La presencia islámica en el noroeste peninsular. Problemas y propuestas

El excepcionalismo del noroeste peninsular lo convierte en un testigo de excepción de las primeras fases de ocupación musulmana, por la simple razón de que allí no hubo sucesivas fases posteriores que compliquen la interpretación de las evidencias de presencia islámica. Es decir, es altamente probable que cualquier indicio de presencia musulmana encontrado en el noroeste se corresponda con la primera (y única) fase de ocupación, ofreciéndonos una posible cronología anterior al 750 no disponible en otras regiones de más larga y compleja trayectoria islámica


David Peterson
Universidad de Burgos


El río Duero a su paso por Zamora. En Coreses, 10 km aguas arriba, aparece el microtopónimo Almofallas, próximo al paso de la vía romana sobre el río. Wikimedia Commons

Además de los problemas inherentes al estudio de cualquier periodo remoto, varios factores contribuyen a complicar aún más el acercamiento a la presencia islámica en el noroeste peninsular durante la primera mitad del siglo VIII. La propia resonancia histórica de la invasión y la conquista musulmanas pone en entredicho la verosimilitud de las escasas fuentes narrativas existentes, siendo la cronística, por su naturaleza, un registro fuertemente politizado. Según qué comarca, la diplomática (es decir, los diplomas y otros documentos) tardará todavía entre uno y dos siglos en coger suficiente cuerpo como para poder acercarnos de modo fehacientemente a la realidad social. Por su parte, la arqueología hasta hace muy poco tiempo apenas ha registrado presencia musulmana alguna. Y, por último, la toponimia, como herramienta para acercarnos al pasado, es notoriamente problemática, sobre todo por la dificultad de saber el momento en que se acuñase cualquier nombre de lugar. Con todo, las fuentes narrativas apuntan inequívocamente a la sumisión inicial de la región noroccidental, y que, a partir de aproximadamente 750 y como consecuencia de una coyuntura de hambruna, una rebelión bereber, la indiferencia árabe y la agresividad cristiana, dicho espacio quedó fuera del control directo islámico. En consecuencia, el noroeste también ha quedado marginado dentro de la historiografía andalusí, pues a la problemática metodológica ya esbozada se añade el hecho de que, por ser una región atípica, periférica y solo brevemente incorporada en al-Ándalus, parecía que poco podría ofrecer al estudioso de dinámicas andalusíes. 

Sin embargo, y quizás de modo contraintuitivo, el propio excepcionalismo del noroeste lo convierte potencialmente en un testigo de excepción de esas primeras fases de ocupación musulmana, por la simple razón de que allí no hubo sucesivas fases posteriores que complicasen la interpretación de las evidencias de presencia islámica. Es decir, es altamente probable que cualquier indicio de presencia musulmana encontrado en el noroeste se corresponda con esa primera (y única) fase de ocupación, ofreciéndonos una posible cronología ante quem de 750 no disponible en otras regiones de más larga y compleja trayectoria islámica. La correlación no será perfecta, pues también existen otras dinámicas capaces de explicar huellas islámicas en la periferia peninsular, pero como hipótesis de partida es sumamente atractiva. 

Volviendo a los cuatro registros contemplados en el primer párrafo, a estas alturas es difícil que las archiconocidas pero lacónicas, contradictorias y retrospectivas fuentes narrativas aporten novedades significativas a nuestra comprensión del proceso de invasión y conquista. Los otros tres registros mencionados, sin embargo, sí han ofrecido recientemente algunos nuevos datos de interés.  

Con respecto a la arqueología, el descubrimiento más espectacular es sin duda el del cementerio (maqbara) de Pamplona que indica una temprana y profunda islamización en espacios en los márgenes del poder andalusí. No obstante, Pamplona queda fuera del noroeste y aquí la cronología es algo posterior, fechada hacia finales del siglo VIII. Más relevantes para nuestros intereses son los más modestos hallazgos de cerámica emiral en León, que podrían señalar una presencia musulmana en dicha sede episcopal. También son relevantes los hallazgos en Cataluña, la Narbonense y en el Alto Aragón de torres de señalización, de sellos, y de monedas que conjuntamente nos permiten esbozar el probable sistema de control de la primera fase de ocupación. Notemos que, como también fue el caso para el noroeste, tanto la Narbonense como Cataluña septentrional pronto quedaron fuera de al-Ándalus. Así el principio de que la periferia pudiera enriquecer nuestro conocimiento de las primeras fases de ocupación, tal y como fue postulado por Acién en su día, se consolida. 


Dentro de este contexto, la diplomática también aporta algunos datos nuevos. Se conocía desde hace varios años la existencia del microtopónimo Almofala, de inequívoca etimología árabe, presente en las afueras de León, la referida sede episcopal en la que se han registrado también fragmentos cerámicos que se pueden fechar en el periodo emiral. Obviamente, la cerámica se mueve, y, en ocasiones, incluso se emplea precisamente para transportar bienes, pero los microtopónimos están anclados a la tierra y requieren de otro tipo de explicación. En este caso, Almofala se registra en el año 1174 en referencia a un pago rústico situado a dos kilómetros al norte de la catedral legionense. Aunque en diferentes dialectos árabes la raíz ha dado lugar a una variedad de acepciones (albergue, aldea, barrio, burgo, etapa, judería, posada), la única documentada en el árabe peninsular, según Corriente, es la de ‘campamento militar’. Los autores del Lexicon Latinitatis Medii Aevi Regni Legionis (ed. Maurilio Pérez et al., 2010), por su parte, aun admitiendo este significado, entendían Almofalla como un hápax, es decir, un único caso y, por tanto, difícil de contextualizar: ¿en qué sentido y cuándo habría sido un lugar de acampada militar? 

Pero no es un hápax, y la aparición de otros casos en la diplomática medieval nos permite avanzar una primera hipótesis. En tres de los casos ‘nuevos’, Almofalla también se refiere a un predio rústico en las afueras de una sede episcopal: en Calahorra, en Oca y en Ourense. En Calahorra, el campamento parece haberse ubicado en un alto hacia el norte del centro urbano, y próximo, por lo tanto, a la vía romana Ab Italia in Hispania. Esta ciudad bajorriojana queda fuera del espacio abandonado por el islam a partir de 750, pero su testimonio es importante ya que se documenta relativamente temprano (1045). En Ourense, la referencia proviene de la documentación de Santa Comba de Naves, de nuevo en las afueras de la sede episcopal, fechada en este caso a mediados del siglo XIII. El caso de Oca, en un texto de hacia 1220, es especialmente significativo por un doble motivo: el nulo desarrollo urbanístico posterior del lugar, lo cual limita notablemente el elenco de coyunturas que podrían explicar la aparición de la voz; y la conservación del topónimo medieval entre la microtoponimia actual, lo cual nos permite no solo ubicarlo con precisión (de nuevo en un altozano a un par de kilómetros de la sede episcopal y próxima a una vía romana), sino también documentar su transformación fonética hacia la forma Olmayas. 

Vista hacia el sur desde Olmayas (Villafranca Montes de Oca). Fotografía del autor.

En otras dos ocasiones, se empleaba la voz con referencia al campamento de Alfonso I de Aragón ‘El Batallador’, primero en 1124 en Pangua y de nuevo tres años después en Isar, en ambos casos pueblos burgaleses. Estos dos ejemplos nos alejan de sedes episcopales, pero nos sitúan en vías estratégicas, en el Camino de Santiago en Isar, y en la entrada de Álava en el primer caso en la antigua vía XXXIV Ab Asturica Burdigalam. Aquí, además, la voz Almohalla ya se había fosilizado en 1240 como el microtopónimo Amifollas, con la misma tendencia pseudo-pluralizante observada en Oca con Olmayas.  

Estas derivaciones también nos permiten identificar algunos otros casos entre la microtoponimia del noroeste ibérico: la secuencia Almoalla / Olmualla / Ormualla / Olmalla registrada en la documentación moderna de Peñafiel (Valladolid) en el río Duero; y las formas de nuevo pluralizantes Almofallas / Amofayas / Almafallas documentadas desde el siglo XVIII en Coreses (Zamora), próximo al nudo viario (de los Iter XXIV y XXVI del Itinerario Antonino) ubicado inmediatamente al norte del Duero y el importante campamento romano de Alba-Villalazán. 

Con todo, lejos de ser un hápax y, por tanto, prácticamente imposible de descifrar, a partir de la diplomática y la microtoponimia hemos reunido un pequeño corpus de ocho apariciones noroccidentales. Se reparten en partes iguales entre las afueras de las sedes episcopales y otros puntos estratégicos de la antigua viaria romana. Si el empleo de la voz a principios del siglo XII en relación con Alfonso el Batallador nos obliga a contemplar usos léxicos plenomedievales como posible origen de estos topónimos, su aparición ya fosilizada como topónimo en Calahorra es setenta años anterior al reinado del monarca aragonés, mientras que los casos de Ourense, Coreses y Peñafiel también nos alejan de una explicación general en las campañas del Batallador. Y clave es el caso de Oca: abandonada como centro urbano significativo a partir de 750, cualquier relevancia estratégica tiene más sentido en las primeras décadas del siglo VIII que en periodos posteriores. 

Mapa del valle del río Oca. Elaborado por Iván García Izquierdo.

¿Cómo entonces explicar estos múltiples campamentos noroccidentales denominados con una voz árabe?  

Volviendo a la evidencia arqueológica recién emergida en la periferia nororiental, ésta le ha permitido al historiador francés Philippe Sénac postular una estrategia de ocupación del territorio narbonense con pequeños destacamentos de tropas musulmanas ubicados en puntos de control cada quince o veinte kilómetros de la antigua red viaria romana. Esto, a su vez, coincide bien con la descripción de al-Bakri de unas treinta mahallas (es decir, almofallas) a lo largo de los 540 kilómetros que separan Algeciras del Balāṭ Ḥumayd, lugar tradicionalmente asociado con el Puerto de Guadarrama. Por otra parte, diferentes autores han destacado el papel de algunos obispos como intermediadores entre los autóctonos y los conquistadores, preocupados estos sobre todo en la extracción de rentas de aquellos; las sedes episcopales así también se convertirían en nodos estratégicos importantes.  

Por su parte, a partir de las campañas de Carlos Martel descritas en la cronística, el historiador español Manuel Acién postulaba una estrategia cristiana de desactivación de centros episcopales colaboradores en la Narbonense como Béziers, Agde, Maguelone y Nimes. En la Cuenca del Duero, el célebre pasaje de la Crónica de Alfonso III, que enumera una serie de ciudades ‘antaño oprimidas por los sarracenos’ saqueadas por Alfonso I de Asturias hacia 750, entre las que figuran las mismas León y Oca, podría estar recordando una dinámica análoga de desestructuración de las bases del poder andalusí en el noroeste. 

Distribución de los derivados de Almohalla en Castilla y León, proyectada sobre la red de vías romanas. Elaborado por Iván García Izquierdo.

Lo que postulamos, por lo tanto, es que nuestras almofallas, diseminadas como están por el noroeste, pero coincidiendo llamativamente con nudos estratégicos en la red viaria romana y en las afueras de sedes episcopales, son una huella de la primera fase de implantación del poder islámico en la Península. Como tal, esta evidencia diplomática y toponímica, que complementa los testimonios arqueológicos que han emergido en años recientes, parece confirmar la intuición de Acién de que es precisamente en la abandonada periferia donde encontraremos las mejores evidencias acerca de las primeras fases de ocupación musulmana de la Península. 


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