Al-Andalus: territorio e identidad

Desde su primera aparición, el nombre al-Andalus se utiliza con una clara definición geográfica, como sinónimo de península ibérica, al igual que Spania


Alejandro García Sanjuán
Universidad de Huelva


Mapa de al-Idrisi, BNF ms. arabe 2221

Todas las sociedades humanas han mantenido distinto tipo de relaciones con los territorios sobre los que se han asentado. En cierta medida, estos vínculos con el espacio son expresión de sus características como grupos organizados y, por lo tanto, ayudan a comprender su propia naturaleza.

Durante la Edad Media, la península ibérica fue un territorio compartido por dos sociedades distintas, que se disputaron su control durante varios siglos. No existe consenso académico en torno a la definición de ambas sociedades como comunidades humanas diferenciadas, de tal modo que los factores políticos, económicos, sociales, culturales y religiosos se utilizan de formas distintas a la hora de valorar las características respectivas de cada una de ellas. No obstante, no cabe duda de que, junto a sus diferencias, también existen elementos que resultan comunes a ambas.

Al-Andalus es el nombre que, en la tradición árabe clásica, ha servido para designar al territorio de la península ibérica. No se conoce con exactitud su origen etimológico, asunto sobre el que se han formulado diversas propuestas. Lo único cierto a este respecto es que los árabes utilizaron esta denominación desde su llegada al territorio peninsular, tal y como acredita la numismática a través de los llamados ‘dinares bilingües’, monedas de oro con inscripciones latinas y árabes en el anverso y el reverso, respectivamente, acuñadas en el año 98 de la hégira (716-717 de nuestra era). Es importante destacar el hecho de que, en estos importantes testimonios históricos, los primeros escritos en árabe en la Península, el nombre al-Andalus se utiliza como equivalente del nombre latino Spania, que desde la época romana se había empleado para designar el territorio peninsular y que a lo largo de toda la Edad Media, seguiría vigente entre las comunidades de predominio cultural latino y cristiano.

Por lo tanto, desde su primera aparición, el nombre al-Andalus posee una clara definición geográfica, como sinónimo de península ibérica, al igual que Spania. Este sentido del nombre se refuerza en los autores árabes mediante el empleo del sintagma ‘yazirat al-Andalus’, península de al-Andalus, que aparece con frecuencia en textos de todo tipo. Asimismo, es habitual en dichos autores la expresión ‘al-Yazira’, como forma simplificada de aludir a al-Andalus, de una manera idéntica a como hacemos hoy día en castellano cuando decimos ‘la Península’.

Existe, por lo tanto, entre los autores árabes una clara conciencia de la naturaleza peninsular del territorio de al-Andalus y eso, obviamente, significa que dicho nombre no se usaba con restricciones políticas o religiosas. Es decir que, frente a lo que se ha afirmado durante mucho tiempo, al-Andalus no era exclusivamente la parte del territorio peninsular bajo soberanía o dominio político musulmán, sino que debemos entenderlo como el nombre árabe clásico de la península ibérica, de la misma forma que Hispania lo fue para los autores latinos. Se trata, pues, de un nombre con una clara dimensión o contenido de carácter geográfico

La idea de que al-Andalus designaba en exclusiva el espacio dominado por los musulmanes constituye un prejuicio fuertemente arraigado en la tradición historiográfica académica que resulta fácil encontrar reproducido en toda clase de obras escritas por historiadores y arabistas y que sería conveniente desterrar, ya que introduce una enorme distorsión respecto al sentido histórico de dicho nombre. No se trata del único fenómeno de estas características ya que, como veremos a continuación, existen otros prejuicios similares asociados a la naturaleza de las percepciones territoriales de los andalusíes y a sus vínculos con el territorio que habitaban.

Tal vez la existencia de este prejuicio pueda explicarse debido a la circunstancia de que la cultura árabe e islámica no se extendió de forma homogénea por todo e territorio peninsular, es decir, por todo al-Andalus, como tampoco lo hicieron las formaciones políticas basadas en dicha cultura que se desarrollaron en dicho territorio durante los siglos medievales.

En efecto, la conquista iniciada en 711 no permitió a los musulmanes controlar todo el conjunto del territorio peninsular, de manera que amplios espacios quedaron fuera de su dominio y, por lo tanto, no experimentaron con la misma intensidad la influencia de los procesos de arabización e islamización. A grandes rasgos, puede decirse que todo el cuadrante Noroeste, lo que los autores árabes designaban como Yilliqiya, se mantuvo al margen de dichos procesos, al igual que los sectores más septentrionales del territorio, es decir, lo que hoy día representa Asturias, Cantabria, País Vasco y Norte de Aragón y Cataluña.

Esta circunstancia, de la que los propios autores árabes eran perfectamente conscientes, fue la que determinó que, como decíamos al principio, la península ibérica quedase dividida en dos espacios que, a su vez, representan a dos sociedades distintas. De esta forma, puede decirse que la conquista musulmana significó un cambio histórico de consecuencias definitivas en la historia del territorio peninsular. A partir de 711, Hispania quedó dividida y fragmentada, tanto desde el punto de vista político como social y cultural, y dicha división resultó ser, en parte, al menos, irreversible, ya que el territorio peninsular nunca volvería a estar unido bajo una única soberanía, salvo durante algunas décadas entre los siglos XVI y XVII, debido a razones exclusivamente dinásticas.

Por lo tanto, al contrario de lo que la tradición historiográfica española ha sostenido de manera predominante hasta épocas no muy lejanas, la denominada ‘Reconquista’ no supuso el restablecimiento del orden vigente con anterioridad a la conquista musulmana. La ‘Reconquista’ significó la erradicación de la cultura árabe e islámica de la Península y, por lo tanto, la liquidación de al-Andalus, si bien la presencia de dicha sociedad durante ocho siglos sobre el espacio peninsular fue un fenómeno histórico de consecuencias muy amplias y duraderas.

Este análisis nos obliga a admitir que la Hispania anterior a la conquista musulmana y la España que surgiría con posterioridad a la liquidación de al-Andalus son dos entidades históricas muy diferentes. Aunque los nombres Hispania y España están vinculados por una relación etimológica, sus significados históricos son muy distintos y cualquier intento de establecer una continuidad entre ambos se enfrenta a obstáculos insalvables.

Una de las realidades históricas más importantes que se desarrollan en la Península durante la Edad Media y que, tal vez, han sido menos estudiadas, consiste en la conformación de una identidad andalusí. Esta identidad se basa, obviamente, en el nombre ‘al-Andalus’, que para los autores andalusíes se definía como balad (o, en plural, bilad), es decir, como un ‘país’, y se expresa a través de autónimos formulados en lengua árabe, tales como ‘ahl al-Andalus’ (literalmente, ‘gente de al-Andalus’) o andalusiyyun (‘andalusíes’). Cabe hablar, por lo tanto de la existencia de un sentimiento de pertenencia que servía de nexo de unión entre elementos que se consideraban parte de una misma comunidad humana.

En este punto, sin embargo, nos enfrentamos a una cierta contradicción, ya que, aunque los andalusíes tomaban su denominación de al-Andalus, existe una importante discordancia entre dicha identidad y el nombre del que procede. En efecto, si hemos dicho que al-Andalus designa, en su conjunto, a todo el territorio peninsular, en cambio la identidad andalusí no abarca por igual a todos los habitantes de dicho territorio. Por el contrario, existe una conexión muy clara entre esa identidad y determinados marcadores culturales, los que se vinculan con los parámetros de la cultura árabe e islámica.

No existe, por lo tanto, una idea de identidad común entre musulmanes y no musulmanes en la Península durante la Edad Media. Las identidades colectivas se basan en el antagonismo y, en este sentido, la andalusí no es una excepción. Esta idea nos obliga, de nuevo, a cuestionar otro de los prejuicios más arraigados en la historiografía española, según el cual tanto musulmanes como cristianos habrían compartido una identidad común. Tal vez la expresión más antológica de este prejuicio fuera formulada por el célebre historiador Claudio Sánchez-Albornoz cuando señaló que el célebre polígrafo cordobés Ibn Hazm (m. 1064) fue ‘el eslabón moro de la cadena que une a Séneca con Unamuno’.

Esta formulación constituye la expresión de la tendencia, ampliamente extendida en la historiografía española hasta la década de 1970, a ‘españolizar’ al-Andalus, una de cuyas formulaciones más aberrantes y anacrónicas consistía en la sistemática traducción del nombre ‘al-Andalus’ en los textos árabes como ‘España’. No existe ningún texto árabe en el que su autor se identifique a sí mismo como ‘hispano’ o, mucho menos, como ‘español’ pero sí, en cambio, existen expresiones que permiten apreciar la conciencia de pertenecer a una amplia comunidad de ‘gente de al-Andalus’.

A lo largo de la historia, las identidades colectivas no son inmutables, ni siquiera totalmente estables. Se trata de productos ideológicos asociados a distintos valores y conectados con proyectos sociales y políticos determinados. En este sentido, no tenemos constancia clara del momento a partir del cual podemos hablar de la conformación de una clara conciencia de la identidad andalusí, una cuestión que exigiría la realización de análisis específicos más amplios que los que hasta ahora se han llevado a cabo. Las consideraciones siguientes, por lo tanto, deben considerarse como una aproximación inicial a un tema complejo y no suficientemente estudiado que requiere una atención más pormenorizada.

Una de las características más importantes de dicha identidad radica en su fuerte anclaje en el territorio. No solo se trata de que, como se ha dicho, el endónimo ‘ahl al-Andalus’ está relacionado con el nombre de un espacio geográfico determinado, sino que existen manifestaciones de los sentimientos de pertenencia de los andalusíes respecto al territorio que habitaban, un fenómeno perfectamente natural y que está bien documentado en las fuentes árabes. Tal vez la más clara expresión de dicho sentimiento radique en la existencia de textos en los que se habla de ‘nuestro al-Andalus’ o, en otros casos, de ‘nuestro país’.

Asimismo, resulta importante tomar en consideración el hecho de que esa autoconciencia se manifiesta igualmente a través de la elaboración de una determinada memoria histórica. Sobre los materiales ya existentes en autores latinos previos, los andalusíes crearon su propia narración de la historia de su país, al-Andalus, cuya manifestación más temprana probablemente sea la ‘Historia de los reyes de al-Andalus’, de Ahmad al-Razi (m. 955), obra que abarcaba tanto el pasado preislámico como la época islámica de la historia de al-Andalus.

El anclaje en el territorio de la identidad andalusí no solo es un fenómeno importante en sí mismo, es decir, como elemento integrante de la identidad andalusí sino porque, una vez más, nos obliga a refutar otro de los prejuicios más habituales de la historiografía española. En efecto, no resulta infrecuente leer en trabajos académicos la idea de que durante la Edad Media se enfrentaron en la Península dos sociedades con dos formas distintas de percepción del territorio. Mientras que en la sociedad cristiana habría existido una fuerte conciencia de vinculación con el territorio peninsular, del cual se habría derivado el proceso de ‘Reconquista’ antes mencionado, en cambio los musulmanes no habrían desarrollado una vinculación similar con el territorio que habitaban. Fuertemente limitada por la existencia de vínculos de carácter tribal y religioso, la relación de los andalusíes con su territorio habría sido secundaria e incluso irrelevante, lo que explicaría la ausencia de una percepción del territorio vinculada a sentimientos y emociones.

En realidad, este prejuicio no es sino la expresión del predominio en la historiografía española de la influencia del nacionalismo español, un sector del cual estableció que al-Andalus era una entidad ajena a la identidad española y, por lo tanto, totalmente ilegítima. Sus habitantes, los andalusíes, serían, desde esta perspectiva, meros ‘okupas’ de un territorio ilegítimamente arrebatado a sus legítimos propietarios, los españoles católicos.

Aunque estos prejuicios han ejercido una fuerte influencia historiográfica durante largo tiempo, por fortuna en la actualidad los especialistas trabajan con visiones mucho más afinadas y equilibradas sobre estas cuestiones. Desde épocas tempranas, en al-Andalus se percibe lo que Maribel Fierro ha denominado como ‘sentimiento de precariedad’, es decir una autoconciencia derivada de las particulares condiciones en las que se desarrolló la existencia de los andalusíes. Al-Andalus, en efecto, era uno de los confines del mundo islámico que surge a raíz de la expansión musulmana de los siglos VII-VIII, un territorio limítrofe con el mundo cristiano situado en una región lejana y apartada del foco originario de la cultura árabe e islámica, situado en el Próximo Oriente y cuyas capitales principales eran ciudades como La Meca, Damasco, Bagdad o El Cairo. Dichas condiciones de lejanía y de contacto directo con la Cristiandad, uno de los grandes antagonistas políticos y religiosos del Islam durante la época medieval, son las que explican dicho sentimiento de precariedad, derivado de la amenaza que representaba vivir rodeados del mar y del enemigo y conscientes del peligro que suponía la necesidad de luchar por su supervivencia como comunidad dotada de una identidad propia.

Ahora bien, este sentimiento de precariedad, del que existen testimonios más claros a partir del siglo XI, cuando la expansión política de los reinos cristianos peninsular comienza a alcanzar éxitos muy importantes, como la toma de Toledo en 1085, no supone, en modo alguno, la inexistencia de una conciencia clara de vinculación de los andalusíes hacia su propio territorio, una vinculación que no excluye, obviamente, otras formas de identidad colectiva, como las tribales o religiosas, y que se manifiesta, en determinadas ocasiones, a través de expresiones que denotan fuertes y explícitos sentimientos de pertenencia.

Este sentimiento, además, perviviría a lo largo del tiempo, incluso más allá del final de al-Andalus, en 1492. Cuando el morisco Francisco Núñez Muley escribió en 1567 su célebre ‘Memorial’ en defensa de los derechos de los moriscos granadinos, en todo momento se refiere a ellos como ‘los naturales deste reino’, clara manifestación de una realidad histórica que contaba a finales del siglo XVI con más de ocho siglos y medio de antigüedad.


Para ampliar:

  • Fierro, M. ‘Cosmovisión (religión y cultura) en el Islam andalusí (siglos VIII-XIII)’, J. I. De la Iglesia Duarte (coord.), Cristiandad e Islam en la Edad Media hispana. XVIII Semana de Estudios Medievales (Nájera, 30 Julio-3 Agosto 2007), Logroño, 2008, 31-79.
  • García Sanjuán, A. ‘El significado geográfico del topónimo al-Andalus en las fuentes árabes’, Anuario de Estudios Medievales, 33/1 (2003), 3-36.
  • García Sanjuán, A. ‘Territorio y formas de identidad colectiva en al-Andalus (siglos VIII-XV)’, Minervae Baeticae. Boletín de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, 43 (2015), 123–144.
  • Maíllo Salgado, F. De la desaparición de al-Andalus, Madrid: Abada, 2011, 2ª ed.
  • Maravall, J. A. El concepto de España en la Edad Media, Madrid: Instituto de Estudios Políticos, 1954.