“… Le dixo que los guardase como los ojos de la cara”: libros árabes e Inquisición

Entre los muros, bajo los suelos o en alacenas de casas y viviendas antiguas, han aparecido en numerosas ocasiones papeles, documentos y libros escritos en árabe. Y esto es para nosotros un tesoro, porque nos permite estudiar una parte de la historia de al-Andalus


Amalia Zomeño
ILC-CCHS-CSIC


Detalle de la Plataforma de Vico (plano de Granada), grabado de Francisco Heylan (1564-1650) realizado hacia 1612. Wikimedia commons.

Actualmente, se sigue hablando de los tesoros que los musulmanes dejaron atrás cuando fueron expulsados del Reino de Granada. La “leyenda” dice que, ante la premura de la salida de al-Andalus, los moriscos prefirieron ocultar y esconder sus tesoros en vez de acarrearlos con ellos en un viaje difícil y lleno de incertidumbres, con la esperanza de poder volver para recuperarlos.

En realidad, esto no es una leyenda. A lo largo del siglo XVI debieron ser muchas las peticiones que algunos moriscos elevaron al rey para que se les permitiera volver a recuperar aquello que habían ocultado en sus casas y haciendas. Y tenían razón en hacerlo porque, aunque las autoridades lo castigaban, algunos habitantes de Granada se habían dedicado, de noche, a entrar en las antiguas propiedades de los moriscos para ponerse a cavar y a derribar muros en busca de tesoros. Incluso eran muy populares unos librillos impresos en los que se les guiaba en la búsqueda de esos caudales.

Los historiadores y arabistas también buscamos esos tesoros, pero de otra manera. Y es que, aunque la leyenda habla de grandes riquezas —joyas, monedas—, lo que es una evidencia es que, entre los muros, bajo los suelos o en alacenas de casas y viviendas antiguas, han aparecido en numerosas ocasiones papeles, documentos y libros escritos en árabe. Y esto es para nosotros un tesoro, porque nos permite estudiar una parte de la historia de al-Andalus.

Veamos algunos ejemplos. En junio de 2003, cuando se procedía a hacer unos trabajos de remodelación de un inmueble en Cútar (provincia de Málaga) y al derribar un muro de tapial en la primera planta, aparecieron tres libros manuscritos en lengua árabe, que estaban recubiertos de paja y depositados en un vano tapiado, empotrado en el muro (Calero Secall: 2006, 151). Además de un Corán, posiblemente de finales del siglo XII o primeros del XIII, aparecieron otros dos volúmenes misceláneos, ambos de finales de la época nazarí, que han sido estudiados minuciosamente por María Isabel Calero Secall. Gracias a este tesoro escondido, se ha podido conocer mejor la labor diaria y las notas personales del que fue imam de la mezquita de Cútar en época mudéjar, Muḥammad b. ‘Alī b. Muḥammad al-Ŷayyār al-Anṣārī. Dice María Isabel Calero: “no sería aventurado afirmar que fuera el mismo al-Ŷayyār o su familia quienes los escondieran al verse forzados a convertirse. Convencidos, probablemente, de que los tres libros constituían un patrimonio familiar, un tesoro, que encerraba recuerdos o documentos de la propia familia o de su comunidad, los guardan secretamente por si la situación algún día cambiaba y podían ser recuperados”.

Cútar (Málaga). Wikimedia commons.

Otro tesoro textual fue puesto en manos del arabista granadino Luis Seco de Lucena Paredes, quien nos dice:

“… Al huir de Baza pocos días antes de que las tropas de Castilla conquistasen dicha ciudad, ocultó en un muro de su casa, cuidadosamente envueltos por una pieza de tela verde, todos sus papeles, aparecidos hace pocos años, al ser demolida la vivienda”.

Seco de Lucena: 1955, 155.

En este caso, el propietario de una vivienda en Zújar, al remodelar el inmueble, encontró unos documentos, todos ellos relacionados con la familia al-Qirbilyānī – al-Ḥakīm, con las transacciones que ellos hicieron y con las relaciones que establecieron entre los diferentes miembros de la familia (Zomeño: 2015). Estos documentos eran sin duda un tesoro para la familia, porque en caso de volver a al-Andalus, les habría permitido demostrar su condición de propietarios de tierras y bienes inmuebles. Paradójicamente, al esconderlos, los preservaron para la Historia, de forma que podemos ahora mostrar cuál fue su identidad y su memoria.

Documento de compraventa de una propiedad en el Albaicín por 28 dinares de oro. Escuela de Estudios Árabes (CSIC, Granada). Simurg.

Pero estos dos pequeños hallazgos palidecen ante el número de manuscritos en árabe y aljamía que se conservan en la Biblioteca Tomás Navarro Tomás, los conocidos “manuscritos de la Junta”. Todos ellos aparecieron entre los escombros de una obra que se había hecho en una vivienda en la villa zaragozana de Almonacid de la Sierra. Habían sido escondidos debajo de las losas del suelo de una vivienda, losas que se levantaron siglos después al hacer una nueva obra. Junto a los casi cien manuscritos se encontraron también algunos utensilios para encuadernar, por lo que se ha creído que quien los guardó era un librero o comerciante y reparador de códices, morisco aragonés, quizá por miedo a que los encontrara la Inquisición.

Volvamos a Granada. Las Capitulaciones firmadas entre los Reyes Católicos y Boabdil fueron especialmente permisivas respecto a los textos en árabe que los granadinos podían tener en su poder: los documentos legales mantenían su validez e incluso se siguieron escribiendo con regularidad y con unas prácticas notariales idénticas a las anteriores a 1492 —sabemos que algunos notarios se quedaron en la ciudad después de la conquista—. De hecho, los documentos que los habitantes musulmanes de Granada tenían en sus casas les sirvieron bien para vender sus propiedades a los castellanos y a quienes, con la propiedad, entregaron los documentos. Posteriormente, a partir de 1496 se instauraron una serie de impuestos y restricciones que fueron complicando cada vez más la vida de los mudéjares. Esta situación provocó la rebelión del Albaicín y de las Alpujarras y la conversión general de 1500, así como las normas y resoluciones posteriores que limitaron a los moriscos.

Es verdad que, a través de la intervención de varios notables moriscos, la llegada de la Inquisición a Granada y, en general, la represión contra los conversos se fue atrasando, pero finalmente llegó en 1526, siendo uno de los objetivos fundamentales el suprimir la observancia de los ritos musulmanes entre los cristianos nuevos. Las noticias que tenemos de la Inquisición en Granada son pocas, puesto que no se conservan los juicios completos, pero sí tenemos las listas de quiénes fueron llevados al tribunal y porqué fueron perseguidos (García Fuentes: 1981).

En concreto, en Granada, en los años 1560, 1569, 1571, 1574 y 1582, hubo catorce moriscos que fueron presentados en los autos de fe por tener escritos o libros en árabe, aunque como veremos, con diferentes cargos y circunstancias.

Detalle de la Plataforma de Vico (plano de Granada), grabado de Francisco Heylan (1564-1650) realizado hacia 1612. Wikimedia commons.

El primero que se enfrenta a la Inquisición en 1560 fue Hernando Girón “por averse hallado en su poder un libro de ley de moros” (García Fuentes: 1981, 32). En 1569 son tres personas las que se presentan ante la Inquisición. El primero, Francisco el Gazil porque “avia tenido y leydo un libro del Alcorán de Mahoma”. El segundo es Miguel el Puxarri “porque tenia libros de moros” (García Fuentes: 1981, 84-5 y 91) mientras que Cecilia, mujer de Andrés de la Torre, tenía “unas axorcas con letras y oraciones de moros”. Ninguno de ellos parece que tuviera intención de esconder las letras árabes, sobre todo en el caso de Cecilia, cuyos textos podrían confundirse fácilmente con las decoraciones de la joya. En el caso de Francisco, además de poseer los libros, se dice que los había leído, por lo que el pecado no es pasivo, como parece en los otros casos. La verdad es que, los tres moriscos que se presentan ante el Santo Oficio en 1569, no solo son castigados por tener libros en “arábigo”, sino sobre todo porque, además, habían hecho “ceremonias de moros”. La Inquisición no entraba en sus casas buscando libros, pero, una vez dentro, allí los encontró.

El 18 de marzo de 1571 se presentan ante la Inquisición de Granada siete casos de moriscos que tienen libros escritos en árabe (cuatro hombres y tres mujeres). El caso que se relata de Sebastián de Alcaraz recuerda mucho a los hallazgos hechos en lo que fue el reino de Granada:

“Porque en cierto agujero de su casa se hallo un libro escripto en arabigo con quatro oraciones de moros y otras cosas del Alcoran de Mahoma, y estava el agujero enbarrado con yeso; confeso que otra persona le avia puesto pero que el no lo sabia lo que era” .

García Fuentes: 1981, 96.

También García de la Cámara quiere deshacerse, aunque no esconder, el pequeño papel que tenía para hacer la oración según los ritos musulmanes, y el registro dice:

“Porque procuro con diligencia encubrir un papelillo escripto en arabigo que era una ynstitucion de como se avia de hazer la çala y en el llaman a Mahoma por siervo de Dios y su mensajero, y defendiendolo y queriendo dexar el dicho papel rogo a cierta persona muy encarecidamente que le rasgase o quemase por averse hallado en una talega de pasas del dicho reo que se traya de un lugar levantado” (García Fuentes: 1981, 96).

Este García de la Cámara había, por tanto, traído ese papelillo de un lugar “levantado”, refiriéndose quizá a una de las localidades que se rebelaron contra el rey en la llamada Guerra de las Alpujarras, precisamente entre 1569 y 1571. De hecho, llama la atención, muy especialmente, la pena pecuniaria que se impone a Garcia, seis mil maravedíes, sin duda por su posible participación en la guerra contra Castilla.

También Ysabel Xaquiza había tratado de esconder los textos que encontraron en su casa, sobre todo del Corán y sus comentarios, si bien no se nos explica cómo los escondía:

“Porque en su casa se hallaron abscondidos mucha cantidad de libros ansi del Alcoran de Mahoma como exposiciones de los dichos Alcoranes y de la seta de Mahoma”.

García Fuentes: 1981, 97

Por otro lado, Maria Guajara, vecina de Pulianas en la Vega de Granada y esposa de un labrador, recibe nada menos que la pena del destierro porque llevaba un libro de oraciones cosido entre sus ropas, además de haber llevado a cabo, seguramente de forma pública, las abluciones y la oración (García Fuentes: 1981, 109).

También en 1571 se presenta en el tribunal el caso de Miguel Hernandez Hagini, cerero vecino de Granada quien había sido visto haciendo las abluciones y la oración, así como haber guardado el ayuno del mes de Ramadán y haber guardado la “pasqua de moros”. Igual que María, en su casa había “ciertos papeles escriptos en arabigo”, pero lo que era mucho peor:

“Una plancha de promo con letras arabigas que tenian palabras de Mahoma y la oración del hand y otras oraciones de moros para atraer riquezas”.

García Fuentes: 1981, 105

No se menciona su intención de esconder los libros, y tampoco las planchas con las que sin duda debía llevar una cierta actividad de propaganda y proselitismo mediante la impresión de panfletos con oraciones para los moriscos. El caso de Miguel muestra muy claramente que, aunque siempre se han encontrado escondidos textos manuscritos, quizá los moriscos guardaban también pequeños textos impresos en árabe, quizá islámicos, que circularían por Granada.

El 25 de marzo de 1574 se presentan en el tribunal de la Inquisición dos mujeres moriscas, Inés de Mendoza, de Antequera, y María de Toledo, natural de Sevilla. Sus casos son muy similares, puesto que ambas, a través de testigos, fueron vistas haciendo “cerimonias de los moros” y mostrando un libro de textos musulmanes, quizá libros de oraciones (García Fuentes: 1981, 126-7). Se muestra aquí cómo las mujeres, quizá en el contexto de la rebelión de las Alpujarras, llevaban a cabo las oraciones comunales entre los sublevados, práctica muy perseguida por los inquisidores. En el caso de María, de hecho, los testigos añaden un agravante más a su posesión del libro, puesto que se lo enseñaba “a otras personas”. De esta forma, su actividad delictiva no era la de rezar por el rito islámico, sino también la de proselitismo, siendo esta práctica la más castigada ya desde el memorial de Galindez de Carvajal, quien recomienda comenzar por aprehender a los “domatizadores o alfaquíes, o otros que enseñan la seta de Mahoma”.

El caso más desarrollado es el de Mencia Hernández, que se presentó en el tribunal de la Inquisición el 5 de junio de 1582. Mencia era vecina de Antequera y fue presa por el corregidor de la ciudad por “averse hallado en su poder un libro escrito en arabigo”. El libro fue entregado al Santo Oficio y lo debieron examinar los “ynterpretes de la lengua arábiga”; su dictamen fue el siguiente:

“Dixero que contiene dos zuras de Alcoran de Mahoma que son capítulos espresos sacados al pie de la letra del Alcoran, en refutación de nuestra santa fe católica porque en ellos niega a cada paso la Santísima Trinidad y pone otras cosas en favor de la seta de Mahoma, que el un capitulo se intitula del çomar que es del día del juicio que los moros se salvaban y los demás se condenaran y el otro capítulo es acerca de las señales que serán el día del juicio y que la persona que tubiere el dicho libro o del usare, será sospechosa de aposta y siendo de casta de moriscos sera más sospechosa”.

García Fuentes: 1981, 267-8

Siguiendo esta descripción de los intérpretes, podríamos aventurarnos a entender que el Corán que tenía Mencia era incompleto, incluyendo las partes que contenían la azora 39, titulada al-Zumar. En esta azora, no solo se señala la unicidad de Dios, quizá negando así a la Santísima Trinidad como dicen los intérpretes, y también el día del juicio y la salvación de los creyentes musulmanes. El segundo capítulo del Corán que debía tener Mencía, también según los intérpretes, contenía un pasaje sobre “las señales que serán el día del juicio”, lo que podría aludir a las azoras 74 ó 75.

Mencía narra la forma en que ese texto llegó a sus manos. Parece ser que ella había ido a visitar a su marido que estaba preso en la cárcel de la Chancillería, en Antequera, y que allí habían comido ambos juntos. Cuando fueron a despedirse, sigue Mencía, él sacó de sus calzas los papeles que le habían incautado luego a ella y:

“Que dicen que están escriptos en arabigo, que ella no lo sabe porque no sabe leer y le dixo que los guardase como los ojos de la cara y que no los viese nadie”.

García Fuentes: 1981, 267-8

Como en muchos casos, Mencía explica y se excusa de no entender lo escrito:

“Que los tubo guardados hasta el día que se los tomaron que los avia sacado de la almohada para quemarlos, a la acusación dixo que guardo el dicho libro pensando que hera libro de quentos de mercadería”.

García Fuentes: 1981, 267-8

Mencía ahora cambia su testimonio, diciendo que los había guardado pensando que eran cuentas y notas de mercado, pero no tanto textos árabes relacionados con la religión islámica, en cuyo caso los habría quemado. Finalmente, Mencía confesó que efectivamente ella había sido

“Mora desde el año del levantamiento de este reyno y que pedía de ellos perdon porque agora quería ser buena christiana”.

García Fuentes: 1981, 267-8

Parece evidente según la lectura de este caso, que no todo lo escrito en árabe debía guardarse, esconderse o quemarse. Mencía parece saber muy bien que unas cuentas no eran peligrosas y, de hecho, los otros casos perseguidos muestran siempre oraciones o el propio texto coránico.

Documento por el que Abū Ŷaʻfar Aḥmad b. Saʻīd b. Musāʻid se compromete a pagar a Aḥmad b. ʻAlī b. Muḥammad 20 dinares. Escuela de Estudios Árabes (CSIC, Granada). Simurg.

Definitivamente, no es una leyenda. Los moriscos de Granada dejaron tesoros escondidos cuando marcharon “allende” después de 1492. Pero esos tesoros no son siempre monedas, joyas y otros objetos de valor, sino pequeños trozos de papel o pergamino, algunos códices escritos en árabe. Son tesoros para los historiadores.


Para ampliar: