas las particularidades que presentan, entre dichas construcciones quisiéramos detenernos en la que se ha venido identificando con el Qaṣr b. Saʽd (alcázar de Ibn  Saʽd), conocido en la historiografía como castillejo de Monteagudo. Éste constituía, con los ya citados Ḥiṣn al-Faraŷ y con el Ḥiṣn Muntaqūd, parte integrante de una misma almunia y cuyo aspecto defensivo queda evidenciado a través de las torres que muestra al exterior y de un lienzo de muralla, también torreado, emplazado en su flanco suroccidental, y cuyo espacio pudo haber servido como zona de servicio o apeadero para los caballos.

Vista del Ḥiṣn Muntaqūd (al fondo) y del Qaṣr b. S Saʽd. Fotografía de Ignacio González Cavero.

En este sentido, y característico de la empresa constructiva llevada a cabo por Ibn Mardanīš, son las torres entrantes en ángulo recto que se disponen en las esquinas y que también se pueden apreciar en el cercano Ḥiṣn Muntaqūd o castillo de Monteagudo, así como en la inacabada fortaleza de La Asomada. Sin embargo, este carácter fortificado que se muestra al exterior no se corresponde con su aspecto interior, el cual poseía un patio rectangular de crucero con cuatro arriates a un nivel inferior y sendas albercas en los frentes menores que precedían a un pórtico a través del cual se accedía a los salones principales, los cuales disponían al fondo de un mirador hacia el exterior. Pero nos llama la atención que estos salones nos cuenten con alhanías laterales. Por su parte, los lados mayores estaban formados por una crujía que articulaba el espacio en diferentes estancias comunicadas entre sí.  

Todo ello evidencia una cierta función residencial que queda, además, avalada en los ángulos del edificio, a excepción del suroccidental (donde se encontraba la entrada al recinto), los cuales estaban conformados por un patio central en torno al cual se articulaban diferentes estancias en el interior de las torres de las esquinas, dotadas de espacios destinados al almacenamiento en un nivel inferior. 

Por todas estas particularidades se ha llegado a plantear cuál pudo haber sido la función de esta construcción. Tradicionalmente se ha venido identificando con la residencia de recreo de Ibn Mardanīš; sin embargo, Mª Jesús Rubiera Mata proponía una función vial que respondiera a un modelo de “albergue de lujo y oficial”, teniendo además en cuenta la existencia de otras construcciones con este mismo nombre de Qaṣr b. Saʽd en el extenso territorio del emir murciano, como así aparecen documentados en Finestrat y Calpe. 

No obstante, e independientemente de la función que pudo haber tenido esta obra, los fragmentos recuperados de yeserías y zócalos pintados han permitido a los especialistas corroborar su fecha de construcción bajo el gobierno de Ibn Mardanīš, cuyo barroquismo es una clara característica de la estética impuesta por el emir murciano ante la presencia almohade en el resto de al-Andalus, como pudo haberse dado, porqué no, en el oratorio del alcázar de Murcia o en la antigua Dār aṣ-Ṣugrà

Llegados a este punto, hemos visto algunas de las manifestaciones histórico-artísticas más representativas que reflejan el esplendor al que llegó la capital murciana bajo el reinado de Ibn Mardanīš durante los primeros años de ocupación almohade en la Península. Así se deduce, al mismo tiempo, del siguiente texto de al-Yasa‘ (m. 1179), que cita al-Ḏahabī (m. 1348), en el que dice: 

Los tiempos no cesaron de servirle [a Ibn Mardanīš], pues se preocupó por reunir quien fabricara máquinas de guerra, edificios y delicadas labores de exorno, y se dedicó a construir asombrosas alcazabas y grandes paseos y jardines7.


Notas:

  1. Es el caso de los Anales Toledanos, la Crónica latina de los reyes de Castilla, el Chronicon mundi de Lucas de Tuy, la Historia Arabvm de Rodrigo Jiménez de Rada y la Primera Crónica General de España, entre otras.
  2. Con independencia del origen de su nombre, es el caso de Dozy, Codera y Zaidín, Jacinto Bosch Vilá o Viguera Molins, entre otros. Incluso al-Maqqarī (1578-1632) ya hace referencia a su raigambre cristiana.
  3. Así sucedió con Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona (1130-1162), Alfonso VII de Castilla y León e, incluso, con las repúblicas de Pisa y Génova.
  4. Así se desprende del Kitāb al-Ḥulla al-siyarā’ fī šu’arā’ al-umarā’ (Libro de la túnica de hilos de oro acerca de los emires poetas) de Ibn al-Abbār (1199-1260) con la entrada y el saqueo de Ibn Rašīq (en nombre de Ibn ‘Ammār) de los tesoros del alcázar de Murcia en el año 1078.
  5. Incluso sabemos por Ibn Ṣāḥib al-Ṣalā cómo, en el año 1172, el califa Abū Ya‘qūb Yūsuf se instaló en el alcázar de Murcia tras la campaña de Huete, lo que demuestra la continuidad ocupacional que mantuvo este ámbito de poder.
  6. Traducción realizada por Alfonso Carmona de la edición árabe de M. A. Inān (1973) (Alejandro García Avilés, «Arte y poder en Murcia en la época de Ibn Mardanish (1147- 1172)», en Joaquín Bérchez y Amadeo Serra Desfilis (eds.), El Mediterráneo y el arte español: actas del XI Congreso Nacional del CEHA (Valencia, septiembre de 1996), Valencia, 1998, p. 31).
  7. Recogido por Julio Navarro Palazón y Pedro Jiménez Castillo, “Arquitectura mardanisí”, en Rafael López Guzmán (coord.), La arquitectura del Islam occidental, Barcelona, 1995, p. 117.

Para ampliar:

  • Eiroa Rodríguez, Jorge Alejandro y Gómez Ródenas, Mª Ángeles (coords.), Rey Lobo. El legado de Ibn Mardanis, 1147-1172 (catálogo de la exposición celebrada del 20 de junio al 1 de diciembre de 2019), Murcia, 2019. 
  • García Avilés, Alejandro, “Arte y poder en Murcia en la época de Ibn Mardanish (1147-1172)”, en Joaquín Bérchez y Amadeo Serra Desfilis (eds.), El Mediterráneo y el arte español: actas del XI Congreso Nacional del CEHA (Valencia, septiembre de 1996), Valencia, 1998, pp. 31-37. 
  • Krasner Balbale, Abigail, The Wolf King. Ibn Mardanīsh and the Construction of Power in al-Andalus, Ithaca (New York), 2022. 
  • Navarro Palazón, Julio y Jiménez Castillo, Pedro, “Arquitectura mardanisí”, en Rafael López Guzmán (coord.), La arquitectura del Islam occidental, Barcelona, 1995, pp. 117-136. 
  • Navarro Palazón, Julio y Jiménez Castillo, Pedro, “La arquitectura de Ibn Mardanîsh: revisión y nuevas aportaciones”, en Gonzalo M. Borrás Gualis y Bernabé Cabañero Subiza (coords.), La Aljafería y el Arte del Islam Occidental en el siglo XI. Actas del Seminario Internacional (Zaragoza, 1-3 de diciembre de 2004), Zaragoza, 2012, pp. 291-350. 
  • Robles Fernández, Alfonso, “Estudio arqueológico de los palacios andalusíes de Murcia (siglo X-XV): Tratamiento ornamental e influencia en el entorno”, Tesis Doctoral, Universidad de Murcia, 2016. 
  • Robles Fernández, Alfonso y Pozo Martínez, Indalecio, “Regnum Murciae. Génesis y configuración del Reino de Murcia”, en Alfonso Robles Fernández e Indalecio Pozo Martínez (ed.), Regnum Murciae. Génesis y configuración del Reino de Murcia, (Catálogo de la exposición celebrada en Murcia del 17 de abril al 8 de junio de 2008), Murcia, 2008, pp. 15-31. 
  • Sánchez Pravia, José Antonio y García Blánquez, Luis Alberto, “Fulgor en el alcázar musulmán de Murcia. El conjunto religioso-funerario de San Juan de Dios”, en Maribel Parra Lledó y Alfonso Robles Fernández (coords.), Las artes y las ciencias en el Occidente musulmán: sabios mursíes en las cortes mediterráneas, (Catálogo de la exposición celebrada del 21 de junio de 2007 al 6 de enero de 2008), Murcia, 2007, pp. 234-250.

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