El pasado medieval y sus símbolos actuales

Las formas en las que el pasado debe o no ser representado, celebrado o conmemorado continúa siendo un debate pendiente en muchas sociedades democráticas modernas, así como el papel que han de desempeñar los historiadores en él


Alejandro García Sanjuán
Universidad de Huelva


Detalle del escudo de Aragón en la Crónica de Fabricio de Vagad, BNE, INC/2258.

El caso reciente de George Floyd, muerto a manos de un policía blanco en la ciudad norteamericana de Minneapolis, ha desatado una fuerte oleada de indignación a nivel internacional. Entre las acciones realizadas por los protestantes destacan las llevadas a cabo contra determinados símbolos, en particular estatuas de ciertos personajes asociados con fenómenos como el colonialismo, el esclavismo y el racismo. Tal ha sido el caso, por ejemplo, de las que representan al rey belga Leopoldo II (r. 1865-1909), a famosos traficantes de esclavos o al propio Cristóbal Colón.

El fenómeno no es nuevo. La conquista y colonización de América viene siendo objeto de una creciente contestación social que se ha dirigido en no pocas ocasiones contra sus representaciones públicas. En Septiembre del año 2017, una estatua de Fray Junípero Serra (1713-1784) fue vandalizada en la localidad de Santa Bárbara: llegado a California en 1769, este franciscano mallorquín dedicó el resto de su vida a convertir al catolicismo a los pueblos nativos de la zona, siendo en la actualidad considerado un genocida por sectores de las comunidades indígenas en Estados Unidos. Meses antes, la ciudad de Los Ángeles había decidido cambiar la celebración del día de Colón (Columbus Day), que se conmemoraba desde 1937, y sustituirla por el ‘día de los pueblos indígenas’ (Indigenous People’s Day) y sólo un año más tarde se retiró una estatua de Cristóbal Colón que desde 1973 adornaba un lugar público de la ciudad tras haber sido donada por una asociación de italianos.

Obviamente, la conquista de América no constituye el único aspecto del pasado cuyos símbolos suelen ir acompañados de un cierto debate social, político y académico. La promulgación en 2007 de la popularmente conocida como ‘ley de memoria histórica’ supuso el comienzo de la retirada de numerosos monumentos franquistas de los espacios públicos, dando lugar al que probablemente sea el mayor proceso de este tipo que ha tenido lugar en nuestro país. Las especiales características de la dictadura franquista, surgida después de una devastadora guerra civil seguida de una violenta represión contra los vencidos, explican la fuerte controversia política que acompañó a dicha ley desde su aprobación y que tuvo uno de sus episodios más conocidos en la reciente saca de la momia de Franco del Valle de los Caídos (Octubre de 2019).

Símbolos oficiales, monumentos y conmemoraciones públicas son tres de las formas más habituales en las que el pasado se expresa en las sociedades actuales y su presencia está asociada a determinados valores o ideas vinculados a los personajes, hechos o procesos históricos representados. En este artículo nos proponemos analizar algunos casos relativos al período medieval que han resultado particularmente controvertidos en nuestro país durante los últimos tiempos, con el fin de mostrar cómo tras las distintas actitudes respecto a los símbolos del pasado subyacen posiciones ideológicas totalmente contrapuestas respecto al presente

Matamoros, Matajudíos y otros símbolos medievales

El pasado medieval ha sido tradicionalmente uno de los mayores proveedores de símbolos, monumentos y conmemoraciones históricas. Ello probablemente tiene bastante que ver con el papel que, a partir del siglo XIX, se atribuyó ese período histórico en la conformación de las historias nacionales. En nuestro país se consolidó durante esa época la idea de que la nación española ‘se forjó’ en la lucha contra el islam durante la llamada Reconquista, culminando en la conquista de Granada de 1492, un discurso que, a día de hoy, sigue teniendo partidarios en ciertos sectores políticos y académicos.

No cabe duda de que Santiago representa uno de los símbolos principales del medievo peninsular y probablemente el icono más conocido de la propia noción de Reconquista. Los especialistas sitúan a finales del siglo IX los primeros testimonios sobre la creencia en las virtudes bélicas del Apóstol, aunque a título de mera intercesión, es decir, como mero protector sin participación directa en la batalla. La dimensión ‘activa’ del santo y su efectivo auxilio guerrero constituye un fenómeno más tardío, ya que su origen no es anterior a las primeras décadas del siglo XII: según las fuentes más antiguas que describen su primera manifestación (Historia Seminense, Liber Sancti Iacobi), ésta se habría producido décadas antes, en relación con la toma de Coimbra en 1064 por el rey Fernando I de León. Como señala Fernández Gallardo, resulta probable que el milagro de su aparición respondiese a los temores desatados entre los cristianos por las campañas de Almanzor a finales del siglo X, reflejando ‘la angustia sentida ante las aceifas musulmanas que llegaron hasta la propia Compostela’. A una de dichas fuentes corresponde una de las más antiguas representaciones iconográficas del Apóstol guerrero, que muestra la figura del santo a caballo blandiendo la espada (Codex Calixtinus, Universidad de Salamanca).

Santiago del Codex Calixtinus (Códice de Salamanca)

La relevancia del mito de Santiago en la lucha contra los musulmanes durante la Edad Media y sus amplias proyecciones literarias y artísticas apenas pueden exagerarse. La figura del Apóstol sigue teniendo un papel fuertemente simbólico en nuestros días pues, desde 1979, el Día Nacional de Galicia se viene celebrando el día 25 de Julio (día de Santiago) y, según los datos del INE, casi 8 mil españoles llevan a día de hoy el apellido ‘Matamoros’. La naturalidad con la que en España se convive con estos hechos explica, con toda probabilidad, la sorpresa generalizada que se produjo en 2004, cuando el Cabildo de la Catedral de Santiago retiró la figura del Matamoros que presidía la capilla del propio Santo, una imagen del siglo XVIII que muestra la típica imagen de Santiago a caballo y espada en mano, a cuyos pies figuran algunos sarracenos. La decisión, que coincidió con el contexto de tensión y temor generado tras los atentados del 11-M, fue aparentemente adoptada ‘para no irritar al islam’, según publicaron algunos medios entonces, de tal forma que, cuando la imagen se repuso, las figuras de los sarracenos fueron convenientemente disimuladas con flores. Un caso algo parecido se produjo años más tarde cuando el párroco de la localidad riojana de Nieva de Cameros decidió quitar la espada de la figura del Matamoros preservada en la parroquia de San Martín basándose, en este caso, en la voluntad de suprimir un símbolo de violencia

Ninguna de ambas decisiones estuvo, lógicamente, exenta de controversia y, de hecho, pocas semanas más tarde la espada volvía a ser blandida por Santiago en la citada localidad riojana. Como llegó a afirmar cierto académico y literato, la retirada de la Catedral de Santiago de la imagen del Matamoros (‘el más incómodo recuerdo de nuestro origen nacional’) habría sido, en realidad, una acción motivada por razones políticas y dirigida a socavar a la nación, ya que ‘su iconografía legendaria apunta a un hecho irreversible: España nació de la denodada lucha contra el islam, un islam belicoso y totalitario’.

Menos controvertida, en cambio, fue la decisión adoptada en 2015 por el municipio burgalés de Castrillo de Matajudíos de cambiar su nombre por el de Castrillo Mota de Judíos. Lo que tal vez llama la atención, en este caso, es que las razones de ‘corrección política’ parecen haberse impuesto al peso de la tradición, lo cual es notable tratándose de la propia denominación de la localidad y no de un simple símbolo, y ello pese a que, al parecer, el nombre ‘matajudíos’ no guarda en este caso relación con la muerte o el asesinato, como podría parecer en apariencia, sino que designa, sencillamente una ‘mata’ poblada por judíos, al igual que otros topónimos similares existentes en diversos puntos de la geografía ibérica (Matalascañas, Matalebreros, etc.).

Más recientemente se han producido decisiones similares que han afectado a otros símbolos del pasado medieval situados en espacios públicos, aunque de signo totalmente contrario. El pasado año, el teniente de alcalde y concejal de urbanismo de la corporación municipal zaragozana de Cadrete, perteneciente Vox, ordenó retirar un busto de Abderramán III de la plaza del pueblo, argumentando que la estatua del fundador del califato Omeya cordobés era motivo de división y conflicto entre los vecinos. La decisión de esta corporación (gobernada por PP, C’S y Vox) apenas puede resultar, en realidad, sorprendente, ya que Vox se ha significado durante los últimos años por la recuperación de la retórica más tradicional de la Reconquista, que se adapta fielmente a su ideario xenófobo e islamófobo.

Cabezas cortadas y cabezas encadenadas

Junto a estatuas y monumentos, otros símbolos con gran poder de representación son los escudos oficiales, en torno a algunos de los cuales se han desarrollado asimismo situaciones rodeadas de polémica debido a la presencia de ciertas imágenes que evocan situaciones, personajes o hechos del período medieval. 

Una de ellas son las conocidas como ‘cabezas de moro’, un elemento muy frecuente en la heráldica medieval, así como en la propia escultura románica. Como ha estudiado Maribel Fierro, la decapitación era un sistema de ejecución habitual de enemigos y rebeldes durante la Edad Media, entre cristianos tanto como entre musulmanes. La decapitación del enemigo musulmán constituye un motivo recurrente en los cantares de gesta, lo cual contribuyó a popularizar esa imagen como el trofeo de victoria por excelencia frente al enemigo infiel. De esta forma, como señala Inés Monteira, dichas cabezas representan ‘una clara alusión a las batallas perpetradas contra árabes, beréberes o turcos por los ancestros del portador’. La identidad musulmana de las cabezas representadas en las iglesias se confirma por elementos como la ‘barba bífida’, también común en representaciones de Mahoma y sus seguidores en obras manuscritas, así como por el hecho de que, con frecuencia, esas cabezas corresponden a negros, lo cual con toda probabilidad obedece a la presencia de combatientes procedentes del África subsahariana en los ejércitos almorávides y almohades. Según la citada autora, ‘el negro viene a ser la representación del musulmán en la que su concepción como el Otro queda más subrayada, y en ella se concentran varios factores de discriminación: el religioso, el racial y el de orden social, por su condición de esclavos’.

Cabeza de negro en la ermita de la Virgen de la Soledad, Calatañazor (Soria). Cronos y topoi.

Las ‘cabezas de moros’ están presentes en distintos países, aunque de forma más amplia en la península Ibérica, Italia y Francia. Son numerosas las iglesias románicas que incluyen este elemento en sus programas iconográficos, con frecuencia en ubicaciones marginales, como los canecillos, aunque a veces también en ubicaciones mucho más visibles, tal y como sucede en la Iglesia de Santiago de Puente la Reina (Navarra), en cuya portada figuran un conjunto de cabezas clavadas en picas. La presencia de estos elementos en iglesias de los siglos XII y XIII coincide con una fase de fuerte intensificación de la lucha contra los musulmanes en la Península, de tal modo que dichas representaciones se integran en el imaginario cristiano de la guerra santa contra los infieles.

Cabezas cortadas en la entrada de la iglesia de Santiago de Puente la Reina (Navarra). Wikimedia commons.

La heráldica constituye, asimismo, otro ámbito habitual de la presencia de las ‘cabezas de moros’ y su presencia se registra en escudos pertenecientes a ámbitos diversos. Lo encontramos, por ejemplo, en el de la ciudad portuguesa de Évora, en la que se representa al célebre guerrero Geraldo Sempavor (que tomó la ciudad de manos de los musulmanes en 1165) a caballo, blandiendo la espada y con dos ‘cabezas de moros’ a sus pies. En la misma ciudad hay una célebre estatua de dicho guerrero que blande la espada en la mano derecha y levanta la cabeza de un ‘moro’ en la izquierda.

Estatua de Geraldo Sempavor en Évora (Portugal). Wikimedia commons.

Otro caso muy conocido es el del escudo del Papa Benedicto XVI, en el que la ‘cabeza de moro’ fue justificada por ser antiguo símbolo de la diócesis de Frisinga, en cuya catedral fue ordenado sacerdote Joseph Ratzinger, quien asimismo ejerció más tarde como arzobispo de la diócesis de Frisinga y Munich. También aparece en algunas banderas, como la de Cerdeña, conocida en sardo como is cuatro morus, por las cuatro cabezas que figuran en ella.

El origen de ese símbolo sardo se vincula a la denominada ‘Cruz de Alcoraz’, emblema integrado por la cruz de San Jorge rodeada por cuatro cabezas de moro y cuya primera representación conocida se registra en una bula de plomo del Pedro III de Aragón datada en 1281. Dicha denominación se asocia a la conocida como batalla de Alcoraz, durante la cual se habría producido la aparición de San Jorge para asistir a la conquista de Huesca (1096) por Pedro I de Aragón. Se trata, por lo tanto, de un antiguo símbolo asociado a la corona aragonesa y que sigue formando parte, a día de hoy, del escudo oficial de la Comunidad Autónoma de Aragón. 

La presencia de esas cabezas en símbolos oficiales ha sido, en algunos casos, controvertida, como ha analizado M. Fierro respecto a Évora y Aragón. En el año 2004, el presidente de dicha comunidad autónoma afirmó que su ejecutivo se planteaba eliminar esas cuatro ‘cabezas de moros’ del escudo. Al igual que en el caso antes comentado de la Catedral de Santiago de Compostela, la idea surgió en el contexto de los atentados del 11-M, un momento de especial sensibilidad respecto a la percepción del islam, como ya se ha indicado con anterioridad, y vinculada tanto con el deseo de no incomodar a la población musulmana como con una respuesta a la petición de las propias comunidades islámicas. Sea de ello lo que fuere, el proyecto, finalmente, no se llevó a cabo.

Escudo de Aragón en 1499. Wikimedia Commons.

El caso aragonés no ha sido el único en el que la presencia de ciertos elementos de la heráldica oficial ha resultado controvertida. Una situación similar se ha producido en ciertas localidades de Andalucía, sobre todo de la provincia de Málaga, en cuyos escudos figura la imagen de Boabdil sujeto por la cabeza con una cadena. Su origen se vincula a la derrota del célebre último emir nazarí en la conocida como batalla de Lucena (1483), en la cual fue hecho prisionero. Dicha localidad cordobesa fue defendida en esa ocasión por Diego Fernández de Córdova, primer marqués de Comares, una de las localidades malagueñas en las que aparece la citada imagen del Boabdil encadenado

Durante los últimos años, varias de estas localidades decidieron eliminar la imagen de sus escudos, apelando a diversos argumentos. Las primeras fueron Sedella y Canillas de Aceituno, y el alcalde de la segunda de ellas, adscrito al PSOE, argumentó la decisión señalando “que representan un elemento de confrontación que ya pertenece a épocas pasadas” , una decisión que no fue compartida por la oposición, considerando que equivalía a ‘borrar la historia’ y que el pueblo tenía necesidades más urgentes que atender. A ellas se unieron poco tiempo más tarde Árchez y Sayalonga, de cuyo escudo no sólo se eliminó la cadena uncida al cuello de Boabdil, sino la figura en su conjunto, sustituyéndola por una paloma. La alcaldesa de la localidad, gobernada entonces por la izquierda, explicó la decisión afirmando que se trataba de un elemento de carácter xenófobo y que la adopción de ese elemento, que se había producido en la década de los 1980, obedecía a un error histórico.

Pero no solo la representación de musulmanes ha sido controvertida en la heráldica de ciertos municipios, ni tampoco se trata de un fenómeno que haya afectado tan solo a localidades de pequeño tamaño. Uno de los episodios más recientes y conocidos de este tipo se produjo en Sevilla. La propuesta de presentada por la alcaldía en 2016, gobernada por el PSOE, se basaba en el escudo tradicional de la ciudad en el que el rey Fernando III (que la tomó de manos de los musulmanes en 1248), figura en el centro flanqueado por las figuras de San Leandro y San Isidoro, dos arzobispos de época visigoda, completándose con el monograma NO8DO y la leyenda de ‘Muy Noble, Muy Leal, Muy Heroica, Invicta y Mariana’.

Escudo de Sevilla. Wikimedia Commons.

Los representantes de la izquierda se opusieron a esta propuesta, aduciendo diversos argumentos. El grupo de IU la rechazó al considerar que presenta ‘un tinte claramente reaccionario’, ya que reduce la historia de la ciudad a la época posterior al siglo XIII y hace hincapié en una identidad exclusivamente católica (Fernando III fue también canonizado en 1671) enfatizada por la declaración de ciudad ‘mariana’ otorgada en 1946 por Franco en agradecimiento a la Virgen por ‘los servicios prestados’ durante la Guerra Civil. Sevilla, como es sabido, fue una de las ciudades que sufrió una represión más brutal por parte de las fuerzas franquistas, dirigidas por el general Queipo de Llano.

La prensa conservadora católica no ahorró calificativos a los sectores críticos: ‘ola de intolerancia’ promovida desde la ‘izquierda radical’, a cuyos integrantes se califica de ‘catedráticos del odio’ e ‘ilustrados mentecatos’, mientras que sus propuestas son descritas como ‘aberraciones necias’, ‘cacao mental’ y ‘ridícula memoria histórica revanchista’. Y es que, para estos sectores, Fernando III no solo fue el verdadero ‘fundador’ de la ciudad, al haber protagonizado ‘la gestación de una ciudad de nueva creación, que no guardaba ninguna relación con las antiguas Hispalis ni Isbilia, aunque en ella perviviesen comunidades humanas y elementos de variada naturaleza relacionados con civilizaciones anteriores’, sino ‘el rey que nos metió en el Occidente libre’, un argumento utilizado en el contexto de este debate y que también resulta frecuente en ciertos sectores historiográficos. La propuesta inicial fue finalmente aprobada en diciembre de 2017 con el apoyo de los grupos municipales mayoritarios.

Los símbolos históricos nos muestran cómo las perspectivas respecto al pasado cambian con el tiempo, al compás de las transformaciones políticas e ideológicas que las sociedades experimentan. Al mismo tiempo, las controversias que suscitan los símbolos también nos indican que en cada sociedad coexisten diversas percepciones el pasado, algo que se ha dado en denominar ‘conciencia histórica’ o ‘memoria histórica’, y que esas percepciones suelen estar más enfrentadas cuando se refieren a hechos o procesos violentos o que implican el dominio o la sumisión de unas sociedades por otras. Las formas en las que el pasado debe o no ser representado, celebrado o conmemorado continúa siendo un debate pendiente en muchas sociedades democráticas modernas, así como el papel que han de desempeñar los historiadores en dicho debate. La violencia y la dominación inherentes a la historia de las sociedades humanas no pueden ni deben ocultarse ni soslayarse, pero el debate que plantean los símbolos, sobre todo los oficiales, es doble. Primero, establecer cuál es la relación de determinadas figuras o imágenes con la violencia y la dominación. Segundo, establecer si, en nombre de la tradición, la identidad o de otros argumentos, la violencia o la dominación deben formar parte de los símbolos de sociedades democráticas en las que se promueven otra clase de valores.


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