La ciudad de Roma en la historia y el imaginario arabo-islámico medieval

La Roma de los árabes es en parte el resultado de un malentendido literario, una ciudad imaginada como real, pero en realidad imaginaria, que debería aparecer entre “Las ciudades invisibles” de Italo Calvino. Sin embargo, esta imagen no viene de las imaginaciones más grotescas de los árabes, como se ha entendido en algunas ocasiones. La Roma árabe es una ciudad real que hunde su consistencia histórica, topográfica y cultural en una idea: la translatio o renovatio Romae


Giuseppe Mandalà


Detalle del mapa de Constantinopla según el Liber insularum archipelagi
de Cristoforo Buondelmonti, Biblioteca Nacional de Francia, ms. Lat. 2383, f. 34v.

En cierta medida, es sorprendente que en la historiografía arabo-islámica no exista referencia exacta a un evento que la cronística latina medieval describe en un tono apocalíptico: el saqueo de las basílicas de San Pedro y San Pablo Extramuros (846), y la consiguiente batalla de Ostia (849), inmortalizada por Rafael en un famoso fresco de las Estancias del Vaticano.

Lodovico Pogliaghi, El saqueo de la basílica de San Pedro (846)
[F. Bertolini, Storia generale d’Italia: Medio Evo, Milano 1892]
Rafael, La batalla de Ostia (849), Ciudad del Vaticano, Estancias de Rafael.

Desde esa perspectiva latina, por ejemplo, se anuncia el evento en las palabras de Benedicto de S. Andrea del Soratte (s. XI):

«Finalmente, tantos Agarenos entraron a Italia desde el puerto de Centocelle que llenaron toda la faz de la tierra, así como las langostas o las espigas en el campo».

Del saqueo de las basílicas romanas, sólo una mención, más o menos directa, puede ser localizada en las fuentes árabes. Así, el geógrafo oriental Ibn Rusta (fl. 903-913) nos informa que:

«Al oeste de esta ciudad [Roma] está el Gran Mar (al-bahr al-kabir) y ella está rodeada de huertos y olivares. Su población está expuesta a las incursiones marítimas de los bereberes de al-Andalus, de la Tahert marítima [que pertenece] a los países de Idris b. Idris [808-828] y de la Tahert superior».

Sin duda, era un lugar de paso que se prestaba bien a ser insertado entre las empresas de la piratería andalusí-cretense, que en aquellos años estaba en su apogeo en el Mediterráneo. En cuanto a la conquista de la ciudad de Roma, en las fuentes arabo-islámicas se puede seguir un hilo conductor entre Oriente y Occidente. En las fuentes latinas como la de Juan Diacono (s. IX-X), hay información sobre los planes de conquista diseñados por Ibrahim b. Ahmad (875-902), famoso emir aglabí que, remontando desde Calabria, quería conquistar Roma y luego Constantinopla. Había declarado su intención de conquistar Hesperia (el “Occidente” es decir, en este caso, la Península Itálica) a los embajadores de las ciudades de Campania, y ni franculus ni graeculus lo pudieron detener. Añadía con desprecio y desdén:

«Si hubiera podido encontrarlos a todos juntos, ¡les habría mostrado mi poder y lo que es el verdadero coraje en la batalla! Que regresen, pero sepan por cierto que los aniquilaré, y no solo a ellos, sino también a la ciudad de ese ridículo y viejo Pedro. Solo falta esto: que yo llegue a Constantinopla, la pisotearé bajo el ímpetu de mi fuerza».

Pero los sueños de conquista del emir aglabí fracasaron pronto, porque ese mismo año Ibrahim murió durante el asedio de Cosenza. Según Juan Diacono, Ibrahim desistió del asedio por consejo de san Pedro que se apareció al líder aglabí en una visión nocturna; de acuerdo a las fuentes árabes, fue por una violenta disentería.

La aspiración a conquistar Roma se hace presente también en el frente shií. En el testimonio de al-Kindi (s. IX) reportado por Ibn Jaldún, el Mahdi, después de conquistar la Península Ibérica y Roma, habría tomado Oriente y, finalmente, Constantinopla. Sólo entonces la “religión verdadera” triunfaría:

«Él hará la conquista de al-Andalus y Roma, se hará cargo del Oriente, y tomará Constantinopla y será el amo del mundo…».

En la Sicilia musulmana debía de existir también la aspiración a la conquista de Roma, cuestión que se revela en el poema cortesano dirigido al gobernador kalbí Ahmad b. Yusuf (1019-1036) por el poeta Abu ‘Abd Allah al-Husayn b. Abi ‘Ali al-qa’id. Al regreso de una campaña exitosa en Calabria, así fue celebrado dicho emir:

«En cuanto a Roma, que pronto le dará los buenos días con las espadas que vienen sin previo aviso / Tus esclavos serían los que tu acercarías, y tu tierra cada país que quisieras ganar».

Asimismo, en el periodo alrededor de la batalla de Las Navas de Tolosa (1212), la conquista de Roma está asociada también a la propaganda contra el Miramamolin (amir al-mu’minin), el califa almohade al-Nasir (1199-1213). Según las fuentes latinas, el califa habría amenazado al papa Inocencio III declarando abiertamente que transformaría el porche de la basílica de San Pedro en un establo para sus caballos, fijando además su estandarte por encima de la iglesia.

Por otro lado, hay que destacar que la ciudad de Roma se menciona en todos los géneros de la literatura árabe, desde el hadith (las tradiciones atribuidas al Profeta) a la historia, desde las ‘aya’ib al adab.En cuanto a la geografía arabo-islámica, ya desde el siglo IX se puso en circulación una descripción de Roma, tan extraordinaria como ficticia, creada en la Bagdad abasí. A partir de esa fecha, la imagen de la ciudad se transmitió con extraordinaria continuidad a través de textos y contextos diferentes por lo menos hasta el siglo XIX. Sin embargo, a ojos de los lectores modernos, la “Roma árabe” se presenta como una ciudad muy ambigua y perversamente polimorfa. De hecho, muchos textos clásicos de la geografía arabo-islámica describen distinguidamente Roma y Constantinopla (esta última llamada en árabe al-Qustantiniyya), pero la descripción de Roma propuesta por los geógrafos árabes no se corresponde con la realidad histórica y monumental de la ciudad. Es decir que la imagen se podría atribuir a Constantinopla, la Nueva Roma, fundada por Constantino en las orillas del Bósforo. Geógrafos, estudiosos y sabios de todas las edades transmiten, sin ninguna autopsia, la descripción de una ciudad con el mar por tres de sus lados y un cuarto conectado con el continente, protegida por un muro doble en ambos extremos, donde destacan la Puerta de Oro y la Puerta del Rey.

Constantinopla en las primeras décadas del siglo XV. Cristoforo Buondelmonti, Liber insularum archipelagi
[Paris, Bibliothèque nationale de France, N. A. lat. 2383, f. 34v].
Constantinopla, reconstrucción de la Puerta Áurea
[Krischen, Die Landmauer von Konstantinopel. Erster Teil, Lichtbilder von Th. von Lüpke, Berlin 1938, lám. 43].
Constantinopla, la Puerta Áurea
[Krischen, Die Landmauer von Konstantinopel… cit., lám. 19].

Los mismos autores añaden que la ciudad está protegida por dos murallas y un río-canal (llamado en árabe nahr / “rio”, o jandaq / “acequia”) dicho de “Constantino”. Serían suficientes ya estos pocos indicios para atribuir la realidad de los elementos topográficos a Constantinopla, o sea la doble muralla construida por el emperador Teodosio II, que defendió la ciudad hasta la conquista de 1453.

Constantinopla, reconstrucción de la muralla de Teodosio II
[F. Krischen, Die Landmauer von Konstantinopel… cit., lám. 1].

Confirmando inequívocamente esta interpretación, aparecen también otros monumentos de Constantinopla: en “el centro” de la iglesia de Roma se encuentra la Iglesia mayor, en árabe al-kanisa al-‘uzma, con un “tambor” (bury) y una cúpula (qubba), según algún autor en comparación con el Sión de Jerusalén. También conocida como la Iglesia del Rey o la Iglesia de las Naciones, o, más ampliamente definida como la Gran Iglesia o la Iglesia de Oro, no es otra que la iglesia de Santa Sofía en Constantinopla, llamada precisamente Megale ekklesia o Nueva Sión en las fuentes bizantinas. Entre las constantes descripciones aparece también la calle columnada que cruza la ciudad de este a oeste: o sea la Mese, cuya imagen se funde y se confunde con la gran vía fluvial de Constantinopla, el Cuerno de Oro, no sin alguna interferencia con el acueducto de Valente. Otros elementos descriptivos constantinopolitanos son el Balat (del griego Palation), es decir, el Gran Palacio de Constantinopla, la estatua ecuestre de Justiniano en el Augustaion (que está relacionada con profecías referentes a la conquista de la ciudad), y el “mercado de los pájaros” (suq al-tayr) o, según algunos, de los “pollos” (suq al-dayay), es decir, el Forum Constantini (el turco Tavuk Pazari,“el bazar de los pollos”).

Más aún, se incluye la descripción de una iglesia dedicada a los apóstoles donde yacían los cuerpos de Pedro y Pablo, y también la de los monasterios y columnas de los estilitas, todo flanqueado por leyendas, cuentos, y detalles de las ceremonias. Como hemos dicho, los protagonistas de este extraordinario equívoco literario son los geógrafos de la época dorada del califato abasí, a saber Ibn Jurradadhbih (n. 820 o 825 y m. 911), Ibn Rusta, Ibn al-Faqih al-Hamadhani (s. IX-X), y, más tarde, Yaqut al-Rumi (1179-1229), al-Qazwini (1203-1283), al-Firuzabadi (1329-1415), e Ibn al-Wardi (m. 1457) autor de un compendio geográfico que tuvo gran fortuna en el mundo otomano. Las descripciones de estos autores se transmiten a través de los siglos con una fuerza extraordinaria, resultado de un paradigma indiscutible de autoridad atribuido a estas fuentes. Asimismo, dentro de estos textos es posible aislar un núcleo descriptivo bien definido y asignado a la visión autóptica de un “monje” (rahib) que se quedaría en la ciudad, sobre el cual volveremos dentro de poco.

Una continuación de esta confusión paradójica se encuentra también entre los geógrafos del Occidente árabe-islámico: los andalusíes Abu Hamid al-Garnati (1080-1169/70) y al-Zuhri (s. XII), pero también Ishaq ibn al-Husayn (s. X-XI) y al-Idrisi (s. XII), que se limitan a reelaborar las noticias recibidas de los autores clásicos mencionados anteriormente, añadiendo una escasas palabras sobre el papa o insertando las tradiciones de al-Andalus, como la leyenda de la Era del Bronce y del censo de Augusto para la pavimentación del río Tíber. No obstante, no toda la geografía arabo-islámica participa de este error singular. Por ejemplo, el andalusí al-Bakri (s. XI), citado puntualmente por los más tardíos al-Himyari (s. XIII-XIV) e Ibn Sa‘id al-Magribi (1213-1286), y las citas “idrisianas” contenidas en la obra de Abu l-Fida’ (1273-1331), son textos que abren inesperadas rendijas de realismo acerca de la realidad topográfica y monumental de la Urbe.

Gracias a la descripción de Roma contenida en la Crónica de Siirt, un texto nestoriano cuya redacción se puede fechar entre los siglos IX y XI, es posible formular algunas hipótesis sobre el proceso formación de esta singular imagen literaria en los geógrafos abasíes. El libro ofrece una descripción de la ciudad llamada en árabe Rumiya al-dajila, es decir, “Roma la interna”, escrita por Jacob obispo de Nísibis (m. 338), un santo oriental que tomó parte en el Concilio de Nicea (325) y que, según la leyenda, visitó Constantinopla, pero nunca Roma. Fundamentalmente, la descripción de Roma contenida en la Crónica de Siirt es igual que la de los geógrafos árabes del califato abasí. Igualmente, este Jacob de Nísibis se identificaría con el misterioso “monje” al que se atribuye esa visión autóptica que antes comentábamos. Sin embargo, la atribución resulta ser meramente hagiográfica porque, por obvias fechas históricas, Jacob nunca hubiera podido hablar de la doble muralla de Constantinopla construida por Teodosio II (408-450). Aparte de este fraude piadoso, que merecería una profundización mayor en la ideología que subyace a esta creación, quisiera poner de relieve cómo la descripción de Roma contenida en la Crónica de Siirt ofrece la oportunidad de hacer una serie de consideraciones y suposiciones.

En primer lugar, la Bagdad de los abasíes fue una verdadera fragua de traducciones promovidas por los califas, algunos de los cuales trataron de establecer un conocimiento “secular”. En este entorno crece y se desarrolla la geografía arabo-islámica, una “ciencia” o “género literario” que buscaba el correcto conocimiento del Orbe para un mejor ejercicio del poder y del imperio. Es precisamente en este fértil medio cultural donde se debería buscar la génesis de esta imagen literaria de la ciudad de Roma. Sin duda tuvo un peso decisivo el nombre de “Roma”, en árabe Rumiya y Ruma, compartido por la Urbe y por Constantinopla, esta última la “nueva” o “segunda” Roma.

Por otro lado, gracias a los textos brevemente examinados creo que es posible afirmar que la descripción de Roma nació en un “escritorio”. Los geógrafos abasíes tomaron una o más descripciones de la Roma de Oriente, es decir Constantinopla, creando la imagen literaria que se transmitió a lo largo de los siglos. En mi opinión, no debemos descartar que la fuente de estos malos entendidos esté en el medio cultural de los Suryan, los siriacos del califato abasí. De hecho, según el testimonio de la Crónica de Siirt, los ambientes nestorianos conocían también, tal vez para consumo interno, una descripción de Roma que en realidad tenía las características de Constantinopla.

Es importante añadir que esta confusión paradójica se perpetuó también a nivel iconográfico. El mundo arabo-islámico asoció la imagen del laberinto unicursal alternativamente a las ciudades de Roma y Constantinopla.

El laberinto de Roma. Ibn al-Qass, Kitab dala’il al-qibla
[Londra, British Library, Oriental 13315, f. 46r].

El origen de esta doble atribución está en un equivoco basado en el nombre y la idea de Roma. En cuanto al significado del laberinto, es evidente que la imagen es compartida por el mundo arabo-islámico con las culturas vecinas (bizantina, siríaca, armenia, judía, pero también latina), que ligan la imagen del laberinto a la ciudad bíblica de Jericó. Por lo tanto, Roma / Constantinopla se convierte en la ciudad del enemigo, poderosa y bien defendida, pero cuya conquista es prometida e inevitable.
En definitiva, la Roma de los árabes es en parte el resultado de un malentendido literario, una ciudad imaginada como real, pero en realidad imaginaria, que debería aparecer entre “Las ciudades invisibles” de Italo Calvino. Sin embargo, esta imagen no viene de las imaginaciones más grotescas de los árabes, como se ha entendido en algunas ocasiones. La Roma árabe es una ciudad real que hunde su consistencia histórica, topográfica y cultural en una idea: la translatio o renovatio Romae, o sea la ideología política que entiende a Constantinopla como una nueva, y a veces única, Roma. De este modo, la cultura arabo-islámica se ofrece para los estudios futuros como un depósito de memoria donde es posible recuperar también fragmentos de tradición clásica.

Para ampliar:

véase https://csic.academia.edu/GiuseppeMandalà, donde se encontrarán los siguientes trabajos:

  • A. De Simone, G. Mandalà, L’immagine araba di Roma. I geografi del Medioevo (secoli IX-XV), Bologna 2002.
  • G. Mandalà, “Roma e il labirinto nella tradizione arabo-islamica”, Mélanges de l’École française de Rome. Moyen-Âge 121.1 (2009), pp. 219-238.
  • G. Mandalà, “La descrizione della città di Roma nelle opere di tre storici arabo-islamici del Medioevo”, Le forme e la storia. Rivista del Dipartimento di Filologia moderna – Università degli Studi di Catania 3.1 (2010), pp. 45-60.
  • G. Mandalà, “Tra mito e realtà: l’immagine di Roma nella letteratura araba e turca d’età ottomana”, in F. Meier (ed.), Italien und das Osmanische Reich (Studia Turcica 2), Göttingen 2010, pp. 29-56.
  • G. Mandalà, “L’immagine della città di Roma nel mondo arabo-islamico: tradizione del classico e periferie della memoria”, Estudios bizantinos 2 (2014), pp. 49-86.