Al-Andalus, un país fortificado (segunda parte)

La fortificación de al-Andalus se materializó gracias a diversos impulsos a lo largo del tiempo. Fueron distintos los agentes implicados, así como las influencias técnicas acumuladas y, en consecuencia, resultaron muy variadas las formas en las que se sustanció tal labor 


J. Santiago Palacios Ontalva
Universidad Autónoma de Madrid


Vista aerea de la fortaleza de Calatrava la Vieja, cultura.castillalamancha.es.

(Este artículo es la segunda parte de «Al-Andalus, un país fortificado (primera parte)»


Tras una difícil clasificación tipológica

Usando criterios morfológicos, arquitectónicos, funcionales o terminológicos se ha tratado de dar forma a unas tipologías en las que resulta complicado albergar todas las heterogéneas fortalezas medievales andalusíes con plena coherencia, bien por la disparidad de información que ofrecen las fuentes textuales y arqueológicas o bien porque los lugares fueron evolucionando y alterando su fisonomía, al tiempo que lo hacían sus funciones o los términos que servían para designarlos.

Los textos ofrecen, en primera instancia, diferentes palabras que aluden a esta arquitectura fortificada. El más genérico sería ḥiṣn (pl. ḥuṣūn), que se puede traducir por “castillo” y ha originado topónimos en “izn-”. Se identifica muy pronto en las fuentes, como veremos, aunque su origen, naturaleza y funciones fueron cambiantes con el tiempo. Burŷ (pl. burūŷ), por su parte, serviría para identificar de forma ordinaria una “torre”, como estructura fortificada aislada, aunque no falten algunas referencias que se puedan identificar como fortalezas más complejas de origen incluso preislámico. La toponimia actual nos recuerda su abundante presencia pretérita en nombres con “burj-”, “borch-”, “borg-”, etc., que se repiten con cierta frecuencia y que pudieron funcionar, en muchos casos, para proteger pequeños asentamientos rurales del tipo alquerías o ser el germen de asentamientos fortificados más complejos.

Otros términos como qubba o qalahurra, con evidentes topónimos derivados —“alcubillas” o “calahorra”—, también apuntan a estructuras aisladas con forma de torres, aunque con funciones diversas, desde su papel como atalayas de observación y vigilancia, a servir de espacios residenciales en el interior de recintos complejos o albergar enterramientos destacados. Por su parte, del término qal‘a (pl. qilā‘) que podríamos traducir por “fortaleza”, sí podemos afirmar que tuvo una presencia cronológica y funcional bastante concreta, como describiremos más adelante, que se fosilizó en la toponimia y se pueden rastrear en muchos lugares peninsulares que contienen el étimo “cala-”, “alcalá”, o su diminutivo, “alcolea”.

Castillo de Alcalá de Guadaira. Wikimedia commons.


Las fuentes también se refieren a un tipo de fortificación llamada ma‘qil, término que aporta cierto matiz semántico en relación a un lugar de “refugio fuerte”, caracterizados esencialmente por una topografía inaccesible, que a veces se confunde o alterna con el ya referido ḥiṣn. Podemos, asimismo, identificar no pocos lugares llamados qaṣr (pl. quṣūr), otro de los términos que han dejado una huella perceptible en la toponimia peninsular en forma de “alcázar” o “casar”, que además del componente castral pudieron aportar, en ocasiones, matices semánticos asociados a la idea de residencias palatinas fortificadas.

Y, para terminar, podemos mencionar otros términos que tienen menor concurrencia en las fuentes, pero que remiten igualmente a edificios de arquitectura militar. Nos referimos a qaṣaba, de donde se deriva el conocido arabismo “alcazaba”, es decir, reductos principales o ciudadelas individualizadas en los recintos amurallados de las ciudades, que acogían las guarniciones militares y eran la sede del poder político y administrativo del lugar. O hablamos, por ejemplo, de propugnáculos denominados en los textos ṣajra, es decir “roca o peña fortificada”, que identificamos con lugares a modo de atalayas-refugio, dada su elevada posición, y cuya presencia actual todavía nos consta en sitios que reciben el nombre de “zafra”. 

Esa diversidad tipológica y, en consecuencia, funcional, no es exclusiva de al-Andalus, pero el estudio del léxico que transmiten las fuentes escritas no aporta por sí solo las soluciones taxonómicas que esperamos. Como sostuvo A. Bazzana, se podría elaborar una lista de tipos casi tan larga como la de sitios, por lo que el debate puramente nominalista sería estéril. El vocabulario castral esconde una realidad ambigua que resulta difícil de explicar, y el contenido semántico de esos conceptos puede variar de una fuente a otra, de un autor a otro, o de forma diacrónica. Tampoco la arqueología o el estudio de los rasgos arquitectónicos de esas obras resultan caminos determinantes para trazar una categorización satisfactoria de las fortificaciones, debido a su cambiante morfología y a que un estudio representativo desde esta perspectiva requeriría de intervenciones arqueológicas intensivas en numerosos enclaves. 

Pese a estos inconvenientes, a continuación trataremos de hacer un recorrido cronológico por la historia del al-Andalus omeya a través de sus fortalezas, con el objetivo de caracterizar algunas formas de la fortificación que sí adquirieron ciertos perfiles funcionales, arquitectónicos e incluso cronológicos reconocibles, que nos ayudan a comprender mejor la historia general del país en el que se erigieron.

Un “país de castillos”

Un “país de ḥuṣūn”. Así definió M. Acién, uno de los mejores conocedores de la historia de la fortificación andalusí, la situación de al-Andalus después de la conquista islámica de la Península y durante la época emiral. Un lugar densamente fortificado en el que es necesario identificar ritmos, impulsos y sucesivas etapas según los territorios.

A su llegada a Hispania los conquistadores musulmanes encontraron una sociedad urbana en decadencia con buena parte de la población organizada en torno a villas rústicas, aldeas y granjas, e indeterminados asentamientos fortificados en altura que las fuentes denominan oppida, castra, turris o castela. Sus primeras intervenciones arquitectónicas se encaminaron pues, a organizar campamentos militares para las tropas conquistadoras, a reconstruir las vetustas murallas de las urbes tardorromanas, así como a levantar en su interior alcazabas para los delegados del poder omeya. Y, por supuesto, a intentar dominar aquellos asentamientos y poblados en altura, que ahora las fuentes comienzan a llamar ḥuṣūn

Como consecuencia de la inestabilidad del momento, esos sencillos establecimientos, caracterizados básicamente por su elevada posición y por simples recintos adaptados al terreno con escasas obras antrópicas, constituyeron espacios de refugio de una parte de la población indígena. Esos grupos escapaban, tanto del antiguo poder feudalizante de los propietarios de tierras, como de las autoridades emirales de carácter centralista y su progresiva capacidad de control fiscal. Pero hubo, además, ḥuṣūn complejos con alcazabas y arrabales —llamados en las fuentes ummahāt al-ḥuṣūn—, que, como propuso en su momento el citado M. Acién, sirvieron de sedes a poderes aristocráticos locales —muladíes y también árabo-beréberes—, desde los cuales dichos clanes ejercieron una depredación de sus entornos frente al poder cordobés. Y, por otro lado, es posible identificar asimismo ḥuṣūn construidos por el estado cordobés con poblaciones islamizadas bajo su jurisdicción, que pudieron ser el contrapeso de aquellos establecimientos de carácter centrífugo. En cualquier caso, estas primeras fortalezas ejercieron como polos de encuadramiento territorial, y su función se encuentra asociada al poblamiento de una forma ineludible. Aunque no sólo sirvieron de refugio en momentos críticos, sino que operaron como referencias para los habitantes, en tanto que centros comarcales de dominio o sedes de la autoridad administrativa y fiscal.

Muralla del Pla d’Almatà en Balaguer. Wikimedia commons.

Muy pronto, como vemos, los conquistadores emprendieron labores de fortificación de lugares con personalidad funcional y morfológica diferenciada. Pero entre los más tempranos ejemplos de obras fortificadas en al-Andalus podemos mencionar también algunos, que se ha considerado fruto de la colaboración entre los árabes y sectores de la sociedad visigoda en los momentos iniciales de la conquista islámica. Nos referimos a lugares como el Punt del Cid, València la Vella, el Pla d’Almatá en Balaguer, e incluso la fase altomedieval del Cerro de la Oliva, Recópolis, que pudieron ser asentamientos fortificados usados por los primeros musulmanes en sus campañas, y que constituyen grandes recintos en uso durante apenas esos primeros años de consolidación del dominio islámico sobre la antigua Spania

Del mismo modo, las evidencias arqueológicas y toponímicas parecen situar en esas tempranas fechas la erección de nuevos centros fortificados que las fuentes comienzan a llamar qilā‘. Es posible que se tratara de emplazamientos de origen preandalusí asociados o encomendados a personajes concretos, de manera que se formaron algunos de los topónimos árabes más antiguos documentados en el solar hispano, como Qal‘at Asṭalīr (Alcalá la Real), Qal‘at Ragwāl (Alcalá del Río), Qal‘at Rabāḥ (Calatrava la Vieja) o Qal‘at Ayyūb (Calatayud). Pero de lo que no cabe duda es de su antigüedad, de su dispersión por toda la península y de poseer un perfil funcional específico. Se corresponderían con un tipo de fortificación de mayor tamaño que los ḥuṣūn, que podía, incluso, acercarles al concepto de una pequeña ciudad fortificada con una significativa proyección económica y administrativa en sus respectivos territorios. Emplazadas en caminos, valles o espacios de tránsito privilegiado, los qilā‘ tendrían un papel fiscal evidente, que recuerdan el modelo de los amṣār, es decir, el de las viejas ciudades-campamento propias de los primeros momentos de la expansión islámica, con espacios diferenciados para la guarnición y la población, así como alcazabas destinadas a los delegados del poder. Aunque muy pronto, sin embargo, se produciría la pérdida de la primitiva función de esos enclaves, con la consiguiente fosilización del término qal‘a en algunos de esos nombres, y todas esas fundaciones acabaron asimilándose a la tipología de la madīna o del ḥiṣn tradicional.

Fortaleza de Calatrava la Vieja; cultura.castillalamancha.es.

Al compás de la construcción social y política de al-Andalus, diferentes poderes locales participaron a su vez de la edificación de castillos y fortalezas, e incluso usaron esos enclaves para resistirse a la presión fiscal o el control que los omeyas pretendía ejercer sobre sus súbditos, sin dejar de actuar como centros difusores de cierta islamización social al margen del estado. Diferentes linajes más o menos periféricos y sediciosos levantaron castillos y murallas urbanas, a veces incluso con el beneplácito del emir, como hizo ‘Abd al-Raḥmān Ibn Marwān al-Ŷillīqī en Badajoz, lo que demuestra que las iniciativas cordobesas no eran las únicas directamente implicadas en la formación de este “país de ḥuṣūn”. Al final de emirato, sin embargo, la tensión entre el poder estatal y fiscal del emirato omeya y distintas fuerzas tribales, feudales o locales, provocó la primera fitna en al-Andalus, un conflicto del que va a salir victorioso en poco tiempo ‘Abd al-Raḥmān III.

La fortificación del califato

El régimen califal omeya encontró en la arquitectura y en las obras públicas un vehículo excelente para la expresión y legitimación de su poder. La arquitectura militar, concretamente, fue un canal privilegiado a través del que el aparato gubernamental cordobés se hizo presente con relación a sus súbditos, así como frente a enemigos externos o domésticos, y contribuyó a crear la imagen propagandística de un triunfante estado islámico implantado con solidez en al-Andalus. 

Lo cierto, sin embargo, es que a pesar de cierta abundancia de noticias cronísticas en torno a fortalezas y castillos, o a conocer ejemplos de obras tan sobresalientes como Almería, Tarifa o Gormaz, los califas heredaron una estructura castral anterior que no se alteró ni dilató excesivamente, y que solo puntualmente experimentó innovaciones arquitectónicas relevantes. Entre ellas podemos mencionar las que se documentan en varias obras promovidas por ‘Abd al-Raḥmān III al comienzo de su reinado, cuando parece que se introdujeron puertas complejas en la muralla de Córdoba o torres cilíndricas en el recinto defensivo de Talavera. También se menciona en las fuentes la presencia o ausencia de antemuros, como en el caso de Évora, lo que demuestra que se trataba de un recurso poliorcético ya conocido. Pero en esta nueva etapa se constata sobre todo un cambio en los aparejos de cantería de las obras oficiales, respecto a la técnica y costumbre emirales, que se llegó a convertir en una marca del estado califal, como ha estudiado P. Gurriarán. A diferencia de las fábricas anteriores que seguían el canon romano a base de sogas y tizones, e incluso incorporaban abundante material de expolio, en las nuevas edificaciones omeyas se emplearon sillares de un módulo inferior donde abundan los tizones (hasta tres o cuatro sucesivos), lo que va a hacer muy reconocibles las promociones del califato, no solo en el entorno de la capital, sino en otros lugares donde fue necesaria la presencia coercitiva del sulṭān califal.

Aparejo califal de Medina Azahara. Fotografía de J. Santiago Palacios Ontalva.

En cualquier caso hablamos de una arquitectura militar que conservó muchos rasgos formales del periodo anterior: la tendencia a la regularidad cuadrangular en planta de los edificios ex novo; lienzos de muralla con torres de flanqueo también preferentemente rectangulares y poco salientes, dispuestas a intervalos regulares; cierta simplicidad poliorcética en los dispositivos de acceso a los recintos; o la monumentalidad de esas mismas puertas de aparato erigidas en murallas y alcazabas, que trasladaban simbólicamente a los súbditos la autoridad de los omeyas. 

Durante el califato este estado se sostenía sobre una red de ciudades fortificadas, a partir de las que se articulaba el resto del país, como los necesarios nodos de un entramado administrativo y fiscal que dio muestras de funcionar eficazmente. Pese a ello, las amenazas y ámbitos de fricción en los que fue necesario el concurso de la arquitectura militar fueron también diversos, y en todos encontramos obras oficiales relevantes o la intervención cordobesa sobre esos edificios.

La rebeldía de numerosos linajes y señores sublevados contra los últimos emires fue definitivamente sofocada por al-Nāṣir. Para ello emprendió operaciones militares y levantó o fortificó innumerables enclaves que acabaron con la resistencia de Bobastro, Toledo o Zaragoza, entre otros lugares. Después, en la periferia del país o en las proximidades de Córdoba, las antiguas fortalezas rebeldes fueron destruidas sistemáticamente, o el califa ordenó su reconstrucción, según los casos, —como ocurre en Bobastro, Almodóvar, Priego o Aguilar, por ejemplo—, con el objetivo, de cualquier modo, de sujetar firmemente esas alcazabas y las poblaciones asociadas, a las que se obligó a descender de las alturas e instalarse en alquerías. En muchos de aquellos ḥuṣūn todavía activos se identifican entonces ‘ummāl y quwwād, es decir gobernadores y alcaides, delegados del poder califal responsables de los respectivos distritos castrales en los que se consolida definitivamente un tipo de organización del poblamiento andalusí.

Sobre la línea del Duero, por otro lado, se levantó una de las fortalezas más impresionantes de cuantas existen en al-Andalus: Gormaz. Su existencia, junto a otros enclaves, se menciona con antelación en torno a esa frontera caliente contra el reino leonés, pero fue el califa al-Ḥakam II quien ordenó su reconstrucción a Gālib, que ejecutó las obras entre los años 965 y 966. El resultado de aquella labor resultó en un recinto que corona todo el cerro y que se divide entre un amplio espacio diáfano y la alcazaba a modo de reducto individualizado. Usado, como propuso J. Zozaya, a modo de campamento avanzado y lugar de concentración de tropas fronterizas, en la fortaleza se observan diferentes características y marcas de los modelos constructivos omeyas, aunque adaptados por alarifes locales. Pero entre esos signos destaca sobre todo la gran puerta de aparato bajo arco de herradura enjarjado, que se abre en el flanco meridional del recinto. Con su dovelaje pintado en rojo y blanco, como los arcos de la mezquita de Córdoba, su presencia en aquel alejado confín representaba el mismísimo poder califal contra los cristianos. 

En este mismo contexto, igualmente relevantes entonces fueron las obras en otras fortalezas de la Marca Media. Nos referimos a las intervenciones en Toledo, Mérida, Talavera, Madrid, Zorita de los Canes, Mezquetillas, Vascos o Medinaceli, entonces capital del ṯugr, obras, como sabemos, orientadas tanto a repeler posibles ataques procedentes de la frontera septentrional protagonizados por fuerzas feudales, como al control de la población andalusí de unas tierras tradicionalmente refractarias a la autoridad omeya.

Yacimiento arqueológico de Ciudad de Vascos (Toledo); cultura.castillalamancha.es.

Diferentes emplazamientos costeros del sur de la Península recibieron también la atención de los constructores califales, en este caso para defender puntos estratégicos del litoral a ambos lados del estrecho de Gibraltar, frente a la ambición expansiva del califato fatimí. En este sentido se insertó la refundación de Almería por ‘Abd al-Raḥmān III en el 955; la ocupación de Melilla, Ceuta y Tánger entre el 927 y el 949; la reconstrucción del arsenal de Algeciras; la erección del primitivo recinto de Marbella; o la fundación de Tarifa en el 960. El trazado de obras ex novo como el castillo de los Guzmanes o la intervención de cuadrillas para la refortificación de muchos de los lugares citados, simbolizaba también la voluntad del califato de Córdoba por afianzar la presencia del estado en este otro ámbito en disputa, donde la competencia se establecía en términos de discrepancia religiosa en el seno de la comunidad islámica.

La arquitectura militar de los omeyas tiene, en definitiva, lecturas históricas e interpretaciones simbólico-funcionales que van más allá de su evidente carácter monumental. Las fortalezas fueron signo y expresión del poder de la dinastía, de su ambición por dominar al-Andalus, de su variable capacidad para controlar el país y el mejor recurso para garantizar la defensa de sus fronteras. Todo tipo de castillos y fortificaciones cumplieron misiones bélicas o defensivas, pero también ayudaron a articular el poblamiento y la administración de un estado que alcanzó elevadas cotas de organización interna. Del mismo modo que estas obras representaban evidencias de la propia construcción de la sociedad andalusí, como un cuerpo cada vez más homogeneizado en el islam y en la cultura árabe, que ni siquiera la crisis del estado califal alteró. Aunque la subsiguiente época de las taifas fue, en palabras de ‘Abd Allāh, cuando “la población se quedó sin imān, cada cadí se alzó con su ciudad o se hizo fuerte en su castillo”, lo que sí evidenciaba un apreciable cambio en la estructura castral de al-Andalus, en adelante.

Acerca de todo ello la arquitectura militar irradia información, aunque en esta apretada síntesis apenas se haya podido recoger un tenue reflejo de ese brillo informativo.


Para ampliar:

  • Acién, M., “Sobre la función de los ḥuṣūn: la fortificación del califato”, en Colloquio hispano-italiano di acheología medievale, Università degli Studi di Siena, 1992, pp. 263-274.
  • Acién, M., “De nuevo sobre la fortificación del emirato”, en Mil anos de fortificações na Península Ibérica e no Magreb (500-1500). Actas do Simposio Internacional sobre Castelos, I. C. Ferreira Fernández (coord.), Lisboa, 2001, pp. 59-75.
  • Azuar, R., “Una interpretación del ḥiṣn musulmán”, Revista del Instituto de Estudios Alicantinos, 37 (1982), pp. 33-41.
  • Azuar, R., “Arqueología de los hûsûn en la formación y consolidación del Sharq Al-Andalus (siglos VIII-X dC)”, en Isabel Cristina Ferreira Fernandes (coord.), Fortificações e território na Península Ibérica e no Magreb (séculos VI a XVI), Lisboa, 2013, pp. 89-100.
  • Barceló, M., “Los ḥuṣūn, los castra y los fantasmas que aún los habitan”, en A. Malpica (ed.), Castillos y territorio en al-Andalus, Granada, 1998, pp. 10-41.
  • Bazzana, A., “Le ḥiṣn et les ma‘āqil dans l’organisation du peuplement musulman d’al-Andalus”, Château Gaillard, XV (1992), Études de castellologie médiévale. Actes du colloque internacional tenue à Komburg bei Schwäbisch Hall (Alemagne), pp. 19-39.
  • Dalliere-Benelhadj, V., “Le château en al-Andalus: un probleme de terminologie”, Castrum I. Habitats fortifiés et organisation de l’espace en Méditerranée Médiévale, Lyon, 1983, pp. 63-69.
  • Gurriarán, P.: “Una arquitectura para el Califato: poder y construcción en al-Ándalus durante el siglo X”, Anales de Arqueología Cordobesa, 19 (2008), pp. 261-276.
  • Malpica, A., Los castillos en al-Ándalus y la organización del territorio, Cáceres, 2003.
  • Valdés, F., “La arquitectura militar en al-Andalus. Ensayo de sistematización”, en P.L. Huerta (coord.), La fortificación medieval en la Península Ibérica: Actas del IV Curso de Cultura Medieval, Aguilar de Campoo, 2001, pp. 125-137.
  • Zozaya, J., “Arquitectura militar en al-Ándalus”, XELB: Revista de arqueología, arte, etnología e historia, 9 (2009), pp. 75-126.