Pierre Guichard (1939-2021), in memoriam

Recordamos, con motivo de su reciente fallecimiento, la trayectoria y personalidad de Pierre Guichard, uno de los más importantes estudiosos del pasado andalusí


Manuela Marín y Maribel Fierro



El reciente fallecimiento de Pierre Guichard, no por esperado – las últimas noticias sobre su salud no eran nada buenas- menos impactante, invita a quienes lo conocimos y tratamos a reflexionar sobre su obra y su personalidad científica y humana. Habrá lugar en otros ámbitos para la presentación y análisis detallados de sus muchos logros y publicaciones; pero ahora querría escribir tan sólo acerca de lo que representó su aportación a la historia de al-Ándalus en el contexto de la historia del arabismo español, desde un punto de vista estrictamente personal y pensando en quienes no lo conocieron y desconocen la importancia de su trabajo.

En 1976 se publicó su libro Al-Andalus. Estructura antropológica de una sociedad islámica en Occidente (Barcelona: Barral Editores), con un título que ya era todo un programa de investigación, y de un tipo que no se había dado hasta entonces en el ámbito del arabismo español universitario, muy centrado en cuestiones filológicas y literarias, con ocasionales incursiones en temas históricos. La posibilidad de hacer un análisis antropológico de la sociedad andalusí no se había, creo, planteado hasta entonces.

Esta obra procedía de su propia tesis (Tribus arabes et berberes en al-Andalus, Universidad de Lyon 2, 1972) y de ella hizo también una versión francesa que apareció algo después de la edición española (Structures sociales “orientales” et “occidentales” dans l’Espagne musulmane, Paris, Mouton, 1977). Puede verse que la versión en castellano, considerablemente más extensa que la francesa, fue la primera que se publicó.


Cabe preguntarse a qué se debió esta singularidad. Por una parte, Barral Editores, como es sabido, procedía de la anterior editorial Seix Barral, que se había convertido en uno de los focos culturales más interesantes y vanguardistas del tardofranquismo. Barral Editores trató de continuar en aquella senda de éxito a finales de los 70, sin que la empresa llegara a cuajar. La obra de Guichard encontró acomodo, por tanto, en una editorial de carácter predominantemente literario y ensayista: en la colección en que se publicó, se codeaba con textos sobre psiquiatría, contracultura, antropología y lecturas críticas del marxismo.

Al final de la introducción a su libro, daba las gracias Guichard, “de una manera especial” a Barral Editores “y a Miquel Barceló, director de la colección, que se han interesado por el trabajo y han aceptado encargarse de su traducción y edición”.

Muchos años después, en una conversación con Miquel Barceló, me dijo hasta qué punto le había impactado la lectura de la tesis de Guichard, que había cambiado por completo su propia percepción de la historia andalusí. Era la época en que había historiadores que leían a Franz Fanon y a Samir Amin y esperaban hacer de la historia un relato comprometido con realidades pasadas o presentes. También a Samir Amin lo mencionaba Barceló y, en otro contexto, Reyna Pastor. La mirada antropológica empezaba igualmente a ser considerada como un instrumento al alcance de los historiadores. Todo lo cual, y no sólo, iba a suponer un revulsivo de la historiografía más tradicional y continuista, que había florecido bajo el régimen franquista.

Miquel Barceló (1939-2013), mallorquín, había estudiado en Barcelona, donde frecuentó a Carlos Barral y Jaime Gil de Biedma, de los que se hizo muy amigo en su época de estudiante; de ahí que trabajase luego para Barral como director de la colección en la que se publicó la obra de Guichard. Esta intervención de Barceló la recordó Guichard no sólo en la introducción de su libro, sino en otras ocasiones posteriores; aunque con el tiempo sus caminos científicos se separaron, uno y otro contribuyeron, de manera obviamente dispar, a replantear de manera drástica los fundamentos de la historia andalusí.


La publicación de la obra de Guichard no tuvo al principio una repercusión muy explícita en España. Era un momento difícil: la revista Al-Andalus, que tenía entonces la categoría no escrita de “órgano de la Escuela de arabistas españoles” llevaba tiempo sin publicar reseñas cuando dejó de publicarse en 1978. Su sucesora, Al-Qanṭara, aunque sí publicó reseñas en su primer volumen de 1980, no se ocupó del libro de Guichard. Sí apareció, sin embargo, en ese mismo número una “variedad” titulada “A propósito de los «barbar al-Andalus»” (AQ, I, 1980, 423-427), en la que Pierre Guichard defendía su postura sobre el poblamiento bereber en la región de Valencia frente las críticas que a ese respecto le había hecho Joaquín Vallvé – a la sazón director de Al-Qanṭara, en un artículo publicado en el último número de Al-Andalus.

La discusión sobre la importancia del elemento bereber en la conquista islámica de la península Ibérica se reprodujo diez años después. En esa época, siendo yo la directora de Al-Qanṭara, el volumen XI de la revista (1990) publicó una sección monográfica sobre bereberes en la que participó Pierre Guichard (a quien se había solicitado, como al resto de los autores de la sección, que enviara un artículo) con un texto en el que respondía a las críticas que le había hecho Míkel de Epalza en 1984; pero al mismo tiempo, la contribución de Carmen Barceló a esa misma sección consistía en una dura crítica de las propuestas de Guichard a la que éste respondería en la revista valenciana Afers (8 (1997), 225-232. Por si faltaba algo para convertir a esta sección monográfica en un campo de batalla científico, dos autores marroquíes, M’hammad Benaboud y Ahmad Tahiri, dedicaban su contribución a desmontar la supuesta “berberización de al-Ándalus” promovida por la investigadora canadiense Maya Shatzmiller.

Sin pretenderlo, la revista se había internado en el territorio minado de la “cuestión bereber”, que algo había ido avanzando desde las hipótesis de Vallvé (para quien los bereberes de al-Ándalus podían ser descendientes de los godos). Las tesis de Guichard habían dado de lleno en uno de los soportes de la construcción historiográfica tradicional de al-Ándalus, cuyos logros culturales – el “esplendor de al-Ándalus”- se basaban en una herencia cultural de prestigio, la árabe, a la que nada habían podido contribuir los bereberes, ese pueblo de camelleros incultos incapaz de apreciar la sutileza de las casidas andalusíes (reproduzco aquí alguno de los estereotipos aplicados a los bereberes por la historiografía occidental más tradicional; no me invento nada).


Pero había además otro aspecto de la tesis de Guichard de difícil asunción por los arabistas españoles herederos de la “escuela” que, durante el franquismo, había personificado y dirigido Emilio García Gómez; otro aspecto que era aún más difícil de aceptar por quienes habían recibido de sus mayores una interpretación de al-Ándalus como feliz fusión de las aportaciones árabes y el sustrato cultural propiamente hispánico, dando como resultado un producto cultural netamente diverso del resto del mundo islámico. El grado de impregnación hispano-cristiana de la sociedad andalusí puede diferir de unos autores a otros, pero siempre se había considerado como su rasgo más característico. Es decir: se trataba de una visión continuista, que veía en la llegada de al-Ándalus un accidente de la historia, engarzado sobre la esencia hispanorromana y cristiana sin que hubiera llegado a alterarla. Por su parte, Guichard proponía considerar a al-Ándalus como parte integrante del mundo islámico, al que pertenecía de suyo por los cambios sustanciales que se introdujeron en ese periodo en las estructuras sociales de la Hispania visigoda. El choque era inevitable; pero quedó felizmente superado por la evidencia histórica que ha ido sustentándose sobre las propuestas de Guichard y que se han integrado en el consenso historiográfico actual.

La obra de Guichard no se limitó a esta primera y tan fructífera incursión en la historia andalusí, que hoy forma parte del bagaje de cualquier historiador que se acerque a ella (se reeditó en Granada, en 1995, con un estudio introductorio de Antonio Malpica). Publicó muchos y muy variados estudios posteriores, se involucró en prospecciones arqueológicas y dedicó una atención especial al espacio valenciano; escribió magníficas síntesis y novedosos estudios monográficos… una obra, en fin, difícil de calibrar brevemente por su calidad y su variedad.


Durante muchos años, coincidí con frecuencia con Pierre Guichard en reuniones científicas tanto en España como en Francia; nos visitó a menudo, a mis colegas de entonces y a mí, en el departamento de Estudios Árabes del CSIC y colaboramos en numerosos seminarios y encuentros. La Casa de Velázquez fue, naturalmente, otro lugar donde verse con regularidad. Era siempre atento y de una cordialidad comedida pero solícita y acompañada a veces de una suave ironía; alguien con quien era fácil y agradable entablar una conversación sobre temas científicos o no (recuerdo muy bien una visita al museo de Bellas Artes de Rennes, antes de ir a la tesis doctoral a la que estábamos convocados ambos), que nunca dejaba de interesarse por los alumnos y discípulos, que respondía atentamente a cualquier solicitud de ayuda u orientación, a colaboraciones y peticiones de toda clase. Una persona cuya huella personal y científica será perdurable para todos los que lo conocimos y leímos. Guardo la imagen de la última vez que lo vi, también en una tesis, en diciembre de 2018, en la Universidad de Lyon: un encuentro rápido porque estábamos en plena eclosión de los “chalecos amarillos” y el tiempo apremiaba para emprender la vuelta. Fue, no obstante, una feliz ocasión: la doctoranda vio premiado su trabajo con la mejor de las calificaciones y entre el público estaba quien, como Pierre Guichard, la había orientado en sus inicios e iba entonces a presenciar la discusión pública de su investigación. Nada más satisfactorio para alguien a quien cabe, sin duda, calificar de maestro.

Manuela Marín


Mis primeros recuerdos de Pierre Guichard van asociados a una reunión que tuvo lugar en la sede del Instituto de Filología del CSIC (convertido en 2007 en el Instituto de Lenguas y Culturas del Mediterráneo) en una fecha que no logro recordar con exactitud, pero que debió de ser entre 1992-1994. En esa reunión, investigadores españoles del CSIC y franceses vinculados a la Casa de Velázquez nos contamos nuestros proyectos en marcha. Pierre Guichard escuchaba atentamente a todos y hacía preguntas que mostraban su interés por cada uno de los temas planteados. Simplemente con su atención, interés y amabilidad nos dio ánimo a los más jóvenes y nos hizo pensar que lo que hacíamos era valioso. Al tiempo, en su forma de exponer su propio trabajo lo que transmitía era que él era uno más. Se centraba más en las preguntas que se hacía y presentaba las respuestas a las que había llegado sin alharacas ni ínfulas. Una forma de hablar reposada, una atención concentrada en quien hablaba – fuese quien fuese – y unos comentarios que te hacían reflexionar: así era la experiencia de hablar con Pierre Guichard, no imponía miedo ni tensión y salías de ella pensando mejor sobre aquello en lo que trabajabas.

Yo había leído ya entonces el libro que le dio a conocer en España, su Al-Andalus. Estructura antropológica de una sociedad islámica en Occidente, que hizo que dejáramos de hablar de lo ‘hispano-árabe’ para utilizar en cambio ‘andalusí’. Pero el libro de Pierre Guichard que me deslumbró fue su Les musulmans de Valence et la Reconquête (XIe-XIIIe siècles), publicado primero en francés (2 vols., Damasco, 1990-1991) y luego en su traducción española (Valencia, 2001). Lo leí cuando empecé a interesarme por las épocas almorávide y almohade y gracias a él empecé a entender mejor cómo se enlazaba la historia política y social de al-Andalus con la intelectual y religiosa. Pierre Guichard tenía respuesta para muchas cuestiones, pero también planteaba interrogantes para los que sugería posibles vías de avance. Recuerdo en especial su tratamiento de la convergencia entre misticismo y política en el Valle del Ricote, una cuestión que me intrigó y a la que sigo dándole vueltas desde entonces. 


A Pierre Guichard me unió especialmente la fascinación por la época almohade y por el propio movimiento fundado por Ibn Tūmart que abrió la posibilidad de colaboración gracias en gran medida al interés y al esfuerzo de Patrice Cressier, entonces Directeur des études anciennes et médiévales de la Casa de Velázquez. Además de la organización de los Congresos sobre los almohades (2001-2002) que tuvieron lugar en Madrid, hubo un primer encuentro hispano-francés celebrado en Lyon y dedicado a tratar sobre Droit et politique en Occident musulman à lʼépoque almohade (noviembre 1997). De aquel encuentro me queda el recuerdo del descubrimiento de una ciudad que no conocía, de charlas de sobremesa con los colegas franceses en las que se mezclaba política, comida (probamos entonces algunos de los españoles por primera vez la quenelle), arte, lengua y comentarios – inevitables en el contexto académico – sobre otros colegas. Según mi experiencia, Pierre Guichard sabía expresar sus opiniones sobre el trabajo de otros, a veces duras en su contenido crítico, con mesura, distanciamiento y poniendo el foco no tanto en lo rechazable sino en lo que se podía hacer para seguir avanzando.

En los últimos años, cada vez que coincidía con él me sorprendía lo informado que estaba de las últimas novedades y lo activo que seguía, con nuevos intereses (por ejemplo, la cerámica hecha por mujeres en el Norte de Africa) o dispuesto a volver sobre los antiguos con nuevas aportaciones o miradas. Su contribución al estudio de la historia de al-Andalus ha sido inmensa y sobre ella no tenemos duda alguna ni en Francia ni en España aun cuando podamos debatir sobre aciertos y carencias. En cambio, todavía me sorprende lo poco que se tiene en cuenta esa contribución en otros contextos académicos. La circulación del saber que tanto suele interesar a los investigadores en lo que se refiere al pasado choca a menudo con fronteras sorprendentes en el presente en las que las lenguas juegan un papel importante, pero también formas de pensar y de relacionarse con quienes forman parte de otros mundos.

Sólo puedo pensar en Pierre Guichard y en su legado con admiración y respeto. Somos muchos los que le vamos a echar de menos.

Maribel Fierro