Los vikingos en al-Andalus y el Magreb

El impacto de los vikingos en la Península Ibérica fue limitado. El miedo y la fascinación por los vikingos que sigue generando un amplio interés popular y académico han exagerado sus efectos destructivos en la sociedad medieval


Ann Christys


Vikingos en una ilustración de la Vie de Saint Aubin d’Angers. Biblioteca Nacional de Francia, ms. NAL 1390, f. 7r.

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«Los mayus* arribaron con cerca de ochenta bajeles; el mar parecía estar cubierto de pájaros de color de sangre, y los corazones de los hombres se llenaron de temores y angustias. Tras desembarcar en Lisboa, pasaron a Cádiz; de allí fueron a la provincia de Sidonia y por último llegaron a Sevilla. Sitiaron la cuidad y la tomaron por la fuerza, sometiendo a sus habitantes, a los que hicieron sufrir los dolores de la cautividad y de la muerte, y durante los siete días que duró su permanencia hicieron beber el cáliz de la amargura.»

Aquí Ibn ‘Idhārī (fl. c. 1314) evoca el terror que provocó la aparición de una flota de vikingos frente a la costa occidental de al-Andalus a finales del verano de 844. La Península Ibérica constituía uno de los rincones más alejados del mundo vikingo, pero aun así bandas piráticas provenientes de Escandinavia lanzaron incursiones esporádicas sobre las costas del norte cristiano de la Península, al-Andalus y el Mediterráneo desde mediados del siglo IX hasta el XI. Los relatos más detallados de sus saqueos los conservan los cronistas y geógrafos musulmanes, quienes mezclaron nombres, fechas y lugares y añadieron detalles pintorescos. Los atacantes del mar se conocían como mayus, nombre que reflejaba las creencias sobre sus orígenes que derivaban de la tradición erudita más que del testimonio de los testigos presenciales. La amplia gama semántica de este término ayuda a explicar por qué hoy en día quizá los «hechos» más conocidos sobre los vikingos en al-Andalus son que fabricaban queso y que el poeta al-Gazāl navegó hacia el norte de al-Andalus hasta llegar a la corte de un rey vikingo. Pero el supuesto “queso de los mayus» no tiene ninguna relación con los escandinavos, sino que es una referencia al término que se utilizaba para diferenciar la práctica dietética musulmana de la no musulmana. Del mismo modo, la historia del viaje de al-Gazāl parece ser la fantasía de un biógrafo del poeta del siglo XIII. Fuentes latinas y castellanas, en su mayoría más tempranas y lacónicas que las árabes, registran también la presencia de los «nordomanos», pero los cronistas cristianos exageraban las brutalidades de los saqueos vikingos sobre iglesias y monasterios con el fin de atraer mecenas para su restauración. Más tarde, los escritores de sagas escandinavas narraron las expediciones de asaltantes vikingos en Iberia, tanto reales como ficticias, y de cruzados nórdicos que atacaron las costas de la península en sus viajes a Jerusalén. Así, tanto los historiadores cristianos como los musulmanes han ampliado lo poco que sabemos con certeza sobre los vikingos en la Península Ibérica.

Expedición vikinga representada en la Passio Sancti Edmundi, Regis Orientalium Anglorum et Martyris (s. XII). Wikimedia Commons.

El esqueleto de los hechos que se esconde bajo estas exageraciones se asemeja a lo  que sabemos de la actividad vikinga en otras partes de Europa: una tradición de comercio y asalto a lo largo de las costas. La costa occidental de la Península Ibérica en particular se ajustaba perfectamente a la posibilidad de campañas piráticas, con bahías y calas en las que los vikingos podían refugiarse, islas que podían servir de base y ríos navegables hasta Santiago de Compostela en el norte, Sevilla y Córdoba en el sur. Pero transcurrieron casi cincuenta años entre el famoso asalto de los vikingos al monasterio de Lindisfarne, en el norte de Inglaterra, y el primer ataque registrado en la Península Ibérica. Desde finales del siglo VIII, los vikingos llegaban a Francia como comerciantes y pronto se dedicaron a hacer incursiones y a pasar el invierno en las desembocaduras del Loira y del Garona. Desde esta última base navegaban hacia la Península Ibérica. Un autor de anales del monasterio de San Bertín registró para el año 844 que:

«Los normandos, avanzando por el Garona hasta Tolosa, por doquiera e impunemente consiguieron botín; vueltos de allí y acercándose a un cierto país llamado Galicia, murieron unos en un encuentro con lanzadores de piedras y otros en una tempestad; pero algunos de ellos llegaron a las regiones de Hispania que están más lejos; lucharon con los sarracenos largamente y con energía, hasta que fueron vencidos.»

Tanto la tradición norteña como las crónicas asturianas recuerdan los intentos fallidos de los vikingos de recalar en la costa del norte —posiblemente en Luarca, cerca de Gijón— y en A Coruña. Tras abandonar Galicia, se dirigieron hacia el sur y asediaron Lisboa y Sevilla, un episodio que fue ampliamente difundido en el mundo islámico. En una breve anotación sobre Sevilla, el geógrafo al-Ya’qūbī (m. 897) señaló que ‘los mayus, que también se llaman los rūs, cayeron sobre la ciudad en el 229 AH’ (septiembre de 843-septiembre de 844). El andalusí Ibn al-Qūṭīya (m. 977), señaló que:

«Una vez terminada la construcción de la Mezquita de Sevilla, ‘Abd al-Raḥmān (822-852) soñó que entraba en el edificio y encontraba al Profeta Muḥammad —la paz y las alabanzas sean con él— tumbado en el nicho de oración, muerto y envuelto en un sudario. El sueño le hizo despertar angustiado, por lo que pidió una explicación a los intérpretes de sueños. Le dijeron: ‘Aquí es donde morirá la fe’. Inmediatamente después se produjo la toma de la ciudad por los mayus…» 

Ibn al- Quṭīya relató la aparición milagrosa en el mihrab de la Mezquita de un joven que, sin ayuda, mantuvo a raya a los atacantes durante tres días hasta que las fuerzas del emir, reunidas desde todos los rincones de su reino, hicieron retroceder a los barcos vikingos al mar, cargados de botín y cautivos.

Casco vikingo de Gjermundbu. Museo de Historia Cultural de la Universidad de Oslo. Wikimedia Commons.

En 859, los vikingos volvieron y, después de atacar Galicia y Lisboa, entraron en la desembocadura del Guadalquivir. El emir Muḥammad (852-886) movilizó su ejército y una nueva flota que expulsó a los asaltantes. Estos navegaron a través del estrecho de Gibraltar y se adentraron en el Mediterráneo, amenazando las costas meridionales de al-Andalus y Francia durante tres años. Cruzaron al norte de África, donde atacaron los puertos de Nakur y Asila y se apoderaron de cautivos. Algunas de las muchas fuentes distintas que mencionan las hazañas vikingas en el Mediterráneo dicen que navegaron hasta Italia y Bizancio, pero en realidad confundían a los vikingos con otros piratas, principalmente musulmanes, y con los comerciantes y mercenarios escandinavos que viajaban a Bizancio a través del sistema fluvial ruso. Dos largos relatos de esta expedición terminan con la descripción de una incursión vikinga en Pamplona. Según Ibn Ḥayyān (m. 1076), los navarros se vieron obligados a pagar un fabuloso rescate de sesenta o setenta mil dinares para redimir a García Iñiguez (r. 851-870) del cautiverio. El relato suena más que improbable dado que el mismo historiador afirma que la campaña en su conjunto fue un completo fracaso y por eso los mayus nunca regresaron a la Península Ibérica.

En efecto, parece que transcurrió más de un siglo antes de que los vikingos volvieran en número significativo para amenazar Santiago en el norte y Lisboa, de nuevo, en el sur. Los anales de la corte de ‘Īsa al-Rāzī correspondientes a los años 971-974 recogen que el califa al-Ḥakam II fue prevenido de la llegada de mayus en la costa en dos ocasiones. Después de una elaborada ceremonia de despedida en Madīnat al-Zahrā’, al-Ḥakam envió a su comandante Gālib ibn ‘Abd al-Raḥmān contra los mayus. También se escenificó en el palacio una celebración del regreso triunfal de Gālib, a pesar de que ni el ejército ni la flota omeya habían entrado en contacto con los asaltantes, ya que cuando los mayus se enteraron de que las fuerzas cordobesas estaban en camino, dijo al- Rāzī, se aterrorizaron y «huyeron a sus islas remotas». En el año siguiente, las fuerzas cordobesas se dirigieron de nuevo hacia la costa, pero descubrieron que el enemigo ya había zarpado. Todo esto puede reflejar la realidad de los ataques vikingos: incursiones relámpago que terminaban mucho antes de que las autoridades pudieran reaccionar. Este fue el último ataque vikingo del que se tiene conocimiento en al-Andalus, aunque los anales locales mencionan incursiones vikingas en el norte.

Expediciones vikingas en la Península Ibérica y el Mediterráneo. Fuente: Christys, A. 2015. Vikings in the South. Voyages to Iberia and the Mediterranean, London: Bloomsbury.

Así, el impacto de los vikingos en la Península Ibérica fue limitado. Y esta región se diferencia del resto del mundo vikingo medieval en otro aspecto significativo. Los estudios vikingos, en general, se han centrado recientemente en la cultura material y, sobre todo, en las pruebas materiales del comercio. Todavía no se han encontrado en Iberia emporios —enclaves mercantiles— vikingos comparables a los de Inglaterra e Irlanda o alrededor del Báltico. En Escandinavia hay piedras rúnicas talladas en memoria de los hombres que murieron «en el sur» o en «Serkland» (quizá el norte de África), pero ninguno de estos individuos se puede relacionar con certeza con la Península Ibérica o el Magreb. Los topónimos sugieren breves períodos de asentamiento escandinavo en Galicia y, así, las Torres de Oeste, fortificaciones que aún se conservan en el río Ulla por debajo de Santiago, pueden datarse de la época de vikingos. Pero en al-Andalus, los informes sobre saqueos en Lisboa, Sevilla y Almería no pueden ser corroborados por hallazgos arqueológicos.

Dos artefactos y un puñado de huesos diminutos se han relacionado con la actividad vikinga. Los habitantes de O Vicedo, en el extremo noroeste de Galicia, creen que las anclas descubiertas por los temporales de 2014 pueden ser vikingas. En el tesoro de San Isidoro, en León, se conserva una pequeña arqueta de hueso de ballena de fabricación escandinava que fue reelaborada como relicario, pero la procedencia de la arqueta no está documentada y quizás fue donada por un peregrino o como regalo diplomático. Por último, los arqueólogos han descubierto pruebas de que los barcos vikingos pudieron llegar hasta Madeira. Los fragmentos de hueso de ratón excavados en Ponta de Sao Lourenço, las primeras poblaciones de ratones que se han encontrado en la isla, se han datado entre el 900 y el 1036, siglos antes de la conquista portuguesa de la isla. Las muestras de ADN mitocondrial tomadas en la población actual de ratones de Madeira muestran similitudes con los ratones de Escandinavia y el norte de Alemania, pero no con los ratones del territorio continental portugués. El análisis apoya la hipótesis de que los ratones colonizaron Madeira desde los barcos vikingos. Otras líneas de investigación similares podrían ayudar a delimitar la actividad vikinga en Iberia.

Vikingos en una ilustración de la Vie de Saint Aubin d’Angers. Biblioteca Nacional de Francia, ms. NAL 1390, f. 7r.

Aunque en otros lugares de Europa los vikingos arribaron en busca de los tesoros de iglesias y monasterios, los establecimientos eclesiásticos en el noroeste de la Península Ibérica eran pequeños y pobres durante la Alta Edad Media y los clérigos rara vez trasladaron su riqueza fuera del alcance de los piratas, como se vieron obligados a hacer en Inglaterra y Francia. Más tarde, tras el supuesto descubrimiento del cuerpo de Santiago en Galicia, cuando los peregrinos comenzaron a dirigirse a su santuario en Santiago de Compostela, la iglesia asturiana acumuló tesoros, como las cruces de Oviedo y Santiago, vasos litúrgicos y ornamentos. Algunas de las ciudades andalusíes pueden haber sido objetivos atractivos, si bien también es posible que hubiera poco que robar. Durante los últimos años del califato se fabricaban ricos tejidos, cofres de marfil, fina orfebrería y cerámica para los omeyas y sus élites, pero ello ocurrió después de las campañas vikingas. Hay que tener en cuenta que circulaba una cantidad bastante reducida de moneda: de más de un cuarto de millón de monedas árabes descubiertas en las tierras de la ribera sur del Báltico, ninguna es de origen andalusí y pocos dinares o dirhems andalusíes se han encontrado en tesoros escandinavos. Tampoco procede de al-Andalus la plata que los vikingos fundían en adornos, lingotes o plata cortada.

Sin embargo, había un botín que podía ser confiscado incluso de los asentamientos más pobres: los seres humanos. Los relatos de las incursiones vikingas en la Península Ibérica y el Magreb hacen hincapié en la captura de cautivos, aunque la mayoría de los esclavos de al-Andalus resultaban de campañas contra sus vecinos cristianos. La información acerca de la esclavitud vikinga en al-Andalus y el Magreb viene de referencias esparcidas en fuentes narrativas y cartularios. Una crónica irlandesa muy tardía se refiere a los «hombres azules» que los vikingos llevaron a Irlanda desde Mauritania; suponemos que eran negros africanos. Dos cartas del siglo XI documentan la venta de propiedades para saldar las deudas contraídas en el rescate de mujeres capturadas por los vikingos en Galicia. Según el primero, el rescate se pagó en plata. En el segundo, los asaltantes se fueron con una serie de objetos de uso cotidiano: ropa, una espada, una vaca y una cantidad pequeña de sal. 

Es de esperar que se produzcan descubrimientos arqueológicos que puedan ampliar nuestra imagen de los vikingos en al-Andalus. Hasta ahora el principal legado de este período son las exageraciones de los relatos recogidos en las fuentes árabes. El miedo y la fascinación por los vikingos que sigue atrayendo un amplio interés popular y académico hasta hoy en día han exagerado sus efectos destructivos en la sociedad medieval. El mismo miedo y fascinación pueden sentirse en los recuerdos musulmanes medievales de los vikingos en al-Andalus y el Mediterráneo.


Nota:

* Mayus: Término que en origen hacía referencia al supuesto paganismo y adoración del fuego de los mazdeístas persas y que, por analogía y a modo de cajón de sastre, terminó utilizándose también para otros pueblos con creencias ajenas al judaísmo y cristianismo como el de los vikingos.

Para ampliar:

  • Christys, A. 2012. ‘The Vikings in the south through Arab eyes’, in Pohl W., C. Gantner y R. Payne (eds) Visions of Community in the post-Roman World, Farnham, Surrey and Burlington: Ashgate, 447-457.
  • — 2015. Vikings in the South. Voyages to Iberia and the Mediterranean, London: Bloomsbury.
  • — 2016. ‘“They fled to their remote islands”: Al-Ḥakam II and al-Majūs in the Muqtabas of Ibn Ḥayyān’, Al-Masāq 28/1, 57-66.
  • Curto Adrados, I. 2015. Los vikingos y sus expediciones a la Península Ibérica, Madrid: La Ergástula.
  • García Losquiño, I. 2018. ‘The North Germanic Place-Name element bec in England, Normandy and Galicia’, Namn och Bygd 106, 5-32.
  • González Campo, M. 2002. ‘Bibliographia Normanno-Hispanica’, Saga-Book 26, 104-113.
  • Morales Romero, E. 2004. Historia de los vikingos en España, Madrid: Miraguano.

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