La diáspora morisca

Los moriscos expulsados se van a integrar, no sin problemas, en los complejos ritmos sociales de las sociedades magrebíes, en unas ocasiones colaborando activamente con las autoridades y en otras ocasiones despertando su desconfianza


Luis F. Bernabé Pons
Universidad de Alicante


L’expulsió dels moriscos. Pintura de Gabriel Puig Roda (1894), Museu de Belles Arts de Castelló. Wikimedia Commons.

«¿Entonces puede haber en estos momentos descendientes de gente de Novelda viviendo en el Norte de África?», fue la pregunta sorprendida de un vecino de Novelda (Alicante) tras ver proyectada la película «1609. Expulsados. La tragedia de los moriscos». En el año 2009, cuatrocientos años después de la expulsión de los moriscos del Reino de Valencia, su destierro seguía siendo una incógnita para un público general. En 1609, su expulsión fue vista como un castigo divino y, por tanto, su destino era asunto de importancia secundaria. Aunque durante los siglos XVII al XIX se cuenta con algunos testimonios sobre los moriscos y sus descendientes en el Magreb, hay que esperar hasta el siglo XX para la recuperación de su peripecia vital fuera de España. 

Los aproximadamente 300.000 moriscos expulsados entre 1609 y 1615 se repartieron fundamentalmente entre Argelia y Marruecos, primero, y Túnez en una segunda oleada de moriscos castellanos y aragoneses tras pasar por Francia. Más avanzado el siglo XVII, ya hay pequeñas comunidades de moriscos establecidas en Libia, Egipto y Turquía, aunque se detectan casos de individuos o familias moriscos en Francia, Italia, Europa oriental, la Península Arábiga o América. Aunque un cierto número murió en el trayecto, puede afirmarse que una gran mayoría logró llegar sus destinos. Para ello contaron con la ayuda de las autoridades marroquíes y otomanas (Argelia y Túnez eran provincias del imperio otomano), que les condujeron a lugares seguros y planificaron su establecimiento en tierras magrebíes. 

La expulsión en el puerto de Denia. Pintura de Vicente Mestre (1613). Colección Bancaja. Wikimedia Commons.

El norte de África no era, claro, tierra desconocida para los moriscos. Desde la caída de Granada en 1492 hasta la Guerra de las Alpujarras (1568-1571), la emigración de los musulmanes peninsulares a tierras magrebíes había sido continua, especialmente a Marruecos y a los territorios de Argelia. Es importante tenerlo en cuenta porque, por un lado, hay un buen número de moriscos instalados en Marruecos y Argelia desde mucho antes de la expulsión de 1609, y, por otro, las fuentes árabes y otomanas no distinguen claramente entre unos y otros, agrupados todos bajo el apelativo genérico de “andalusíes.” Túnez, devastada por las guerras contra los españoles, no tuvo ese flujo migratorio durante el siglo XVI y tendrá que esperar al XVII para recibir a los moriscos. Los moriscos expulsados se van a integrar, no sin problemas, en los complejos ritmos sociales de las sociedades magrebíes, en unas ocasiones colaborando activamente con las autoridades y en otras ocasiones despertando su desconfianza. 

La llegada de los moriscos a Marruecos a partir de 1609 encontró al país en plena guerra civil por la sucesión del sultán Ahmad al-Mansur. Este, que había llevado a la dinastía saadí a su apogeo, había muerto en 1603 y sus tres hijos se disputaron el trono. Ahmad al-Hayari Bejarano, morisco extremeño al servicio del sultán desde 1599, se lamentará en 1612 de la situación del reino: “He vivido siempre en Marruecos con mucha quietud en la persona y harto afligido en el corazón de ver las civiles guerras y disensiones que en ella a abido después de la muerte de Muley Ehmed …. Y dexó tres hijos, que an sido la destruyçión total de aquel reyno.” Será Muley Zaydán, el vencedor de la pugna dinástica, quien asumirá a partir de 1613 la pacificación del país y la integración de los moriscos. 

Para entonces, los musulmanes peninsulares que están en Marruecos pueden ser divididos en dos grupos: uno formado por las élites del Reino de Granada, desplazadas durante todo el siglo XV y que se insertarán en la vida de diferentes ciudades como Tetuán o Fez, y otro emigrado a partir de 1501, de clases sociales más bajas y que basan su integración en su potencial de servicio al poder. Es, además, una emigración que tiene, un fuerte componente antiespañol y anticristiano debido a sus circunstancias particulares. Como señala Mercedes García-Arenal, estas emigraciones andalusíes tardías no son todavía bien conocidas, aunque sabemos que se produjeron diferencias entre los emigrantes pertenecientes a clases sociales diferentes o venidos en oleadas distintas. 

Los moriscos en Marruecos suelen establecerse en las ciudades o en la franja costera del país, donde las oportunidades de trabajo y fortuna son mucho mayores. Sin embargo, a partir de la segunda mitad del siglo XVI, los moriscos van a ser paulatinamente integrados por el poder saadí dentro de sus propósitos políticos. Así, van a contribuir a impulsar las dos actividades más conocidas de los moriscos en Marruecos: el corso y el ejército. Ya desde principios de siglo tenían los moriscos un papel destacado en el ejército, por sus conocimientos de artillería y experiencia en las técnicas del sitio. En este ámbito van a destacar algunos hombres, generalmente provenientes del Reino de Granada. Son moriscos como Yauder Pacha, originario de Cuevas del Almanzora, quien conquistó en 1591 el reino shongay, en la curva del Níger, y Said ibn Farach al-Dugali, quien, después de dedicarse al corso desde Tetuán, jugó un papel destacado en el ejército. Al-Dugali, posiblemente originario de Motril, adquirió fama en España por su ataque a Cuevas del Almanzora y alrededores durante varios días de noviembre de 1573 con el consiguiente saqueo de las poblaciones y la captura de más de 250 cautivos, mayormente mujeres y niños. Igualmente, en Marruecos su presencia fue notoria desde que, antes de una batalla decisiva, él y sus escopeteros moriscos se pasaron del bando del sultán al-Mutawakkil al de su hermano y aspirante al trono, Abd al-Malik, decidiendo la suerte de la contienda. Su fama en el ejército sería también el motivo de su fin, debido a los crecientes recelos del sultán por el papel de los andalusíes en el ejército. Descontento por el trato que le dispensaba el sultán Ahmad al-Mansur, intentó de acuerdo con otros notables moriscos un golpe contra él en 1597. Enterado de sus planes, al-Mansur ordenó su persecución y muerte. Aunque al-Dugali intentó huir, las tropas del sultán le alcanzaron y le cortaron la cabeza, lo que sin duda sirvió de lección a otros notables andalusíes presentes en el ejército saadí. 

El caso más espectacular protagonizado por los moriscos en Marruecos a partir de 1609 fue el del período de poder autárquico de la zona de Salé-Rabat, gobernada por moriscos procedentes de Hornachos. Estos habían estado en el punto de mira de las autoridades españolas por su capacidad de acaparar los puestos municipales, controlando así las corrientes de riqueza de la zona. Unos tres mil hornacheros se instalan en el puerto de Salé y en poco tiempo controlan los canales de poder de la ciudad. Pronto la estratégica zona se va a especializar en el comercio marítimo y en el corso, gracias a lo cual su poder económico aumentó paulatinamente, más con la llegada de corsarios extranjeros. Aprovechando la debilidad política de los sultanes, a partir de 1626 Salé se consideraba prácticamente independiente del sultán, con una administración propia que llega a entablar negociaciones con países europeos. Esta difícil aventura durará unos cuantos años, hasta que el sultán Muley Rashid aprovecha las pugnas internas por controlar la ciudad y consigue reintegrarla a la autoridad marroquí en 1668. 

Salé. Grabado de Pieter van der Aa (1668).

Por su parte, el imperio otomano absorbió un gran número de moriscos a lo largo de los siglos XVI y XVII. Cada vez más pujante a lo largo del siglo XV, iba pronto a ocupar la cabeza política de la comunidad islámica hasta convertirse en el principal enemigo del Mediterráneo. Fue Argel el laboratorio de los otomanos para la integración de los moriscos en sus territorios. Los hermanos Barbarroja a partir de 1504, intensificaron la traída de mudéjares y moriscos desde las costas mediterráneas españolas en beneficio suyo. Los miles de moriscos que llegaron a Argel ayudaron a los corsarios a fortalecer su poder frente a las distintas facciones nativas. Cuando Aruch Barbarroja pide la ayuda del sultán Selim I frente a los españoles y le cede el control de sus dominios (1515), ya hay muchos moriscos establecidos mayoritariamente en los puertos de Bujía y Bona, al este, y Cherchel al oeste, en la zona alrededor de Tlemcen y, sobre todo, en la capital, Argel. Junto con los elches (del árabe uluch), conversos de origen cristiano, formarán uno de los principales apoyos de las autoridades, beneficiados por la política otomana de proteger a minorías foráneas fieles a la Sublime Puerta.  

Desde principios del XVI hay instaladas en Argel familias moriscas muy pudientes, como los Shuyhad, los al-Qazzaz o los Bonatero de Valencia. Los moriscos se relacionan prácticamente con todos los ejes económicos del vilayet de Argel: corso, cautividad, manufactura, ejército, fabricación de barcos y armas, comercio, agricultura, administración… y pronto emprenden dentro de la peculiar sociedad argelina un camino ascendente que los llevará tanto a disponer de grandes fortunas, solo superados por los propios otomanos, como a controlar muchos puestos influyentes. 

Una característica particular de la integración de los moriscos en Argelia y Túnez será su tendencia a la cohesión interna. En Argelia, desde el primer cuarto del siglo XVI la comunidad morisca emprende acciones para intensificar los lazos de unión de sus miembros: dotación de ayudas económicas para los menos favorecidos, contratación de moriscos para diversos oficios controlados por la comunidad, o creación de centros particulares de reunión y enseñanza, como la mezquita de los andalusíes de Argel en 1623, fundada en un edificio comprado por notables moriscos. Es significativo que en los años posteriores a su fundación se detecte la compra de inmuebles cercanos a ese nuevo centro por parte de moriscos. Se trata de una cierta conciencia de grupo diferenciado que trata de alguna forma de blindarse frente a los avatares políticos con las autoridades, que oscilan con ellos entre mantenerles su protección y despojarles de varios de los privilegios de los que gozan. 

Los moriscos en Argel llegados en la segunda mitad del siglo XVI aportarán un acentuado odio antiespañol que se incrementará con la llegada de los expulsados de 1609. Ese odio los llevará a apoyar las acciones de los corsarios y cualquier plan de ataque a las costas españolas. Muchos moriscos formarán parte de tripulaciones o financiarán acciones corsarias. Fue célebre el caso del morisco Cajetta de Oliva (Valencia), cuyo hermano Alicax fue apresado por la Inquisición. Para procurar un canje, Cajetta compró a un fraile cautivo en Argel, Miguel de Aranda, ofreciéndolo a cambio de su hermano. Sin embargo, este fue finalmente ajusticiado en Valencia y Cajetta, en represalia, mandó quemar al fraile, ante el disgusto de los capitanes corsarios, para quienes aquello perjudicaba sus actividades. Los archivos abundan en casos de esos continuos y conflictivos contactos entre España y Argel: cautivos que reniegan en Argel y luego son capturados en un barco corsario, moriscos que abandonan sus pueblos para intentar una vida mejor en el Magreb, cartas de moriscos interesándose por sus familiares, etc.  

Los moriscos valencianos expulsados en 1609 serán dirigidos en su mayoría a la plaza española de Orán, que pronto se colapsará ante la llegada de miles de ellos. Desde allí serán conducidos por las autoridades a lugares más seguros, donde ya existían colonias moriscas. Estos moriscos serán integrados en las actividades de sus antecesores, en especial la agricultura. Especialmente célebres serán los cultivos en las villas de Kolea y Blida. Ambas ciudades, situadas en el alfoz de Argel, en las fértiles llanuras del valle de la Mitidja, se van a convertir gracias a las técnicas de sus nuevos pobladores en unas riquísimas colonias agrícolas fundamentales para la economía agraria del país, como atestiguan todos los visitantes europeos en el siglo XVIII.  

Desembarco de los moriscos en el Puerto de Orán. Pintura de Vicent Mestre. Colección Bancaja. Wikimedia Commons.

Por su parte, la instalación de los moriscos en Túnez seguirá más o menos el patrón de la Argelia otomana. Allí llegaron durante 1610 unos 80.000 moriscos desde puertos franceses, dirigidos en su mayoría por las autoridades francesas. La procedencia de esos moriscos era castellana y aragonesa, de moriscos ya bastante asimilados y normalmente castellanohablantes. Este hecho provocó que la comunidad morisca en Túnez fuera un grupo muy delimitado y distinguible durante mucho tiempo, en lugar de ir diluyéndose en ella como en Argelia y Marruecos. En ese tránsito de España a Francia y posteriormente a Túnez se ha podido comprobar cómo ciertos moriscos contaban con una red de agentes moriscos y judeoconversos entre España y Francia que facilitó la salida de personas y de dinero. 

En los años inmediatamente anteriores había llegado en navíos particulares una serie de moriscos muy pudientes, de origen granadino, que hicieron alto en Túnez antes de dirigirse hacia Estambul. Algunos de ellos actuarán como primeros representantes de la comunidad ante las autoridades tunecinas, antes de que se crease el cargo de “Jeque de los andalusíes”, que iba a perdurar varios siglos. El gobierno estaba preparado para la llegada de los moriscos, puesto que el dey jenízaro Uzmán había recibido instrucciones desde Estambul. El dey había preparado las condiciones para la acogida de estos moriscos, rebajando las tasas que debían pagar para establecerse y preparando su reparto por el país. Por su parte, el santón y jefe de cofradía mística, Abu-l-Gayz al-Qashshash, fue quien se encargó de la acogida social de los moriscos, procurándoles alimentos y hospitalidad en los primeros momentos.  

El reparto de los moriscos en Túnez es similar al de Argel. Los moriscos de más rango se establecerán en la capital, cerca de la alcazaba o en la zona periurbana conocida como “La Biga” (“La Vega”). En el barrio judío fundarán una mezquita y escuela de los andalusíes en 1625. En diversas zonas rurales, como en el valle del río Medjerda, los moriscos fundarán villas agrícolas que reedificarán a su gusto. Pueblos como Testur, Grombalia o Qalat al-Andalus presentan peculiaridades urbanísticas (calles rectas entrecruzadas, plaza mayor en el centro, casas con tejado o con ventana hacia la calle, etc.) que los emparentan con los pueblos españoles originarios de los moriscos. Los moriscos aportaron en ellos sus conocimientos de irrigación y cultivo intensivo para hacer florecer enormemente estos lugares. 

La herencia morisca en Túnez, al contrario que en Marruecos o en Argelia, sí ha dejado una distinguible huella hasta nuestros días, hasta el punto de haberse incorporado a la identidad nacional tunecina. La lengua de los moriscos será uno de los primeros elementos que marquen la herencia morisca de Túnez. El castellano que habían traído de España y que seguían usando en Túnez va a dejar una huella duradera en varios ámbitos profesionales, especialmente la manufactura de la chechía o bonete tunecino y la agricultura. Ambos campos cuentan con hispanismos incrustados en el árabe tunecino que perduran hoy en día. Túnez cuenta también con un buen número de apellidos de origen hispánico que todavía marcan el abolengo español de varias familias (Karabaka, Lakanti, Nigro, Carandel…). El uso del castellano va a reclamar, además, la redacción de una serie de tratados religiosos para el readoctrinamiento islámico de los moriscos. Un morisco toledano, Ibrahim Taybili, Juan Pérez en España, parece ser el más destacado de esta empresa cultural, en la que aparecerá también el ya mencionado Ahmad Bejarano, quien posiblemente acabó sus días en Túnez. 

Chechia tunecina.

Por paradójico que parezca, no conocemos muy bien la instalación de los moriscos expulsados en Turquía. Durante el siglo XVI las relaciones entre los moriscos y Estambul son muy frecuentes, comenzando con una casida de auxilio enviada al sultán Bayazid II (m. 1512) a comienzos de siglo. Los moriscos serán usados por los turcos como espías a lo largo del Mediterráneo, pero en especial en los territorios italianos y España, especialmente al servicio del Gran Visir Sokullu Ahmad. A la hora de su expulsión, el sultán Ahmad I (m. 1617) dará las órdenes necesarias para asegurar su tránsito y llegada a territorios islámicos. Los moriscos se instalaron en el barrio comercial de Estambul, compitiendo con los genoveses por el comercio de la ciudad. Otros grupos de moriscos fueron distribuidos por una serie de pueblos fronterizos del interior para servir de contrapeso a la presencia de otras comunidades. Con toda probabilidad, muchos miembros de las élites moriscas se instalaron en la capital, bien relacionados con los centros de poder.


Para ampliar:

  • Luis F. Bernabé Pons, Los moriscos. Conflicto, expulsión y diáspora, Madrid: Catarata, 2009. 
  • Miguel Ángel de Bunes, Los moriscos en el pensamiento histórico. Historiografía de un grupo marginado, Madrid: Cátedra, 1983. 
  • Antonio Domínguez Ortiz – Bernard Vincent, Historia de los moriscos. Vida y tragedia de una minoría, Madrid: Alianza Editorial, 1981. 
  • Míkel de Epalza, Los moriscos antes y después de la expulsión, Madrid: MAPFRE, 1992. 
  • Míkel de Epalza – Abdel-Hakim Slama-Gafsi, El español hablado en Túnez por los moriscos (siglos XVII-XVIII), València: Universitat de València – Editorial Universidad de Granada – Prensas Universitarias de Zaragoza, 2010. 
  • Mercedes García-Arenal, La diáspora de los andalusíes, Barcelona: Cidob, 2003. 
  • Mercedes García-Arenal – Gerard Wiegers (eds.), Los moriscos: expulsión y diáspora. Una perspectiva internacional, València: Universitat de València – Editorial Universidad de Granada – Prensas Universitarias de Zaragoza, 2013. 
  • Tratado de los dos caminos por un morisco refugiado en Túnez (MS. S 2 de la Colección Gayangos, Biblioteca de la Real Academia de la Historia), edición de Álvaro Galmés de Fuentes, preparado para la edición por Juan Carlos Villaverde Amieva, estudio preliminar de Luce López-Baralt, Madrid: Instituto Universitario Seminario Menéndez Pidal (Universidad Complutense de Madrid)-Seminario de Estudios Árabo-Románicos (Universidad de Oviedo), 2005. 
  • Bernard Vincent (coord.), Comprender la expulsión de los moriscos en España (1609-1614), Oviedo: Universidad de Oviedo, 2020.