Pasado y presente de los andalusíes en Túnez

A pesar de que la asimilación cultural del grupo terminó por ser, en la mayoría de casos, casi inevitable, existen en Túnez, Argelia y Marruecos, en la actualidad, y aunque pueda sorprender, comunidades que se autodefinen como andalusíes y que reivindican, no solamente una herencia histórica cultural común, sino también unos rasgos identitarios distintivos en el presente


Marta Domínguez Díaz
Universidad de St. Gallen


Detalle del minarete de la mezquita de Testour (Túnez). Fotografía de El Golli Mohamed. Wikimedia commons.

Las relaciones sociales y culturales entre las diferentes orillas del Mediterráneo han sido elementos importantes en la construcción identitaria de los pueblos que las constituyen. El caso de los andalusíes de Túnez es buen ejemplo de ello. El término andalusí (idéntico en lengua árabe, pero transliterado a las lenguas europeas de formas muy diversas, desde andles a andalousi, entre otras) es el usado con mayor frecuencia actualmente para autodefinirse por parte de los musulmanes norteafricanos descendientes de aquellos de origen ibérico que se asentaron en diversas partes del Mediterráneo. Los andalusíes proceden de familias que, en algunas ocasiones con anterioridad, pero mayoritariamente a principios del siglo XVII, se asentaron fuera de la Península; ello se debió a la emigración de la población musulmana vinculada al paulatino avance de Norte a Sur y consecuente establecimiento de los reinos cristianos en territorios anteriormente gobernados por musulmanes en la Península Ibérica y, finalmente, a los decretos de expulsión de los moriscos (musulmanes obligados a convertirse al cristianismo). Los judíos fueron expulsados por su parte en 1492. En la diáspora, ambas comunidades vivirían, en muchas ocasiones, juntas, estableciendo barriadas geográficamente colindantes y atestiguando así las estrechas relaciones que en ocasiones existieron entre ambos grupos.  

Las realidades históricas, mayoritariamente dramáticas, que llevaron a los andalusíes a abandonar sus lugares de origen son diversas, usándose, hoy en día, el término andalusí a modo genérico para abarcarlas todas. Los expulsados a partir del siglo XVII fueron los moriscos, musulmanes que se habían quedado en territorio peninsular tras la conquista cristiana (estos fueron los así llamados mudéjares), pero a los que se había obligado a convertirse al cristianismo a partir de 1502. El edicto de expulsión de los moriscos fue dictado por Felipe III en 1609. Fueron aproximadamente entre 270.000 y 300.000 las personas que se marcharon a raíz del mismo. Aunque en el imaginario colectivo de los andalusíes en la actualidad figura de forma muy prominente Andalucía, haciéndose una asociación frecuentemente romántica y utópica entre sus pasados familiares, al-Ándalus como realidad histórica y lugares icónicos como Córdoba, Sevilla o Granada, la realidad es que los expulsados procedían también de otras regiones de la Península: Valencia y Aragón, principalmente. La expulsión derivada del edicto de 1609 durará seis años y alcanzará dimensiones espeluznantes: abandonan Valencia aproximadamente 118.000 personas (un tercio de la población), 61.000 lo hacen de Aragón, 45.000 de Castilla y Extremadura, 16.000 de Murcia y 32.000 de Andalucía. 

Si bien habrá inicialmente comunidades andalusíes en Italia, los Balcanes y en las costas mediterráneas de Anatolia, son las tierras del norte de África las que acogieron a la mayoría de ellos. Los llegados se asentaron tanto en la costa como en el interior; apareciendo también en las fuentes grupos andalusíes en lugares más lejanos, como en América Central y del Sur, el Sahel o la región de Senegambia. La elección del lugar de destino fue determinada por numerosos factores: en algunos casos, los expulsados optaron por lugares en los que otros andalusíes se habían establecido antes que ellos, pues, como se ha mencionado, el influjo de comunidades de procedencia ibérica no se inició en el siglo XVII, sino mucho antes. El perfil social y religioso de los que abandonaron la Península fue transformándose con el tiempo. Un primer periodo, desde mediados del siglo XIII hasta el siglo XV, genera diásporas de andalusíes musulmanes que son, por un lado, el resultado de los primeros avances de la conquista y toma por parte de los reinos cristianos de los territorios bajo dominio musulmán, pero también, por otro lado, fruto de las constantes relaciones políticas, culturales y comerciales que existieron entre las orillas opuestas del Mare Nostrum. Durante esta época, los andalusíes que se afincan en el Magreb son normalmente de condición privilegiada: intelectuales, figuras religiosas, burócratas y técnicos que no hallarán dificultades de integración entre las élites locales. Un ejemplo ilustrativo de los pertenecientes a este colectivo lo encontramos en el erudito árabe Ibn Jaldun (1332-1406), descendiente de una familia de origen yemení establecida originariamente en Carmona y Sevilla y que terminó por instalarse en Túnez, donde nació el célebre autor de la Muqaddima.  

Mausoleo de Sidi Qasim al-Jalizi en Túnez. Fotografía de Marta Domínguez.

Un segundo periodo se da durante el siglo XVI y los éxodos de entonces están estrechamente ligados a la caída del reino de Granada en 1492 y a la llamada revuelta de las Alpujarras (1568-1571). En esta época, los migrantes (musulmanes) se establecerán principalmente en la zona donde ubicamos actualmente Argelia y Marruecos, y no tanto en la región central y oriental del norte de África. Túnez, en concreto, es en este periodo normalmente evitado por los andalusíes a modo de precaución, por temor a que las operaciones militares de los reinos cristianos de la Península Ibérica en Túnez fueran leídas como procedentes de aquellos con quienes dichos pobladores tenían relaciones o simpatías. 

 Sin embargo, es esta región precisamente la que recibirá un influjo más significativo en el tercer periodo, a principios del siglo XVII, entre los años 1609 y 1614, momento en que se estima que aproximadamente 80.0000 expulsados de origen ibérico llegaron a las costas tunecinas. Ellos son los antepasados de aproximadamente el 1% de la población total de la actual República de Túnez, entre 100.000 y 150.000 individuos estimados, aunque no existe un censo preciso ni cifras exactas. En claro contraste con el perfil social de los andalusíes que llegaron en periodos anteriores, quienes se establecen en la región a principios del siglo XVII —recuérdese que los musulmanes habían sido obligados a convertirse al cristianismo— tienen, en muchos casos, rasgos culturales arabo-islámicos menos claros y un perfil mucho más hispanizado, además de contar con un nivel económico significativamente dispar. Los había de campo y de ciudad, tanto ricos como pobres, y las dificultades económicas a las que tuvieron que enfrentarse fueron en esta época definitivamente mayores que en periodos anteriores. También sabemos que el proceso de expulsión generó en sí mismo el empobrecimiento de muchos. Las fuentes hablan de gente que dejó atrás todo lo que tenía, y de otros que fueron robados en altamar, durante la travesía. A su vez, Túnez tampoco era la sociedad económicamente floreciente de otras épocas. Ésta se había visto considerablemente dañada por las confrontaciones militares con los poderes cristianos que culminaron en la conquista otomana de Túnez de 1574, un control político efectivo que a veces se percibió como distante, inestable y frágil.  

La llegada de los andalusíes a inicios del siglo XVII se produce en un breve espacio de tiempo de cinco años y fue masiva, lo que nos ayuda a entender cómo, a diferencia de lo que pasó con los andalusíes llegados a otras partes (como, por ejemplo, a las costas del Mediterráneo oriental), la asimilación cultural del elemento andalusí fue, en Túnez, más lenta y en algunos casos nunca se produjo. Es por ello que la huella andalusí está en la sociedad y cultura tunecinas más presente que fuera del Magreb. En el resto de lugares donde éstos se asentaron, su legado cultural ha sido absorbido por el de la mayoría y no existe una minoría actual andalusí identificable. Sí existe, en lugares donde los andalusíes fueron culturalmente asimilados, una distinción relativa al otro grupo con el que comparten origen geográfico y parte de las dinámicas históricas que les llevaron al exilio, los judíos sefardíes. Lugares como Esmirna o Estambul han contado desde la Edad Media con comunidades sefardíes estables y, a diferencia de lo que pasó con los andalusíes en tierras turcas, que sí fueron asimilados, la distinción identitaria sefardí no se ha perdido, aunque, tal y como pasa en otras partes de la región, las comunidades sefardíes han menguado drásticamente, siendo en la actualidad muy pequeñas o inexistentes. De todas formas, los sefardíes han mantenido rasgos religiosos y culturales distintivos, un grado de singularidad que no se mantuvo entre la mayoría de comunidades andalusíes en el Mediterráneo oriental. Parte de ello es atribuible a la identidad religiosa. Los judíos mantuvieron, en el sistema de millets otomano, instituciones y un sistema de fiscalidad diferente, elementos que contribuyeron a la preservación de un carácter comunitario propio y que no se dieron en el caso de las comunidades andalusíes en esta zona.  

Patio del mausoleo de Sidi Qasim al-Jalizi en Túnez. Fotografía de Wildtunis. Wikimedia commons.

En Túnez, la identidad religiosa de los expulsados procedentes de la Península Ibérica fue frecuente motivo de disputas y debates. Aunque, paradójicamente, era el considerar que seguían siendo musulmanes (a pesar de la conversión forzosa) lo que había llevado a la expulsión de los mismos, una vez en Túnez, se les consideró en ocasiones no lo suficientemente musulmanes y hubo dudas sobre la veracidad de su compromiso con el islam. Las dudas podían ser mayores si consideramos que muchos procedían de territorios que estaban bajo dominio cristiano con significativa anterioridad al año 1609. Tengan las lectoras y lectores en cuenta que Aragón dejó de estar bajo dominio musulmán a finales del siglo XII y Valencia en el siglo XIII. Los llegados de estas tierras sabían a menudo poco sobre el islam y la cultura musulmana y, debido a ello, en ocasiones se les pidió que se convirtiesen formalmente. La mayoría no sabía árabe, lo que también se asociaba con el desconocimiento de la religión, y sabemos que las autoridades pidieron que a ciertos grupos se les enseñase árabe y los fundamentos religiosos. Éste fue, por ejemplo, el interesante caso del toledano Ibrahim Taybili (cuyo nombre anterior al exilio era Juan Pérez), quien aprenderá árabe y estudiará acerca del islam una vez en Túnez, y trabajará activamente, a partir de entonces, en difundir conocimientos sobre el islam en habla hispana entre los andalusíes. A su vez, los recién llegados también quisieron demostrar su lealtad al islam, como se evidencia en el hecho de que en la mayoría de pueblos que fundaron se desarrolló una intensa vida religiosa; ese afán por demostrar su devoción religiosa es también reflejada en la proliferación de arquitectura de esta índole en los pueblos que habitaron y en el hecho de que, a partir de entonces, numerosos son los nombres de origen andalusí que encontramos entre los ulemas.  

Si bien la aportación andalusí sería importante en la construcción de la autoridad religiosa de la región desde el siglo XVII en adelante, los andalusíes también mantuvieron un grado de autonomía propia en la figura del qaʼid al-Andalus. A pesar de ser musulmanes y malikíes, el Dey creó dicha figura con funciones de regulación comunitaria y captación de impuestos. Sin embargo, y volviendo al ejemplo comparativo en relación a los sefardíes, aunque los andalusíes gozaran en un principio de (algunas) instituciones y fiscalidad propias en esta región, esos elementos distintivos desaparecerán paulatinamente y lo harán de forma definitiva durante el periodo colonial, lo que también contribuyó a promover de forma significativa la asimilación cultural del grupo. 

Lo mismo sucede con la lengua. El sacerdote español Francisco Ximénez de Santa Catalina (1685-1758), en su visita a la región noroccidental tunecina un siglo después de la instalación de los andalusíes en la región del valle del río Medjerda, observa que hay hispanohablantes en la localidad de Testour, un pueblo fundado ex novo a inicios del siglo XVII por personas procedentes de la Península Ibérica, aprovechando materiales y algunos elementos del urbanismo de un núcleo desaparecido en la Edad Media. Sin embargo, ni en Testour ni en los demás núcleos andalusíes de la región hay constancia del uso del español más allá de finales del siglo XVIII. En el caso de Túnez, por ejemplo, el legado de esta diversidad lingüística se halla solo presente en la onomástica, así como en algunas palabras derivadas del español, y en menor medida del catalán, que se usan en el dialecto árabe tunecino actualmente. Siguiendo con la comparación contrastada con los sefardíes, el ladino, aunque con dificultades severas, se ha mantenido en relativo uso hasta el siglo XX, y aunque hoy en día su continuidad no esté de ninguna forma garantizada, los sefardíes mismos consideran que la lengua ha sido un elemento importante en el mantenimiento de la distinción identitaria del grupo.  

Minarete de la mezquita de Testour (Túnez). Fotografía de El Golli Mohamed. Wikimedia commons.

Es posible que el sentido de pertenencia a un grupo andalusí mas o menos cohesionado fuera algo que se forjase con el paso del tiempo. Después de todo, las comunidades procedentes de la Península Ibérica que se establecieron en este territorio tenían procedencias sociales, geográficas y económicas diversas. Pero el hecho de que las autoridades en Túnez les tratasen como a un solo grupo andalusí puede haber contribuido a que se forjase un sentido identitario unificado. Por su parte, si bien las poblaciones autóctonas posiblemente agruparan a los musulmanes ibéricos también en un solo grupo, al poco tiempo hubo quien también supo establecer diferencias entre ellos. Por ejemplo, en las fuentes se utiliza a veces la palabra “tagarino” para referirse a aquellos que procedían de las regiones noroccidentales de la Península Ibérica, o “zegri”, palabra utilizada popular, y a veces algo vagamente, para referirse a aquellos de origen granadino (y quiero decir con esto que muchos a los que se les consideraba como tales no necesariamente lo eran). Existen también indicios de que las diferencias entre los propios andalusíes existían, y la forma en que organizaron urbanísticamente los pueblos que fundaron da fe de ello. El mismo Testour cuenta con una clara diferenciación entre los sectores andalusí, tagarino y judío, aunque debe también decirse que, a medida que la población fue creciendo y se fundaron nuevos barrios, estas distinciones no se mantuvieron. Asimismo, en ocasiones, el sentido de comunidad que después detentarían durante siglos y hasta nuestros días, no fue tan tardío y empezó a forjarse incluso antes de su llegada a tierras tunecinas; en altamar, se dieron casos en que durante la travesía en barco, los expulsados habían elegido entre ellos representantes y creado estructuras organizativas dentro de la naciente comunidad que facilitarían la prevalencia de un cierto sentido de cohesión de grupo al llegar a puerto.  

A pesar de que la asimilación cultural del grupo terminó por ser, en la mayoría de casos, casi inevitable, existen en Túnez, Argelia y Marruecos, en la actualidad, y aunque pueda sorprender, comunidades que se autodefinen como andalusíes y que reivindican, no solamente una herencia histórica cultural común, sino también unos rasgos identitarios distintivos en el presente. Aunque existen grupos de dichas características en los tres países, hay diferencias importantes en las formas de conceptualizar la identidad que estos manifiestan en los mismos. Los argelinos, por ejemplo, tienden a ser los menos activos en generar discursos colectivos de adscripción identitaria alrededor de una causa andalusí. En este sentido, los más y mejor organizados son los marroquíes, que cuentan con una plétora considerable de organizaciones y grupos, algo que debe de entenderse dentro del marco de unas relaciones estrechas con intelectuales y comunidades de apoyo tanto en España como en Marruecos. Posiblemente podamos entender la intensidad del fenómeno andalusí y su dimensión de activismo social y político en el caso marroquí dentro de un marco más amplio de relaciones (estrechas, y a veces de desigualdad) entre ambos países, un nivel de intercambio (y fricción) mucho menos notorio en Argelia y Túnez.  

El caso tunecino es singular, y muy interesante. Por un lado, Túnez cuenta con estrechas relaciones académicas con España, especialmente en lo que se refiere al estudio histórico del fenómeno andalusí, que han dado lugar a simposios y publicaciones en el último cuarto del siglo XX, con un interés que perdura hoy en día.

Cartel del coloquio internacional «L’héritage andalou en Tunisie du XIII° siècle à nos jours», celebrado en la Academia Tunecina de Ciencias, Letras y Artes, entre el 25 y el 26 de noviembre de 2021.

Por el otro, aunque el nivel de movilización ciudadana alrededor de la causa andalusí es mucho menos acuciado que en la vecina Marruecos, los tunecinos han sido de los grupos de andalusíes que han mantenido rasgos culturales propios de una forma más viva. Desde la cultural inmaterial en elementos como la música, o el variado y rico repertorio culinario andalusí presente en el país, hasta en las relaciones sociales, con un grado sorprendente de endogamia étnica, son numerosas las dinámicas que han permitido la pervivencia, si bien reformulada y re-imaginada, de una identidad de grupo significativamente sólida.

Calle de los andalusíes en la ciudad de Túnez. Fotografía de Marta Domínguez.

Existe, además, especialmente desde la primavera árabe del 2010 y 2011, una cierta revitalización del sentimiento de pertenencia a la identidad andalusí, algo que se concreta en movilizaciones sociales, el aumento de contactos entre jóvenes a través de redes sociales en torno a este tema, así como la creación de nuevas asociaciones locales para la preservación y promoción de la cultura andalusí. Todo ello permite una re-enunciación de la identidad andalusí que permite, a pesar del alto grado de asimilación, una cierta pervivencia, lo que hace que siga transformándose y curiosamente siga transformando consigo la sociedad tunecina de la que se nutre. Que 400 años después de su llegada los vínculos con las sociedades y culturas de la Península Ibérica sean nulas no ha impedido que los andalusíes, con orgullo tunecino, se resistan a pasar a formar parte solo de un pasado que les vincula a otro lugar. Qué derivas identitarias pueda tomar el fenómeno andalusí en el futuro, dependerá tanto de los devenires sociales, políticos y económicos de Túnez, así como de los potenciales frutos que la interconexión entre andalusíes en distintas partes del país, en la diáspora y en relación a los de países vecinos, puedan llegar a generar. 


Para ampliar:   

  • El catedrático tunecino por la universidad de Sfax en Historia Moderna, Houssem Eddine Chachia, mantiene actualizado un blog con mucha información sobre la realidad histórica de los andalusíes en Túnez, en árabe y español, ver Los Moriscos de Túnez.
  • Chachia, H. E. 2015. Los sefardíes y los moriscos: El viaje de la expulsión y de la instalación en el Magreb (1492-1756) Relatos e itinerarios. [السفارديم والمورسكيون رحلة التهجير والتوطين في بلاد المغرب ) 1492- 1756 الروايات والمسارات__المقدمة+فهرس المحتويات ]Airpbooks. (en árabe). 
  • Coloquio internacional «L’héritage andalou en Tunisie du XIII° siècle à nos jours», celebrado en la Academia Tunecina de Ciencias, Letras y Artes, entre el 25 y el 26 de noviembre de 2021.
  • de Epalza, Miguel, and Abdel-Hakim Slama-Gafsi. El español hablado en Túnez por los moriscos o andalusíes y sus descendientes (siglos XVII-XVIII): material léxico y onomástico documentado, siglos XVII-XXI Universidades de Valencia, Granada y Zaragoza, 2010.
  • Villanueva Zubizarreta, Olatz. ‘Los moriscos en Túnez’. En: García-Arenal, Mercedes, and Gerard Wiegers, eds. Los moriscos: expulsión y diáspora: una perspectiva internacional. Universitat de València, Universidades de Valencia, Granada y Zaragoza, 2014, 361-390.