Gharb al-Andalus: ¿un «salvaje oeste» del mundo islámico?

La periferia occidental de al-Andalus, el Gharb al-Andalus, se describe comúnmente como un lugar de rebeliones, incursiones cristianas e inestabilidad sociopolítica general. En esta narrativa, el Gharb tiene algunos puntos en común con el “salvaje oeste” norteamericano, caracterizado por la anarquía y la violencia 


Ana Miranda
Universidad de Lisboa


Vista del castillo de Marvão, cuyo nombre deriva del rebelde Ibn Marwān, que estableció allí una fortificación en el contexto de la revuelta contra los omeyas. Autor: José Porras. Wikimedia Commons.

Introducción 

El “Salvaje Oeste” corresponde, genéricamente, a la región del Norte de América que va del oeste del río Mississippi hasta el Pacífico, espacio que fue objeto, entre los siglos XVII y XIX, de un proceso de expansión y colonización originado en la costa este. Más que una región con fronteras, esta región fue, en sí misma, una frontera, una frontera geográfica, mental y cultural, extensa y porosa, en la que se encontraron la sociedad de matriz europea y la sociedad indígena. Surgieron figuras como el alguacil y el gobernador, representantes del poder estatal; o la del vaquero, arquetipo de las virtudes y defectos de la sociedad colonizadora. Fue entre los miembros de esta sociedad donde se dieron los principales conflictos, teniendo los pueblos indígenas sólo un papel accesorio. 

El concepto de “salvaje oeste” reproduce una realidad común a varios contextos históricos: una zona de frontera. Se caracteriza por ser un espacio periférico, en el que el centro rector, por regla general distante, tiene dificultad para imponer sus estructuras. Allí, dos o más sociedades interactúan, a veces por la fuerza, a veces a través del intercambio pacífico de bienes, ideas y cultura. Desde su génesis, el Islam también ha generado varios “salvajes oestes”, es decir, zonas fronterizas donde se disputaba el territorio con oponentes como los imperios bizantino y sasánida en Oriente y los bereberes en Occidente. 

La expansión del mundo islámico en la Península Ibérica, en el año 711, trae una nueva dinámica al Mediterráneo Occidental, especialmente tras la llegada de ʿAbd al-Raḥmān b. Muʿāwiya (r. 756-788). La dinastía omeya gobierna al-Andalus desde Córdoba y aumenta su influencia en el Magreb. La concentración del poder político, económico y cultural en Córdoba contrasta con el abandono que parece caer sobre el resto de al-Andalus, especialmente el Gharb. 

El Gharb es una geografía de contornos imprecisos. Para al-Rāzī (m. 955), al-Andalus se divide en dos regiones naturales en función del curso de los principales ríos: el espacio atravesado por los que desembocan en Levante corresponde al Sharq, mientras que el espacio atravesado por los ríos que desembocan al Oeste corresponde al Gharb. Generalmente se acepta que el Gharb al-Andalus designa la zona al oeste del eje Mérida-Sevilla. Sus límites al norte fueron redefinidos según avanzaba la conquista cristiana hacia el sur, desde el valle del Duero en el siglo X hasta el suroeste peninsular en el siglo XIII, la actual provincia del Algarve, a la que debe su nombre. 

El Gharb era considerado una frontera en varios sentidos:

a) Frontera geográfica, con el Atlántico, el “Mar de las Tinieblas” de al-Idrīsī (m. 1166), y con las tierras del interior de las sierras, siendo su característica principal la escasez de ciudades.

b) Frontera sociocultural con una población de cristianos y muladíes (descendientes de cristianos convertidos al Islam).

c) Frontera política con la potencia de origen árabe establecida en Córdoba durante el emirato y el califato omeyas. 

Castillo de Marvão, cuyo nombre deriva del rebelde Ibn Marwān, que estableció allí una fortificación en el contexto de la revuelta contra los omeyas. Autor: José Porras. Wikimedia Commons.

Una tierra de rebeldes 

Las ciudades del Gharb eran poco visitadas por los viajeros musulmanes. Un personaje que, empujado por circunstancias adversas, se instala en el Gharb, más concretamente en Lisboa, es Abū Muḥammad ʿAbd Allāh b. Hūd (m. dp. 1072-3), poeta y miembro de los Banū Hūd, familia gobernante de Zaragoza. Desterrado de la patria por el rey al-Muqtadir, su primo, que lo consideraba un opositor, Ibn Hūd acude a la taifa de Toledo, pero el rey Yaḥyà Ibn Ḏī l-Nūn le niega la protección. Sin otra opción, Ibn Hūd se dirige a Badajoz, donde el rey al-Mutawakkil le da la bienvenida y le ofrece el cargo de gobernador en al-Ušbūna. 

Si en esta trayectoria vital de Ibn Hūd está implícito el poco valor que se concede al Gharb, en otras situaciones esa misma devaluación se manifiesta abiertamente. El historiador Ibn Ḥayyān (m. 1075) informa sobre operaciones militares omeyas destinadas a someter a los insurgentes del Gharb, algunas dirigidas a Lisboa, Beja o Mérida. Aunque los disturbios sociopolíticos no son exclusivos del Gharb, su mención repetida transmite la idea de que esta es, como el “salvaje oeste”, una tierra donde reina el caos. Eduardo Manzano (1991: 189-192) describe el Gharb como una frontera de «lealtades imprecisas», poblada por bereberes, muladíes, árabes y cristianos arabizados. Estas poblaciones mostraron un comportamiento político fluido, oscilando entre la obediencia a los omeyas, las precarias alianzas con los reyes cristianos y la ruptura con ambos. 

Tras la conquista, ʿAbd al-ʿAzīz b. Mūsa estableció con la población de Lisboa, Santarém y Coimbra un tratado similar al que había establecido con Teodomiro, señor de Orihuela, en el Sharq. El acuerdo permitió a la población conservar la religión cristiana, así como la propiedad, a cambio de pagar un tributo: en esto consistía el estatuto de la ḏimma. Dicho estatuto permitió la supervivencia de una importante comunidad cristiana. En el siglo XII, la Crónica de la Conquista de Lisboa menciona al obispo de esa comunidad cristiana, liquidado por los cruzados durante el asedio a la ciudad. Al-Idrīsī describe el santuario dedicado a São Vicente, situado en el extremo suroeste peninsular, cuyas reliquias son trasladadas a Lisboa tras la conquista cristiana de la ciudad en 1147. 

Esas comunidades cristianas parecen participar, desde fechas tempranas, en levantamientos dirigidos contra el poder omeya, ya que comparten el descontento con los líderes musulmanes locales en relación con la autoridad cordobesa. Es el caso de la acción protagonizada por el árabe Ibn Muġīṯ, líder del ejército establecido en Beja que, en el año 763, se rebeló contra el emir, en obediencia a los abasíes de Bagdad. También hay que hacer referencia a la revuelta de Tumlus, personaje de origen desconocido, en Lisboa a principios del siglo IX. En 828, es el turno del bereber Maḥmūd b. ʿAbd al-Ğabbār y su compañero muladi Sulaymān b. Martín, ambos de Mérida. Estos recorren vastas zonas del Gharb, perseguidos por las tropas omeyas. Incluso la familia del califa no escapó a la disidencia, ya que en 938-9 uno de sus miembros, Umayya b. Isḥāq, gobernador de Santarém, se pasó al lado cristiano porque su hermano había pretendido el califato y había sido ajusticiado por ‘Abd al-Raḥmān III. 

Sin embargo, es el levantamiento liderado por el muladí ʿAbd al-Raḥmān b. Marwān al-Ğilliqī el más significativo. Se rebela en Mérida en 868, como su padre Marwān b. Yūnus, que había sido gobernador de la ciudad. En la base de esta y otras insurrecciones que estallan en otros puntos de al-Andalus estarían las pretensiones autonómicas. En el sur del Gharb, gobernaron otros señores, aliados o competidores de al-Ğilliqī, a saber, Saʿīd al-Malik de Beja, Yaḥyà b. Bakr de Ocsonoba (ahora Faro), Bakr b. Salama de Aroche e Ibn ʿUfayr de Niebla. Así se diseñan unas microautonomías que cristalizan en el siglo XI en reinos independientes o taifas con la disolución del califato omeya. Estas y otras ciudades del suroeste fueron anexadas entre 1050 y 1063 por Sevilla, tras la ofensiva lanzada por el rey al-Muʿtaḍid (r. 1042-1069). En el siglo siguiente, un flujo desestabilizador sigue este mismo camino en dirección opuesta. El movimiento religioso de inspiración mística liderado por Ibn Qasī de Silves (m. 1151) tiene como objetivo Sevilla, la ciudad donde el poder almorávide, que gobierna al-Andalus entre 1090 y 1147 desde Marrakech, tenía su base andalusí. 

Ibn Qasī proviene, como Ibn Marwān, de una prestigiosa familia muladí. Apoyado por miembros de la élite política del Gharb, como Ibn Wazīr de Évora e Ibn al-Munḏir de Silves, se proclama mahdī (‘el bien guiado’ o Mesías) e imām (líder religioso de la comunidad) al frente de un grupo de seguidores conocidos como murīdūn (novicios). Ante el aumento de las tensiones internas, Ibn Qasī solicitó la intervención de los almohades, opositores a los almorávides en el Magreb, con la esperanza de que reconocieran su liderazgo en la región. Sin embargo, solo lo reconocen como señor de Silves. Insatisfecho, Ibn Qasī se niega a obedecer al califa almohade y busca aliarse con Afonso Henriques de Portugal, lo que provoca la ira de la población de Silves y precipita su muerte. 

Lápida funeraria del siglo I encontrado en Lisboa con una inscripción en latín, y con otra  añadida en el siglo X en árabe que conmemora la restauración de la ciudad por orden del califa Hišām II, finalizada en el año 985. Fuente: Museu de Lisboa.

Una periferia política y cultural 

En 844, los normandos descendieron por la costa atlántica desde Galicia y ascendieron por la desembocadura del Tajo hasta Lisboa, donde pasaron unos días saqueando la ciudad. Luego se dirigieron a Sevilla, donde llevaron a cabo un duro asalto. La alarma lanzada por el gobernador de Lisboa –Wahballāh b. Ḥazm– demostró haber sido ineficaz. Este evento expone las debilidades del dispositivo defensivo y revela la importancia de Occidente en la defensa de la cuenca del Guadalquivir. Por ello, ʿAbd al-Raḥmān II (r. 822-852) refuerza las fortificaciones en las desembocaduras del Tajo y el Sado y constituye una flota que será decisiva en futuros ataques. 

La ausencia de un poder político fuerte también hizo que el Gharb fuera permeable a las incursiones cristianas. A lo largo del siglo IX, Afonso III de Asturias se hace con el control del río Duero y llega a Coimbra. En el siglo siguiente, Ordoño II de León atacó Sevilla (910), Évora (913) y Mérida (915), y Ordoño III saqueó Lisboa (953). La proclamación del califato en al-Andalus con ʿAbd al-Raḥmān III (r. 912-961) supone el refuerzo del tejido administrativo y militar en las periferias. Los califas omeyas construyeron, reconstruyeron o ampliaron muchas fortificaciones, especialmente en las zonas fronterizas. En el Gharb, por ejemplo, datan de esta época las obras de ampliación del castillo de Palmela, en la desembocadura del río Sado, así como del Castelo Velho de Alcoutim, cerca del río Guadiana, además de la reconstrucción de Lisboa, muy afectada por el ataque de Ordoño III. La importancia estratégica del Gharb la comprende Almanzor, que desarrolla un astillero en Alcácer do Sal desde donde parten los barcos utilizados en el asalto a Santiago de Compostela en el año 997. 

Sin embargo, la condición de periferia persistió, motivada por la lejanía no sólo de Córdoba, sino también del Mediterráneo, centro neurálgico de los contactos políticos, económicos y culturales que unían al-Andalus con el resto del mundo musulmán. El Gharb accedió a las redes comerciales del Mediterráneo fundamentalmente a través del papel mediador de ciudades como Sevilla, Málaga o Denia. La concentración de monedas de oro fatimíes en las ciudades del Sharq y la cuenca del Guadalquivir y su escasez en Occidente sugieren que las transacciones del Gharb fueron principalmente de carácter regional. 

La periferia política también significaba la periferia cultural. Córdoba fue, desde el siglo VIII, principal eje de difusión de la cultura andalusí. Durante el gobierno de ʿAbd al-Raḥmān II, se intensificó el movimiento de transferencia cultural desde Oriente, ejemplificado por la llegada del músico persa Ziryāb. En el califato de ʿAbd al-Raḥmān III, el emperador bizantino envía a un monje para ayudar con la traducción de los textos griegos. Su sucesor, al-Ḥakam II (r. 961-976), adquirió manuscritos en Bagdad y Egipto y reunió una extensa biblioteca. 

A principios de siglo XI, la fitna –la guerra civil entre diferentes facciones que se disputan el califato de al-Andalus– empuja a sabios como Ibn Ḥazm fuera de Córdoba, mientras la biblioteca del califa es dispersada por todo el territorio. El fracaso del califato es, sin embargo, una oportunidad para las periferias. Surgen unas 30 taifas, siete de las cuales en el Gharb, a saber, Badajoz, Silves, Santa Maria al-Ġarb (antes Ocsonoba y ahora Faro), Mértola, Saltés y Huelva, y Niebla. Estos reinos buscan replicar el modelo de gobierno del califato. Los régulos necesitan sabios que les ayuden en el gobierno y para promover su imagen entre la población y los soberanos rivales. Algunos de los ulemas más influyentes de este período, como Abū al-Walīd al-Bāǧī (m. 1081) o Ibn ʿAbdūn al-Yabūrī (m. 1134), son del Gharb e ilustran un movimiento creciente de hombres de saber que se acentúa en época almorávide. 

A pesar de la modesta presencia de hombres de conocimiento en el Gharb durante el emirato y el califato y la persistencia de comunidades cristianas, existe un deseo creciente de vivir según una matriz islámica. Ibn Marwān exige que la ciudad que pretende fundar –Badajoz– sea dotada de los elementos esenciales de una ciudad islámica –mezquita, baños y fortaleza– construidos por artesanos enviados desde Córdoba. Esta identificación va más allá del ámbito religioso y se extiende a diversos dominios de la materialidad, como lo demuestra el intercambio de objetos y modelos culturales que les sirven de base, que se abren camino a través del Mediterráneo hasta el Gharb al-Andalus. 

Recipiente de cerámica del siglo XII con la inscripción “baraka” (=bendición) hallada en Mértola, con decoración similar a otras encontradas en Málaga y Almería. Fuente: Susana Gómez Martínez. Museum With No Frontiers.

En conclusión

La imagen de Gharb al-Andalus como un “salvaje oeste” del mundo islámico es el resultado de una cultura centrada en el Mediterráneo oriental que el dominio omeya pretendía reproducir en Córdoba. La debilidad del tejido administrativo que unía a Córdoba con las periferias andalusíes permite la afirmación de élites locales, en su mayoría de origen muladí, aunque también de árabes descontentos con la dinastía omeya. Estas élites fueron llamadas a ocupar cargos en la administración o en el ejército y desarrollaron reivindicaciones de autonomía al margen de un aparato de gobierno que reaccionaba de forma lenta, tardía o intermitente. 

La periferia cultural también parece relativa, ya que, sobre todo a partir de la época de las taifas, el Gharb aporta figuras de renombre al mundo del saber. La lejanía y la supuesta peligrosidad del Gharb son visiones que derivan principalmente de una perspectiva desde la cuenca del Guadalquivir. Los autores del Gharb no atribuyen la causa de sus fracasos a su origen geográfico. Algunos, como Ibn Bassām o Ibn Abdūn, destacan la vida cómoda que disfrutaban en el ejercicio de sus actividades profesionales, respectivamente, en Santarém y Évora/Badajoz, antes de los cambios políticos y culturales de finales del siglo XI relacionado con la llegada de los almorávides. 

La educación de otros personajes, como Ibn ʽAmmār de Silves o más tarde Ibn Qasī, tiene lugar en varias localidades andalusíes más allá del Gharb. Sin embargo, su base educativa, así como su deseo de ampliarla, les fue inculcada en el Gharb, lo que demuestra la difusión hacia Occidente de la importancia del conocimiento, una consideración similar a la que existía en todo el mundo islámico. La obra escrita de Ibn Qasī que sirvió de base a su movimiento político-religioso resume la capacidad del Gharb para contribuir, aunque con dinámicas aparentemente disruptivas, a la diversidad intelectual andalusí. 

La visión del Gharb al-Andalus como un “salvaje oeste” es reduccionista, pues solo refleja las dificultades de la gobernabilidad omeya, así como una arquitectura de poder basada en la supremacía de Córdoba en el ámbito político, económico y cultural. Aunque el Gharb nunca tuvo la relevancia de otras periferias andalusíes, como el Sharq, un análisis más detenido de los textos, así como de la investigación arqueológica, demuestra que el Gharb se articula de diferentes formas con el resto de al-Andalus y con el mundo islámico en general. Esta conexión se acentúa a partir del siglo XI con la fragmentación política en taifas y con la posterior integración de al-Andalus en los imperios almorávide y, principalmente almohade, gracias a los que se desarrolla una dinámica en el mundo islámico que otorga un nuevo protagonismo y centralidad al Gharb al-Andalus. 


Nota: Este texto parte de una breve alusión del profesor Hermenegildo Fernandes (Universidad de Lisboa) al Gharb al-Andalus como un “salvaje oeste”, en una conversación informal.


Para ampliar: 

  • Coelho, António Borges (1972). Portugal na Espanha Árabe. Lisboa: Caminho.
  • Fernandes, Hermenegildo (2020). “Confronto e Interação: o Islão na Península Ibérica”, en História Global de Portugal, Carlos Fiolhais, José Eduardo Franco y José Pedro Paiva (eds.). Lisboa: Círculo de Leitores – Temas e debates, 163-69.
  • García Sanjuán, Alejandro (2009). “La caracterización geográfica del Garb al-Andalus en las fuentes árabes medievales”, en Medievalista Online, año 5, nº 6. Lisboa: IEM.
  • Manzano Moreno, Eduardo (1991). La frontera de al-Andalus en la época de los Omeyas, Madrid: C.S.I.C, Biblioteca de Historia. 
  • Picard, Christophe (2000). Le Portugal musulman. VIIIe-XIIIe siècles. L’ Occident d’al-Andalus sous domination islamique. Paris: Maisonneuve & Larose.
  • Vários (1998). Portugal Islâmico: os últimos sinais do Mediterrâneo [Catálogo de exposição]. Lisboa: Museu Nacional de Arqueologia, 1998.