Al-Qarawiyyīn: historia de una biblioteca en Fez

Entre sus manuscritos sigue siendo posible encontrar obras que se creían perdidas, como ocurrió hace unos años con un fragmento del Muqtabis de Ibn Ḥayyān, texto fundamental para el conocimiento del periodo omeya de al-Andalus


Javier Albarrán
Universidad Autónoma de Madrid


Detalle del patio de la mezquita de al-Qarawiyyīn

Tras cruzar Bāb Jdid, el ofrecimiento de los chóferes de pequeñas furgonetas de transporte así como el aroma a sopa de caracoles nos indican que nos aproximamos a la plaza de Rcif, uno de los más importantes accesos actuales a la imponente medina de Fez. Unas decenas de metros más allá cruzamos el río que divide en dos la antigua ciudad. Según el cronista Ibn Abī Zar‘ (m. c. 1320), el médico Ibn Ŷunnūn contaba entre las virtudes del agua de este río la de excitar la pasión del coito, si se bebía en ayunas. Otra de sus excelencias, perdida ya hace tiempo por el efecto de los desperdicios de la curtiduría Chwara, era que si se lavaban en ella las ropas sin jabón, las blanqueaba y les daba un esplendor, un brillo y un olor suave.

Pronto, si seguimos caminando, el tintineo del metal al ser trabajado por los caldereros nos conduce a uno de los rincones más pintorescos de Fez: la diminuta plaza al-Seffarin. Allí se levanta la primera madrasa de la vetusta medina, así como la entrada a una de las bibliotecas más carismáticas que podemos encontrar: Jizānat al-Qarawiyyīn.

Vista de la medina de Fez donde destacan el río y la mezquita de al-Qarawiyyīn

A mediados del 2016, diferentes medios de comunicación internacionales se hacían eco de la finalización de las obras de restauración de esta antigua institución, reformas que sin embargo no serían inauguradas hasta meses después. La mayoría de noticias tenían un denominador común: al-Qarawiyyīn era calificada como la biblioteca más antigua del mundo que seguía activa, ya que había sido fundada en el año 859 por Fāṭima al-Fihrī. El hecho de que su fundadora fuese una mujer no hacía sino añadir fama y prestigio al lugar. La arquitecta al cargo de los trabajos, la marroquí Aziza Chaouni, se encargó de anunciar y promocionar la feliz noticia de que sería ella, otra mujer, la que llevaría acabo la reforma que iba a dar lugar a su reapertura. Desde luego, no podía haber mejor publicidad para la ciudad: la biblioteca más antigua del mundo, fundada por una mujer, iba a abrir de nuevo sus puertas gracias al trabajo y dedicación de otra mujer. Sin duda, la restauración a cargo de una arquitecta –en un país donde el patriarcado goza todavía de buena salud– y apertura al público de esta institución cultural fue una gran nueva, pero ¿cuál es la historia de al-Qarawiyyīn? ¿Es realmente la biblioteca más antigua del mundo?

Tanto Ibn Abī Zar‘ como al-Ŷaznā’ī (s. XIV), los dos grandes historiadores de Fez, coinciden en indicar que Idrīs II (m. 828), sucesor del creador de la dinastía idrisí, fundó la ciudad de Fez en el mes de rabī‘ I del año 192, es decir, en febrero del año 808. En concreto, en ese momento se constituyó lo que más adelante, una vez asentados los expulsados de la revuelta del Arrabal de Secunda de Córdoba (818), se llamaría la ribera o barriada de los Andalusíes. Un año más tarde, en el 809, se construiría, al otro lado del río, lo que se denominará, debido a la procedencia de muchas de las familias que allí se asentaron, como la ribera de los Qayrawaníes o al-Qarawiyyīn. En ambas orillas se erigieron mezquitas, la de los Jeques (al-Ašyāj) en el lado “andalusí” y la de los Jerifes (al-Šurafā’) en el lado “qayrawaní”. Desde entonces se produjo un fenómeno casi excepcional en la historia urbana del islam, ya que ambas barriadas tendrían vida institucional y social propia –y a veces enfrentada– y conformarían lo que se podría describir como dos ciudades en una. Así lo cuenta Ibn Abī Zar‘ en su Rawḍ al-Qirṭās:

“Nunca ha dejado de hacerse la oración del viernes en las dos barriadas de Fez, desde que se fundó la ciudad hasta el presente, una juṭba (sermón de los viernes) en la barriada de al-Andalus y otra en la de al-Qarawiyyīn; cada una tiene además su alcaicería y su casa de la moneda. Llegó a haber en ella en tiempo de los Zanāta (dinastía beréber que gobernó tras los idrisíes) dos sultanes […] cada uno con su ejército. Llegó a suscitarse la enemistad y el odio entre ambos, por aspirar a la supremacía y a sobreponerse en este mundo; la guerra fue incesante entre los dos partidos, y los combates continuos a orillas del río…”

Bajo los sucesores de Idrīs II, especialmente durante el reinado de Yaḥyà I (r. 848-864), se produjo un cierto impulso urbanístico con la edificación de numerosos zocos, baños públicos, fondas y mezquitas. Es precisamente en este momento cuando, para dar respuesta a las necesidades espirituales de la creciente población, se proyectó la construcción de nuevas mezquitas en cada una de las riberas. Según nos narran varias fuentes, entre los recién llegados desde Qayrawān se encontraban dos hermanas, Fāṭima y Maryam al-Fihrī, que habían heredado una importante fortuna de su padre Muḥammad.  En torno al año 859 Fāṭima decidió construir un oratorio en la orilla de los norteafricanos, que se conocería como mezquita de al-Qarawiyyīn. Maryam hizo lo propio en la barriada andalusí, fundando así la mezquita de los Andalusíes. Ibn Abī Zar‘ nos ha legado una breve descripción de la primera fase del lugar de culto construido por Fāṭima en el largo capítulo que en su obra dedica a esta construcción. Curiosamente, nada dice de una biblioteca:

“La mezquita que construyó Fāṭima tenía cuatro naves y un patio pequeño; su miḥrāb se puso en el sitio de la lámpara, y su longitud fue desde el muro occidental hasta el oriental de 150 palmos”.

Por deseo de los alfaquíes de Fez, a principios del siglo X la juṭba del viernes se transfirió respectivamente desde las mezquitas de los Jerifes y los Jeques, cada vez más pequeñas para el creciente número de habitantes, hacia los nuevos oratorios más espaciosos de al-Qarawiyyīn y al-Andalusiyyīn. A mediados de esa centuria, coincidiendo con el control cordobés de la ciudad en el marco de la guerra fría que omeyas y fatimíes mantenían, el valí de ‘Abd al-Raḥmān III, Aḥmad b. Abī Bakr al-Zanātī, ordenó la realización de obras de renovación y ampliación coronadas por la construcción de dos nuevos alminares en el año 957, torres que hoy en día siguen en pie y que –entre otras cosas– conectan la ciudad marroquí –y al-Qarawiyyīn– con el periodo de esplendor califal andalusí.

Vista de la mezquita de al-Qarawiyyīn con el alminar omeya encalado

Algunos decenios más tarde, en el año 996-997, la mezquita de al-Qarawiyyīn se benefició de la atención del nuevo valí omeya de Fez, nada más y nada menos que ‘Abd al-Mālik b. Abī ‘Āmir, el hijo de Almanzor. Entre los trabajos de mejora que promovió, dotó a la institución de un nuevo minbar hecho de ébano y madera de azufaifo. Sobre él se podía leer la siguiente inscripción:

“En el nombre de Dios clemente y misericordioso; la bendición de Dios sobre Muḥammad y su familia. Esto es lo que ha mandado hacer el califa vencedor, espada del islam, el servidor de Dios, Hišām al-Mu’ayyad bi-Llāh (califa Hišām II), que Dios prolongue sus días, por mano de su ḥāŷib ‘Abd al-Mālik al-Muẓaffar b. Muḥammad al-Manṣūr b. Abī ‘Āmir, ayúdele Dios, en el mes de ŷumādà II del año 375 (octubre-noviembre 985)”.

A pesar de todos estos detalles, las fuentes siguen silenciosas en torno a la posible existencia allí de una biblioteca que, sin duda, todavía no había sido fundada.

La llegada de los almorávides no iba a cambiar esta realidad, aunque sí la de Fez. En el año 1070, el emir Yūsuf b. Tāšufīn ordenaba la destrucción de los muros que separaban ambas barriadas (la de los qayrawaníes y la de los andalusíes), “haciendo –dice el Rawḍ al-Qirṭās– que formasen una sola ciudad”. Lo curioso es que tanto la mezquita de al-Andalusiyyīn como la de al-Qarawiyyīn –que sería también ampliada y renovada por esta dinastía– continuarían manteniendo el estatus de aljamas y acogiendo la juṭba los viernes. Esta bicefalia tan solo sufriría un efímero paréntesis en época almohade, entre los años 1208-1211.

Tendremos que esperar a la época meriní (1244-1465) para ver a Fez transformada en una auténtica ciudad del saber y a al-Qarawiyyīn en un centro de enseñanza regulada que podría, por tanto, albergar una biblioteca. Esta nueva dinastía iba a consolidar su poder mediante una estrecha alianza entre las élites gobernante y religiosa, en concreto los ulemas y alfaquíes malikíes, que iba a otorgar a los recién llegados soberanos altas dosis de legitimidad. Para ello, los sultanes meriníes ordenaron la construcción de un gran número de madrasas, de escuelas religiosas, donde los ulemas estudiaban y afianzaban su posición y donde, al mismo tiempo, se formaba a los cargos de la administración meriní. La construcción de madrasas como herramienta de afianzamiento del poder es un fenómeno que ya habían desarrollado dinastías orientales noveles (y en muchas ocasiones de reciente conversión al islam) como los selyuquíes o los gaznávidas.

Es posible que llegase a existir alguna madrasa pre-meriní, como la de al-Ṣābirīn, pero las huellas de estas han desaparecido. La más antigua que conocemos fue fundada en el año 1271 por el sultán Abū Ya‘qūb y se conoce como al-Ṣaffārīn, ubicada en la plaza homónima que ya hemos mencionado. Durante el reinado de Abū Sa‘īd (r. 1310-1331) las madrasas se multiplicaron, con algunas fundaciones como al-‘Aṭṭārīn, ubicada al lado de la mezquita fundada por Fāṭima al-Fihrī, proceso que continuaría con el sultán Abū ‘Inān (r. 1348-1358).

Madrasa al-‘Aṭṭārīn

Cada madrasa albergaba una o varias cátedras que, además, servían para completar las enseñanzas regladas e institucionalizadas que parece que comenzaron a desarrollarse dentro de la propia al-Qarawiyyīn. No sabemos muy bien cuándo la famosa mezquita pasó a ser también un centro de educación más o menos reglada, aunque sin duda esta transformación se produjo en época meriní, muy probablemente en la primera mitad del siglo XIV –tampoco, por tanto, y contradiciendo al imaginario popular marroquí, se puede considerar a al-Qarawiyyīn como la universidad más antigua del mundo–. Si bien antes algunos reputados ulemas pudieron impartir allí clases a su círculo de discípulos, en el sentido de una ḥalqa, algo que por otra parte ocurría en todas las grandes –y no tan grandes– mezquitas, es con los meriníes cuando se convierte en un establecimiento universitario, es decir, en un lugar con un currículo y una enseñanza organizada. Las madrasas que rodeaban la gran mezquita (al-‘Aṭṭārīn, al-Miṣbāḥiyya, al-Šarrāṭīn, al-Bū ‘Ināniyya…) funcionaban también como colegios mayores, como alojamiento para aquellos estudiantes de fuera de la ciudad. El número de cátedras en al-Qarawiyyīn llegaría a alcanzar las 140. Ordenadas alrededor de las puertas, pilares y pórticos de la mezquita, las cátedras permitían a los maestros sucederse de forma reglada para dar clases de acuerdo con una planificación preestablecida por la administración del establecimiento. En el miḥrāb, por ejemplo, se localizaba la importante cátedra de tafsīr, exégesis coránica. Estas cátedras estaban dotadas de legados píos, donados por diferentes benefactores, con el objetivo de mantener, apoyar y animar a los alumnos y docentes.

Y es en este contexto meriní cuando comienza la historia de nuestra biblioteca. Parece que en el año 1285, tras firmar una tregua con el rey Sancho IV de Castilla, el sultán meriní Abū Ya‘qūb pidió al soberano cristiano que le entregase la colección de manuscritos árabes que los monarcas castellanos habían ido acumulando debido al proceso de conquista de al-Andalus. Dice Ibn Abī Zar‘:

“Al despedir a Sancho para su país, le mandó que le enviase los libros musulmanes y los coranes que encontrase en sus dominios, en manos de cristianos o de judíos. Sancho le envió 13 cargas y entre ellos había coranes y comentarios, como el de Ibn ‘Aṭiyya y de al-Ṯa‘ālibī; libros de tradiciones y sus explicaciones, como al-Tahḏīb y al-Istiḏkār; libros de jurisprudencia y de los principios de la religión, de gramática, de lengua árabe, de literatura y otros. Mandó el emir que fuesen enviados a Fez y los asignó a los estudiantes de la madrasa que él había fundado”.

Es decir, ese gran fondo librario fue depositado en la madrasa al-Ṣaffārīn, fundada, como hemos dicho, en 1271 por el propio Abū Ya‘qūb.

Este proyecto de recopilación del conocimiento del Occidente islámico se consolidó gracias a Abū ‘Inān, quien, supuestamente al día siguiente de su llegada al poder, dio la orden de construir la biblioteca de al-Qarawiyyīn, a donde serían legados los volúmenes que hasta entonces se habían custodiado en al-Ṣaffārīn. El epígrafe fundacional de la biblioteca no ofrece dudas acerca de los objetivos de dicha institución:

“[Abū ‘Inān] ha ordenado la fundación de esta dichosa biblioteca que reúne las nobles ciencias, las obras de ciencia ofrecidas por Abū ‘Inān. Siendo el objetivo difundir el estudio del ‘ilm, contribuir al progreso científico con el fin de que el saber sea difundido facilitando el acceso a la lectura, la transcripción de manuscritos y su confrontación. Queda prohibido el préstamo al exterior de la terraza del depósito. [Abū ‘Inān] ordenó que los manuscritos fueran bien conservados”.

Texto del epígrafe fundacional de la biblioteca de al-Qarawiyyīn

El mušrif nombrado para ocuparse de la gestión estaba encargado de la preservación del fondo y tenía que estar al servicio de los alumnos y hombres del saber que la frecuentaban: sabios como el erudito de Tremecén Ibn Marzūq (m. 1379), el gran visir y polígrafo nazarí Ibn al-Jaṭīb (m. 1374) o el famoso historiador Ibn Jaldūn (m. 1406) son solo algunos ejemplos. Desde entonces, desde época meriní, la ciudad de Fez alcanzó la fama de centro intelectual que las fuentes nos transmiten. Dice Ibn Abī Zar‘:

“En Fez se han establecido muchos sabios y alfaquíes santos, literatos, poetas, médicos y demás, pues ha sido en los tiempos antiguos y modernos el asiento de la sabiduría, de la jurisprudencia, de la tradición y de la lengua árabe. A los alfaquíes de Fez los imitan todos los alfaquíes del Magreb”.

Hasta entonces, sin embargo, Fez no se había caracterizado por ser un importante destino para los ulemas que buscaban ampliar sus conocimientos, como bien muestra la información sobre la riḥla recogida en la base de datos desarrollada en la Escuela de Estudios Árabes de Granada Prosopografía de Ulemas de al-Andalus. Destacaban como centros de enseñanza las grandes ciudades orientales así como Qayrawān, e incluso en periodo almohade, como es lógico, Marrakech por encima de Fez. Sin duda, esta realidad anterior al periodo meriní se contrapone a la existencia de una importante universidad y biblioteca. Curiosamente, al mismo tiempo que Abū ‘Inān fundaba la biblioteca de al-Qarawiyyīn, en Granada se creaba la primera madrasa de al-Andalus, la conocida como Yūsufiyya de Granada (1349), obra del sultán nazarí Yūsuf I (r. 1333-1354).

La biblioteca de al-Qarawiyyīn fue ampliada y resituada en su actual localización por el sultán sa‘dí Aḥmad al-Manṣūr (r. 1578-1603), quien además engrosó considerablemente el fondo de la misma con la incorporación de numerosos manuscritos que provenían de diversos lugares de la geografía marroquí. Hoy en día podemos trazar bien esta ampliación de la colección gracias a las notas que los propios manuscritos conservan sobre “su” historia. Ya en el siglo XX, Muḥammad V (r. 1927-1961) construiría una nueva sala de lectura y permitiría el acceso a los no musulmanes

Estado actual de la sala de lectura de la biblioteca de al-Qarawiyyīn
Manuscrito de época almohade donde, en el margen izquierdo, se observa una nota escrita en vertical que indica la entrada del manuscrito a la biblioteca de al-Qarawiyyīn en el mes de raŷab del año 1009 (enero-febrero de 1601) bajo el reinado del sultán Aḥmad al-Manṣūr.

A pesar de que en el siglo XIX se perdió gran parte de su fondo, la biblioteca de al-Qarawiyyīn sigue destacando a día de hoy por su colección: más de 2000 manuscritos que contienen unas 5600 obras, donde sin duda son mayoría los textos de derecho islámico así como coranes. Entre estos volúmenes sigue siendo posible encontrar obras que se creían perdidas, como ocurrió hace unos años con un fragmento del Muqtabis de Ibn Ḥayyān (m. 1075), texto fundamental para el conocimiento del periodo omeya de al-Andalus, o en el 2016 con el redescubrimiento de una biografía del profeta Muḥammad escrita en 1264 para el califa almohade al-Murtaḍà. Sin duda, muchos de los manuscritos andalusíes que se conservan en esta biblioteca llegaron allí no solo con el cargamento enviado por Sancho IV, sino sobre todo a manos de los refugiados andalusíes que progresivamente abandonaron la península Ibérica. Fez y al-Qarawiyyīn, de nuevo, se entrelazan con la historia de al-Andalus.

Para ampliar:

  • Hendrickson, J. “A Guide to Arabic Manuscripts Libraries in Morocco, with Notes on Tunisia, Algeria, Egypt and Spain”, MELA Notes, 81 (2008), pp. 15-88.
  • Ibn Abī Zar‘, Kitāb al-anīs al-muṭrib bi-rawḍ al-qirṭās fī ajbār mulūk al-Magrib wa-taʾrīj madīnat Fās, trad. A. Huici Miranda, Valencia, Anubar, 1964.
  • Mezzine, M. (ed), Historia de Fez. Desde la fundación hasta finales del siglo XX: constantes y variantes, Fez, 2014.
  • Molina, L. y Penelas, M. “Dos fragmentos inéditos del volumen II del Muqtabis de Ibn Ḥayyān”, al-Qantara, 32 (2011), pp. 229-241.
  • Terrasse, H. La Mosquée al-Qarauiyin à Fès, París, Librairie C. Klinckieck, 1968.