El Madrid mudéjar

Tras la conquista cristiana, a la población madrileña se le presentó la tesitura de elegir entre permanecer en su territorio y someterse a las autoridades de una religión y cultura diferentes, o abandonar sus propiedades raíces y su tierra para migrar a territorio andalusí. ¿Qué ocurrió con los habitantes de Maŷrīṭ?


Eduardo Jiménez Rayado
Universidad Rey Juan Carlos


Vista de Madrid de Anton van der Vyngaerde (1562), donde se pueden apreciar las murallas andalusíes

Siglo XI: Madrid cae en manos cristianas 

En mayo de 1085, Alfonso VI de León y Castilla entraba en Toledo, capital del reino andalusí homónimo. Lo hacía sabedor de que las puertas de la ciudad iban a ser abiertas a su paso, una vez que el reino le había sido entregado por su antiguo rey, al-Qādir. Con él caía en manos castellanas uno de los principales reinos andalusíes surgidos de la descomposición del califato cordobés.  

En realidad, la conquista de Toledo había comenzado años atrás. Aprovechando la inestabilidad del trono toledano Alfonso VI había ido obteniendo diferentes plazas desde 1079, generalmente a través de acuerdos. Con la capitulación definitiva en 1085, el resto de localidades y fortalezas del reino toledano pasaban a manos castellanas. Las enumeraba ‘Abd al Wāḥid al Marrākušī en su Kitāb al-mu’yib: “Toledo, Cuenca, Uclés, Talavera, Maqueda, Madrid [Maŷrīṭ], Huete, Ávila y Segovia, de todas ellas las cuales se apoderó Alfonso -maldígale Dios- llamándose ese territorio Castilla”. Por tanto, la pequeña ciudad de Maŷrīṭ (topónimo árabe del que deriva Madrid), de unas 8 hectáreas, y su pequeña población andalusí pasaban entonces a manos cristianas (para más información sobre el Madrid andalusí, véase El Madrid andalusí, entre la historia y la memoria). 

Más de cuatrocientos años después, esa misma ciudad, que había prácticamente triplicado su tamaño, albergaba a escasamente 250 habitantes de religión islámica. ¿Qué había ocurrido en esos cuatro siglos? 

Placa de la actual Plaza de la Morería, ubicada en lo que fue el principal barrio mudéjar de Madrid durante la Edad Media. Madridarabe.es

¿Permanecer o migrar? 

Una vez en manos cristianas, a la población madrileña se le presentó la tesitura de elegir entre permanecer en su territorio y someterse a las autoridades de una religión y cultura diferentes o abandonar sus propiedades raíces y su tierra para migrar a territorio andalusí. Al tratarse de una rendición pactada, las autoridades castellanas habrían garantizado, a través de cláusulas, el respeto a la vida y propiedades de las familias madrileñas que permaneciesen, así como la continuidad de su culto. Así se había acordado para todas las localidades del reino toledano.  

Si hacemos caso al relato tradicional, a pesar de estas garantías, casi la totalidad de la población madrileña optaría por abandonar la ciudad, siguiendo así un fenómeno generalizado de éxodo hacia tierras andalusíes. Madrid quedaría prácticamente vacía de población y reocupada por migrantes procedentes de territorio castellano. Julio González, el gran defensor de esta hipótesis, consideró que las noticias dejadas por los cronistas árabes sobre lo ocurrido en la ciudad de Toledo, serviría para todo el reino: “Cuando el enemigo [Alfonso VI] tomó posesión de ella [Toledo] salieron los musulmanes de todas [sus] dependencias” escribía Ibn al-Kardabūs en su Kitāb al-Iktifá. Más aún cuando un año después del pacto, el rey castellano incumplía su promesa y permitió la consagración de la mezquita principal toledana como iglesia, bajo la advocación de Santa María. La noticia la transmitía Ibn Bassām: “Alfonso –¡Dios lo maldiga! –, cegado por el orgullo, […] tan solo prestó oídos a las voces de su locura y de su poco seso. […] dio, en efecto, órdenes de profanar la mezquita aljama”. Siguiendo esta idea, lo que pasó en Toledo, también pasó en Madrid. 

Pero de la migración madrileña, en realidad, no tenemos noticias. No parece haber evidencias de la salida masiva de la ciudad, como tampoco las hay de la permanencia generalizada en ella. Solo contamos con unos pocos indicios con los que intentar aclarar lo que ocurrió entonces. La tradición, como decía, se ha inclinado a pensar en un abandono de la mayor parte de las familias madrileñas de la zona y su exilio a tierras andalusíes. De ello también se mostraron partidarios, además de Julio González, otros autores como Ladero Quesada o Juan Carlos de Miguel, el gran estudioso de la cuestión mudéjar madrileña, aunque ambos más inclinados hacia un abandono parcial y no total.  

La otra opción, la de una permanencia generalizada de la población musulmana, había sido defendida ya en el siglo XIX por el historiador y dramaturgo Cayetano Rosell y más adelante por Lévi Provençal, ambos refiriéndose a todo el territorio del reino de Toledo. Sin embargo, esta posibilidad parecía algo enterrada ante el empuje de la tradición historiográfica, tendente a ver un proceso generalizado de sustitución poblacional durante la expansión de los reinos cristianos.  

Sin embargo, esa tendencia no es unánime. El propio Juan Carlos de Miguel limitaba la migración madrileña a las familias económicamente más poderosas y relacionadas con la función militar de la ciudad. Por su parte, Jean-Pierre Molénat defendía también una salida parcial en todo el territorio de Toledo, mientras Ana Echevarría consideraba que el abandono generalizado se dio fundamentalmente en las grandes urbes conquistadas, pero no en las localidades de menor tamaño.  

Es probable que, de Madrid, ciudad de pequeñas dimensiones, migraran efectivamente las familias de clases más altas y las vinculadas a la administración política y militar, así como los grupos más fervientes de la fe islámica. Sin embargo, una buena parte de la población, principalmente la más vinculada a la tierra y el resto de clases populares, decidiría permanecer en Madrid, aprovechando las supuestas garantías dadas por las autoridades cristianas. Eso sí, parece lógico pensar que el interior del recinto amurallado, sobre todo la zona militar del alcázar, quedaría completamente vacío, y la población de la medina que decidiera quedarse se tendría que trasladar a los arrabales que habían ido surgiendo durante los dos siglos anteriores al este, sureste y, sobre todo, al sur. Allí se encontraba, separada por un pequeño arroyo, una segunda colina que albergó el principal arrabal de Maŷrīṭ, y que ahora se veía acrecentado por la llegada de la población de la medina. Todos estos arrabales, no obstante, quedarían integrados intramuros poco después en la ya villa castellana con la ampliación de la muralla a lo largo del siglo XII. 

Ley De moros cum furto del Fuero de Madrid de 1202, en la que se mencionan las diferentes categorías jurídicas de la población musulmana en el Madrid cristiano.

Siglos XII y XIII: la continuidad de la comunidad musulmana

Entre mediados del siglo XII y durante el siglo XIII contamos ya con algunas referencias explícitas a la comunidad mudéjar, así como una serie de indicios que nos permiten conocerla con algo más de precisión, aunque todavía debemos echar mano de la especulación.  

Parece lógico pensar que las familias mudéjares que decidieron permanecer quedaron sometidas a la nueva legislación castellana. Sin embargo, las noticias más tempranas de leyes para Madrid se sitúan ya a mediados del siglo XII, por lo que desconocemos la legislación existente durante el primer medio siglo desde la conquista. En otros trabajos he hablado de la posibilidad de que la localidad recibiera algún tipo de texto jurídico inspirado en algún fuero o carta de otra localidad castellana. Es probable que se dotara a la ciudad de un conjunto de leyes, hoy sin huella alguna, que se limitaran a organizar mínimamente una población que seguiría siendo mayoritariamente musulmana.  

El primer texto madrileño que podemos considerar como jurídico es el privilegio concedido por Alfonso VII en 1126 al monasterio extramuros de San Martín. En realidad, en él no se hace referencia a la comunidad mudéjar, pero quizá sí estuviera, en cierto modo, relacionada con ella: con este privilegio, el rey buscaría reforzar la presencia de una comunidad monástica en la villa y fomentar así el proceso de cristianización de la población madrileña. 

Es probable que, efectivamente, una parte de esa población madrileña acabara recibiendo el bautismo. Sin embargo, la mayoría de estas conversiones debían responder a un deseo de escapar de la inferioridad jurídica a la que las leyes castellanas estaban sometiendo a las comunidades mudéjares. Esta inferioridad queda confirmada por el fuero de Madrid, sancionado en 1202, primer texto con referencias explícitas a la población mudéjar. Compuesto por algunas leyes que se remontaban a mediados del siglo anterior, sometía a la comunidad musulmana a la propiedad real y le aplicaba castigos más severos a los delitos que pudieran cometer sus miembros, como la horca o la mutilación en caso de robo (ley De moros cum furto). 

Gracias al fuero, conocemos además las diferentes categorías jurídicas existentes en la comunidad musulmana: la población mudéjar libre, sujeta a la misma legislación que la cristiana, salvo leyes específicas para cada una de ellas; antiguos esclavos y esclavas redimidos, cuya libertad de movimiento estaba más restringida; y, finalmente, personas esclavizadas. A todos estos grupos, el mismo fuero les ofrecía la posibilidad de la conversión para así poder mejorar sus condiciones. 

En cuanto a las actividades económicas realizadas por la población musulmana durante este periodo, no tenemos noticias explícitas. Probablemente llevó a cabo una buena parte de las realizadas antes de la llegada de las autoridades cristianas. La mayoría de las familias se dedicaría al campo, tradición arraigada desde que la zona fuera supuestamente poblada por primera vez por grupos imazighen. Algunas de estas familias conservarían sus huertas y tierras de labor, mientras que otras trabajarían la tierra de algún propietario cristiano. Es probable que también estuvieran presentes en la explotación ganadera, sobre todo teniendo en cuenta la presencia de, al menos, una carnicería reservada para la comunidad. Otra actividad donde fue relevante su presencia fue en la artesanía, especialmente en la herrería, carpintería y construcción, profesiones en la que destacaron a lo largo de todo el periodo medieval. Si bien no es descartable la presencia de mujeres musulmanas regentando algún tipo de negocios, eran las actividades económicas vinculadas al hogar, como la limpieza, el cuidado, cocina o el transporte de agua, las más habituales entre ellas, siendo posible igualmente que algunas las ejercieran en casa de cristianos, formando parte del servicio doméstico. 

Sobre el desarrollo de sus prácticas religiosas no tenemos tampoco noticias explícitas. Es lógico pensar en la existencia de algún tipo de edificio que sirviera de mezquita, una vez que el templo principal de Maŷrī fuera convertido en iglesia de Santa María al poco de llegar los castellanos. Sin embargo, no se ha hallado ningún indicio que nos pudiera ayudar a situar su ubicación.  

Sí parece haber, por el contrario, evidencias de la realización de ritos de purificación-limpieza del cuerpo (gusl), gracias a la existencia de un ḥammām o baño público en la ciudad. Estos baños, situados en torno al arroyo que separaba ambas colinas, se habían levantado en periodo andalusí y permanecieron en funcionamiento hasta mediados del siglo XIII. Así informa una carta otorgada por Alfonso X en 1263, en la que se recuerda su existencia “en tiempo del rey don Alfonso nuestro visavuelo e del rey Ferrando, nuestro padre”.  

También mantuvieron el rito musulmán a la hora de enterrar a sus muertos. La maqbara madrileña, levantada en el siglo IX al sureste de la medina, en el hoy barrio de La Latina, continuó albergando enterramientos de tradición islámica durante todo el periodo medieval: los trabajos arqueológicos en la zona sacaron a la luz casi una treintena de cuerpos que fueron enterrados en posición decúbito lateral entre los siglos XI y XIII. A ellos hay que sumar otros dos enterramientos en esa misma posición datados en el siglo XIII y hallados durante la restauración del Palacio de Sueca, en la plaza del Duque de Alba. 

Finalmente, es posible que miembros de esta comunidad mudéjar participara de algún modo en ritos y celebraciones populares de Madrid, especialmente relacionados con el régimen de lluvias, muy comunes en las sociedades agrarias. Un indicio de esta participación sería el relato recogido en la hagiografía de Isidro Labrador escrita en el siglo XIII, conocida como Códice de Juan Diácono, en la que se habla de los ruegos realizados tanto por “fideles quam infideles”. Este mismo relato, al mencionar el voto realizado por un “moro [maurus], de nombre García”, podría ser igualmente un indicio de una relación entre la comunidad mudéjar y el culto al Labrador que todavía no se ha aclarado convenientemente. 

Iglesia de San Andrés. En su interior se halló el Códice de Juan Diácono, única obra hagiográfica medieval sobre san Isidro. Durante la Edad Media, la iglesia albergó el arca de san Isidro y se situaba junto al principal barrio mudéjar, antiguo arrabal del Madrid islámico, luego colación a la que daba nombre: San Andrés. Wikimedia Commons.

El siglo XIV: el declive de la comunidad mudéjar

A partir del siglo XIV y, sobre todo, durante el XV ya contamos con una considerable cantidad de documentación con la que poder conocer mejor la evolución de la comunidad mudéjar. Esta muestra un progresivo declive que anunciaba su futura desaparición. 

A pesar de poder desarrollar sus prácticas religiosas y diferentes actividades económicas, la inferioridad jurídica en la que seguían viviendo hizo que posiblemente el número de conversiones continuara creciendo. Tampoco ayudaba el ambiente cada vez más beligerante contra las minorías religiosas que comenzaba a generalizarse por Castilla, y que habría llevado a algunas de esas familias a migrar finalmente a territorio andalusí. De manera paralela, la población cristiana fue aumentando. Todo ello fue reduciendo progresivamente la proporción de habitantes mudéjares a partir de mediados del siglo XIII. No obstante, todavía a finales de esa centuria la proporción debió ser lo suficientemente relevante como para llevar a Alfonso X a ordenar la reedificación de los baños públicos, pues su arrendamiento favorecería las arcas municipales y se podría así sufragar las obras de reformas en la muralla de la ciudad. 

Sin embargo, la situación empeoró drásticamente durante los siglos XIV y XV, y a pesar de alguna fase de ligera recuperación, el descenso demográfico continuó imparable. Si bien hallamos varias referencias a individuos mudéjares a lo largo de la documentación del siglo XIV, el cierre definitivo de los baños públicos durante las últimas décadas de esta centuria es indicativo de ese continuo declive.  

A pesar de ello, la comunidad mudéjar siguió ejerciendo gran parte de las actividades económicas que venían realizando desde sus inicios: agricultura, ganadería, artesanía y trabajos domésticos, así como la administración de algún negocio. Siguió incluso monopolizando alguna de estas actividades, como la construcción, donde el cargo de alarife municipal era habitualmente trasmitido de padres a hijos, o la fabricación y reparo de herramientas de metal. Precisamente estas actividades le aportaban una relevancia especial en la Villa, algo que supieron aprovechar. 

En el ocaso de la Edad Media, la mayor parte de la población mudéjar habitaba en la collación de San Andrés, situada en la parte sur de la ciudad y que en tiempos andalusíes había sido el principal arrabal de Maŷrī. Allí se abrió la puerta sur de la muralla, que recibió el nombre “de Moros” y se localizó lo que la documentación llamaba “morería”. Sin embargo, otras familias mudéjares siguieron habitando en otras collaciones de Madrid, incluso creando un segundo espacio de concentración de población musulmana en la de Santa Cruz, junto a Puerta Cerrada, en la zona sureste. 

Localización, sobre el Plano de Pedro Teixeira (1656), de la morería principal de Madrid (en azul), antiguo arrabal islámico y de la “segunda morería” (en verde). La plaza del Arrabal (hoy Plaza Mayor), se situaba fuera de los límites de ambos barrios, lo que conllevaría el cierre de las herrerías de mudéjares allí situadas. La Calle de la Puente del plano imitaría el recorrido del arroyo que separaba ambas colinas y Maŷrīṭ de su principal arrabal. Elaboración propia a partir del plano de Teixeira.

Los siglos XV y XVI: desobediencia y fin de la comunidad mudéjar 

Los intentos a partir de 1481 de aplicar a estas comunidades las restricciones de vivienda y trabajo aprobadas en las Cortes de Toledo un año antes, provocaron la respuesta por parte de algunas familias mudéjares. Dos fueron las estrategias llevadas a cabo: por un lado, la migración y, por otro, la huelga. Apenas un año después de su intento de aplicación, la salida de un buen número de familias madrileñas hacia territorio islámico alertaba incluso a los propios reyes: expresiones como “la dicha Villa se despuebla cada día” o “se han muerto e ydo más de meytad de los moros” se pueden leer en cartas firmadas por Isabel y Fernando y enviadas a Madrid. 

La segunda estrategia la pusieron en marcha los herreros mudéjares y dio lugar a uno de los grandes conflictos laborales en el Madrid bajomedieval. La causa principal fue la obligación de cerrar sus tiendas de la plaza del Arrabal, centro económico de la ciudad, pues se encontraban fuera de la morería, prohibido por las leyes aprobadas en Toledo. Sabedores de que monopolizaban la fabricación y reparo de herramientas, decidieron ir a la huelga. Tras varios meses, el conflicto se resolvió a favor de los huelguistas, que no solo consiguieron mantener abiertas sus tiendas de la plaza del Arrabal, sino que se siguieron dando licencias a musulmanes para abrir nuevos negocios. 

El cambio al siglo XVI empeoró la situación. La pragmática de 1502 por la que Isabel y Fernando obligaban a las comunidades mudéjares al bautismo o exilio amenazaba ahora a las familias musulmanas madrileñas. La migración no solo afectaba a esta comunidad, sino a todo Madrid, pues un gran éxodo podría traer estragos a la economía local. Confiados por el éxito de la huelga y conscientes de su relevancia económica, la comunidad amenazó con migrar para obligar así al concejo a sentarse a negociar. Así sucedió: a cambio del bautismo, los conversos solicitaron una serie de garantías y privilegios, como eludir la Inquisición y la exención de impuestos. Todo ello fue otorgado “a todos los moros que se convirtieren e se vinieren a bevir a esta Villa”. 

Con tales garantías, la población mudéjar acabó recibiendo el bautismo y engrosando la comunidad morisca de Madrid, que pronto debió organizarse para volver a plantar cara a las autoridades locales, ante la nueva amenaza de cierre de las herrerías de la plaza del Arrabal. Debido a este bautismo generalizado y a las migraciones de familias que no quisieron renunciar a su fe hacia el Magreb a través de Granada, la comunidad mudéjar, como tal denominación, desapareció en Madrid. 


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