Al-Andalus, puente entre la ciencia islámica y la europea

La recepción europea de la ciencia árabe fue el resultado de un proceso de transmisión que se originó en la Península Ibérica, y al-Andalus fue el puente a través del cual circularon todos estos conocimientos


Julio Samsó
Universidad de Barcelona


Detalle de una miniatura de las Maqâmât de al-Ḥarîrî. BNF, ms. 3929, f. 178v

1. Presentación

Uno de los problemas que me ha preocupado durante muchos años ha sido determinar cuál fue el papel de al-Andalus en el proceso de la recepción de la ciencia islámica en la Europa Occidental. Este proceso se inició en Cataluña en la segunda mitad del siglo X y terminó en Toledo o, tal vez, en Sevilla en el siglo XIII. Sin embargo, ¿cómo podemos explicar que científicos de la categoría de al-Bīrūnī (973-1048) no fueran nunca traducidos al latín o a otra lengua europea, o que las importantísimas contribuciones a la astronomía de la llamada “escuela de Marāga” (s. XIII y siguientes) fueran desconocidas por la astronomía europea bajomedieval, a pesar de que los modelos astronómicos de Copérnico parezcan tener muchos puntos en común con la producción de Marāga?

Dimitri Gutas planteó, hace unos años, el problema al analizar los criterios que fueron utilizados por los traductores latinos residentes en Barcelona, Tarazona, Tudela y Toledo a la hora de seleccionar los textos que iban a ser objeto de sus traducciones. Según indica: “Todo – es decir el conjunto de obras escritas en árabe hasta el siglo XII – estaba, teóricamente, al alcance de cualquier erudito que deseara traducirlo. No obstante, esto no es lo que sucedió en realidad”. En un conato de explicación, Gutas recurre a un presunto “andalusocentrismo” que explicaría la selección de textos que menciona Ibn Ḥazm de Córdoba (994-1063) en la Risāla fī faḍl al-Andalus  (“Elogio de al-Andalus”) o Ṣāʽid de Toledo (1029-1070) en el Kitāb ṭabaqāt al-umam (“Categorías de las naciones”) y el mismo criterio sería válido para justificar la selección de fuentes árabes traducidas al latín y, más tarde, a las lenguas vernáculas. Según Gutas “las obras traducidas eran aquéllas que habían sido valoradas y cultivadas por los autores andalusíes del siglo XI”.

Por mi parte, intentaré responder a esta cuestión de una manera diferente, basándome en las siguientes hipótesis:

  1. Las únicas obras orientales que fueron transmitidas y traducidas fueron las que llegaron a al-Andalus. En mi opinión, las conexiones con el mundo islámico oriental se interrumpieron de una manera bastante radical con la caída del Califato, a principios del siglo XI, y fueron sustituidas, de manera progresiva, por una nueva conexión con los países del Magrib.
  2. Para llevar a cabo su trabajo, los traductores necesitaban bibliotecas en las que se encontraran los libros que iban a traducir, así como mecenas que protegieran esta labor y les suministraran recursos que les permitieran vivir.

2. Los orígenes: Cataluña en el siglo X

El proceso que estamos analizando se inició en torno a Barcelona a fines del siglo X y resultó en una serie de textos latinos, de claro origen árabe, en los que se describía la construcción y el uso del astrolabio, el cuadrante horario y una esfera celeste bastante sofisticada (la bayḍa de al-Battānī). Esta colección de textos ha sido muy estudiada desde los años treinta del siglo pasado y, curiosamente, no se ha logrado identificar la fuente árabe de la mayoría de ellos. Esto me lleva a pensar que, en buena parte de los casos, no se debe hablar de “traducción” sino de “transmisión”, y que muchos de estos textos no son traducciones de un original árabe, sino notas latinas puestas por escrito a lo largo de una clase, o después de ella, como consecuencia de las explicaciones dadas por un maestro que tenía, ante sí, un astrolabio árabe auténtico o unos dibujos del mismo, y explicaba cómo utilizarlo. Parece claro, por otra parte, que circulaban astrolabios árabes, que se utilizaban como herramientas pedagógicas y se copiaban e imitaban: el manuscrito latino 7412 de la Biblioteca Nacional de París, en el que se encuentra este corpus de textos sobre instrumental astronómico, contiene asimismo unos dibujos espectaculares de cada una de las piezas de un astrolabio, probablemente andalusí, debido a Jalaf ibn al-Muʽāḏ. En estos dibujos, las inscripciones árabes en letra cúfica han sido reproducidas con absoluta perfección y a muchas de estas inscripciones se han añadido las correspondientes traducciones latinas (Fig. 1).

Fig. 1: Bibliothèque Nationale de France Lat. 7412, fol. 23v: Parte del dorso del astrolabio de Jalaf ibn al-Muʽāḏ. Su nombre es claramente visible en la diagonal del cuadrado de sombras. El dibujo muestra también la escala zodiacal que corresponde a los signos Capricornio, Acuario y Piscis y a los meses de Enero, Febrero y Marzo.

Un segundo ejemplo de esta transmisión realizada mediante instrumentos se encuentra en el llamado “astrolabio carolingio” (Fig. 2), el astrolabio latino más antiguo que se conserva y que es, claramente, la traducción de un astrolabio andalusí, hecha en algún lugar de Cataluña.

Fig. 2: Astrolabio denominado “carolingio” conservado en el Institut du Monde Arabe (Paris). © Musée de l’Institut du Monde Arabe, Paris/ Philippe Maillard.

Este instrumento contiene una lámina muy curiosa, grabada por ambas caras para las latitudes de Córdoba (39º) y Barcelona (41º 30’, MA L, en notación alfanumérica claramente derivada del árabe): la cara barcelonesa de la lámina lleva la inscripción ROMA ET FRANCIA, en la que la palabra FRANCIA es, en mi opinión, una traducción de IFRANŶA, ya que, a fines del s. X, los cristianos del norte de la Península Ibérica aparecen, en las fuentes árabes, con la denominación de “francos” (los situados en la mitad oriental) o “gallegos” (mitad occidental) (Fig. 3a y b). Una lámina trazada, en una cara, para la latitud de Córdoba y, en la otra, para la de Barcelona, tiene un marcado carácter simbólico. En mi opinión, el artesano que fabricó este instrumento lo hizo copiando un astrolabio andalusí, que fue objeto de un regalo diplomático hecho con ocasión de una embajada, enviada a Córdoba, por el conde de Barcelona, o bien de una embajada cordobesa recibida en la capital catalana. Un buen ejemplo lo tenemos en la visita a Barcelona de Ḥasdāy b. Šaprūṭ (médico y embajador de ʽAbd al-Raḥmān III) en 940.

Fig. 3 a: Lámina para la latitud de Barcelona (41;30º, MA L) con la inscripción ROMA ET FRANCIA. Detalle de la inscripción en 3 b. © Musée de l’Institut du Monde Arabe, Paris/ Philippe Maillard.

Esta primera fase en la transmisión de la ciencia árabe a Europa se realiza por canales claramente eclesiásticos y, sobre todo, monásticos. El único nombre asociado a la elaboración de este corpus latino sobre instrumental astronómico es el de Seniofredo, arcediano de la catedral de Barcelona entre 975 y 995, también apodado Lupitus Barchinonensis. A este personaje hay que añadir el del obispo Miró Bonfill (m. 984), que fue también conde de Cerdaña, Conflent y Besalú, posible autor de dos textos astrológicos que forman parte de la colección denominada Alchandreana, surgida en Cataluña en esta misma época y que también deriva de fuentes árabes. Estas colecciones de textos astronómicos en latín se difundieron en Europa a través de una red de comunicaciones entre monasterios benedictinos. Copias manuscritas de estos textos se encuentran en la región de Orléans, en Chartres, en la abadía de Reichenau en Alsacia y en Ripoll en Cataluña. Una serie de personajes bien conocidos aparecen relacionados con este corpus: Constantino de Fleury, Bern de Prüm, Hermann Contractus, Ascelino de Ausburgo y Gerberto de Aurillac (945-1003), el futuro Papa Silvestre II.

3. La interrupción del proceso en el siglo XI

Tal como hemos visto, este proceso de transmisión de materiales científicos árabes se inicia en Cataluña a fines del siglo X. Llama la atención que se interrumpa en el siglo XI y vuelva a ponerse en marcha, en el Valle del Ebro y, más tarde, en Toledo a lo largo de los siglos XII y XIII. Marie Thérèse d’Alverny es una de los muchos historiadores que se han planteado el problema de esta interrupción: “La razón por la cual un inicio tan prometedor no fue seguido inmediatamente por un flujo creciente de traducciones a lo largo del siglo XI constituye un problema todavía no resuelto”.

Creo que las dos cuestiones planteadas por Gutas (selección de los textos que iban a traducirse) y por d’Alverny (interrupción del proceso en el siglo XI) están interrelacionados y pueden aceptarse si aceptamos los dos principios siguientes:

  1. Sólo pudieron traducirse aquellas fuentes orientales que habían llegado a al-Andalus. Gutas se muestra de acuerdo con este principio: “Las traducciones hechas en España en el siglo XII se llevaron a cabo a partir de manuscritos árabes que eran accesibles, en España, en aquellos tiempos”.
  2. Un traductor requería, para llevar a cabo su trabajo: a) tener acceso a bibliotecas que le suministraran la materia prima que necesitaba para traducir; b) mecenazgo que le proporcionara los medios de subsistencia imprescindibles.

Este segundo principio explica la razón por la que el proceso de transmisión se interrumpió en el siglo XI. La labor que se llevó a cabo en Cataluña a fines del siglo X se centró sobre un tema muy específico: el astrolabio y, en un menor grado, el cuadrante horario y la bayḍa de al-Battānī. La bibliografía requerida se limitaba a un pequeño número de fuentes árabes, así como de instrumentos. No era necesario disponer de una gran biblioteca y tampoco se requería la protección de un mecenas, ya que las figuras principales asociadas con el proceso eran personajes relacionados con la Iglesia y con el poder político. El proceso no continuó en el siglo XI porque no se disponía de bibliotecas: ninguna ciudad andalusí importante fue conquistada por ningún monarca cristiano hasta fines de este siglo y, por tanto, tampoco se requería un mecenazgo. La situación cambió radicalmente con la conquista de Toledo en 1085 por Alfonso VI de Castilla y León, seguida por la conquista de Zaragoza, en 1118, por Alfonso I de Aragón. Debe tenerse en cuenta que Toledo y Zaragoza fueron ciudades en las que se produjo un importante desarrollo científico en el siglo XI. Este fue el punto de partida del proceso traductor.

4. Cronología de las fuentes orientales que fueron traducidas

Una vez clarificado este primer punto, pasemos a ocuparnos del problema de la selección de los textos que iban a ser traducidos. En mi opinión, esta selección se llevó a cabo siguiendo criterios cronológicos. Si analizamos, por ejemplo, la lista de obras traducidas en Toledo por Gerardo de Cremona, partiendo de la que elaboraron sus socii (habitualmente interpretados como sus discípulos) veremos que los autores orientales traducidos vivieron entre la segunda mitad del siglo VIII y la primera mitad del siglo X. Sólo excepcionalmente encontramos dos autores (Ibn Sīnā e Ibn al-Hayṯam) que florecieron en el siglo XI. En cambio, los autores de los siglos XI y XII que atrajeron la atención de Gerardo son, todos ellos, andalusíes. Exactamente la misma conclusión puede extraerse si se analizan las traducciones al hebreo hechas en el sur de Francia en los siglos XIII y XIV. Aquí, las fuentes orientales del siglo XI que son objeto de traducción son, de nuevo, Ibn Sīnā e Ibn al-Hayṯam, a los que se añade ʽAlī ibn Riḍwān. Otros ejemplos que confirman esta hipótesis podemos encontrarlos en las traducciones alfonsíes, la lista, elaborada por Danielle Jacquart, de obras médicas orientales traducidas al latín, y la análoga, de Richard Lorch, para los libros matemáticos. Lutz Richter-Bernburg, por su parte, realizó un análisis concienzudo de las fuentes orientales mencionadas por Ṣāʽid al-Andalusī (1029-1070), en sus Ṭabaqāt al-umam, y puso de manifiesto que la información que tenía Ṣāʽid, acerca de obras orientales en el campo de la astronomía y de la medicina, disminuía, de manera radical, a partir de fines del siglo X y que las dos fuentes orientales mencionadas en las Ṭabaqāt y que estaban más próximas a la época de Ṣāʽid son, de nuevo, Ibn al-Hayṯam (965-1041) e Ibn Yūnus (m. 1009). Todo lo expuesto pone de relieve el papel que desempeña al-Andalus en el proceso traductor: sólo las obras orientales que llegaron a al-Andalus pudieron ser traducidas y parece claro que esta recepción de fuentes orientales disminuyó de manera notable a partir de la muerte de al-Ḥakam II en 976.

5. La biblioteca califal de Córdoba y la pérdida de contacto con Oriente

Parece bastante claro que, tanto durante el emirato como en el califato, los monarcas andalusíes tuvieron un gran interés en adquirir los libros que se publicaban en las capitales del Mašriq y conservarlos en la biblioteca califal. Existe información al respecto desde c. 800 con la figura de ʽAbbās b. Nāsiḥ (fl. 800-850) del que sabemos que trajo de Bagdad una serie de libros (al-Zīŷ, al-Qānūn, al-Sindhind, al-Arkand) que eran tablas astronómicas y responden, probablemente, al interés por la astrología que se desarrolló en la corte de ʽAbd al-Raḥmān II (821-852). Sabemos que la biblioteca existía durante el siglo IX y que era accesible para los eruditos de la corte como ʽAbbās b. Firnās (m. 887) e Ibn al-Šamir (o Šimr) (fl. 821-852), de los que consta que tomaron libros en préstamo.

Fig. 4: Detalle de una miniatura de la Maqâmât de al-Ḥarîrî. BNF, ms. 3929, f. 178v

Esta biblioteca alcanzó su apogeo durante el califato de al-Ḥakam II (961-976) que empezó a adquirir libros mucho antes de acceder al trono, a los 47 años. A su biblioteca particular se añadió la de su hermano ʽAbd Allāh, ejecutado por orden de su padre, ʽAbd al-Raḥmān III, en 950. Más tarde, tras subir al trono, su biblioteca particular se incorporó a la biblioteca califal y las fuentes indican que hicieron falta seis meses para trasladar los libros. También señalan que, en tiempos de al-Ḥakam II, la biblioteca regia contenía 400.000 libros, lo que es sin duda una cifra tópica ya que se atribuye este mismo número de libros a la Biblioteca de Alejandría y a la de Abū Ŷaʽfar ibn ʽAbbās, visir de la taifa de Almería en el siglo XI. Desconocemos el contenido preciso de esta biblioteca cordobesa. aunque Maribel Fierro ha documentado que, en Córdoba, en torno al año 975, circulaban 897 libros de los que 44 trataban de medicina, 32 de astronomía, astrología y matemáticas, 8 sobre filosofía y 5 sobre alquimia y agronomía.

Esta biblioteca sufrió pérdidas importantes a partir del comienzo de la crisis política que acabó con el califato. En una fecha indeterminada (entre 981 y 989), el todopoderoso ḥāŷib al-Manṣūr b. Abī ʽĀmir (gob. 981-1002) ordenó una quema selectiva de la biblioteca de al-Ḥakam II para congraciarse con los alfaquíes ultraconservadores, que desconfiaban de las llamadas “ciencias de los antiguos”, heredadas de las tradiciones indo-irania y griega, y ajenas a la ideología islámica. Durante el asedio de Córdoba por tropas bereberes en 1010, parte de la biblioteca se subastó y, por este procedimiento, algunos de sus libros llegaron a Toledo y Zaragoza. Los libros que quedaron fueron destruidos por los bereberes cuando entraron en la ciudad.La biblioteca de al-Ḥakam II constituye el último ejemplo andalusí de una biblioteca general, que se mantenía al día de las publicaciones que iban apareciendo en las principales capitales de Oriente. Durante la etapa taifa (1031-1086) ninguno de los gobernantes de los pequeños reinos nacidos del desmembramiento del califato parece haber tenido la capacidad financiera o, simplemente, el interés suficiente para llevar a cabo una política similar. Por otra parte, a partir del siglo XI, los jóvenes andalusíes parecen haber considerado que no era imprescindible que un estudiante completara su educación con un viaje a las principales capitales de Oriente, y que el nivel cultural de al-Andalus era equivalente al de Bagdad, Damasco o El Cairo. Un estudio estadístico, basado en la Biblioteca de al-Andalus, muestra una reducción importante en el número de “viajes [a Oriente] en busca del conocimiento” (riḥla fī ṭalab al-ʽilm) que llevaron a cabo eruditos andalusíes entre el siglo XI y principios del XIII, que se complementa con el aumento de viajes hacia las capitales del Magrib. Basta tener en cuenta que grandes sabios como Ibn Ḥazm, Ibn al-Zarqālluh, Ibn Rušd o Ibn Zuhr no parecen haber emprendido semejante viaje.

Número de biografíasviajeros a oriente%Viajeros al magrib%
Emirato y Califato (ss. VIII-X)45610122,2%122,6%
Taifas (s. XI)4285813,6%245,6%
Almorávides y Almohades (1085-1232)99512612,7%24925%

Esta interrupción en el contacto con la cultura y la ciencia oriental afectó, sin duda, al trabajo de los traductores, pero también al conjunto de la historia de la ciencia andalusí. El medio siglo de oro de la etapa taifa (c. 1035-1085) produjo un espléndido florecimiento de la ciencia en al-Andalus (particularmente en el campo de la astronomía, las matemáticas y la agronomía) pero, a partir de este momento, la ciencia andalusí tuvo que desarrollarse sobre sus propias bases. Esto tuvo como consecuencia, por una parte, que la ciencia andalusí adquiriera una cierta originalidad, pero, por otra, motivó una decadencia progresiva como consecuencia de la pérdida de contacto con la ciencia islámica oriental, que siguió siendo productiva hasta el siglo XV.

6. Bibliotecas en la etapa taifa

Todo lo anterior no implica que no hubiera bibliotecas en los reinos de taifas. Sin embargo, en general, se trataba de bibliotecas especializadas que no estaban necesariamente al corriente de las novedades orientales. Un ejemplo claro lo tenemos en la biblioteca del rey Yūsuf ibn Hūd al-Mu’taman de Zaragoza (r. 1081-1085) que fue también un matemático extraordinariamente competente, autor de una enciclopedia matemática (al-Istikmāl), que circuló por el mundo islámico desde Marruecos hasta Marāga (Irán). Está claro que este monarca disponía de una biblioteca matemática en la que se encontraban los clásicos griegos (Euclides, Ptolomeo, Apolonio, Arquímedes, Teodosio, Menelao…) y autores árabes orientales como los Banū Mūsà (fl. c. 830), Ṯābit b. Qurra (m. 901), Ibrāhīm b. Sinān (m. 946) y, excepcionalmente, Ibn al-Hayṯam (m. c. 1040). Llama poderosamente la atención la ausencia, en la bibliografía que cita, de los grandes matemáticos orientales que florecieron entre 950 y 1050: Abū Ŷaʽfar al-Jāzin (m. c. 965), Abū l-Wafā’ al-Būzŷānī (940-997), Abū Sahl al-Kūhī (fl. c. 988), Abū Maḥmūd al-Juŷandī (m. c. 1000), Abū Naṣr Manṣūr ibn ʽIrāq (m. antes de 1036) y al-Bīrūnī (973-1048).

En 1110 los almorávides conquistaron Zaragoza y el rey de esta taifa, ʽImād al-Dawla (1110-1130) se estableció en la fortaleza de Rūṭa (Rueda del Jalón) donde se mantuvo hasta después de la conquista de Zaragoza (1118) por Alfonso I de Aragón. Parece lógico suponer que la biblioteca de al-Mu’taman se ubicó, durante este período, en Rueda. Resulta, en cambio, más difícil determinar qué pasó con esta biblioteca cuando el rey al-Mustanṣir (1130-1146) permutó Rueda por territorios próximos a Toledo, tras un acuerdo con Alfonso VII de Castilla en 1140. Es posible que, tal como sugiere Burnett, la biblioteca, o lo que quedaba de ella, acabara en Toledo.

La biblioteca de al-Mu’taman estaba probablemente bien provista de libros relacionados con matemáticas, astronomía, astrología y filosofía y parece haber sido utilizada por traductores activos en distintas localidades del Valle del Ebro en la primera mitad del siglo XII. Uno de ellos es Hugo Sanctelliensis (habitualmente llamado Santallensis o de Santalla) (fl. 1145), que desarrolló su actividad traductora en Tarazona gracias al mecenazgo del obispo Miguel de Tarazona (1119-1151). El mencionado obispo parece haberse interesado por las tablas astronómicas de al-Jwārizmī (fl. 830) y solicitó al traductor explicaciones que justificaran los procedimientos de cálculo utilizados por el astrónomo oriental. Hugo, entonces, tradujo el comentario de Ibn al-Muṯannā sobre estas tablas y dedicó su traducción al obispo Miguel con las siguientes palabras:

“Mi señor obispo de Tarazona, dado que yo, Sanctalliensis, no puedo satisfacer, de manera personal, tu solicitud, ofrezco a tu dignidad la traducción de este comentario… que tu insaciable avidez filosófica mereció encontrar en un armario de Rota, en la parte más secreta de la biblioteca.”

Parece claro que Rota es Rueda del Jalón y que, de alguna manera, el obispo Miguel tenía acceso a la biblioteca de al-Mu’taman. Sospecho, por otra parte, que esta biblioteca fue utilizada no sólo por Hugo sino también por otros traductores que trabajaban en la zona del Valle del Ebro en esta época. Es el caso, probablemente de Abraham ibn ʽEzra (c. 1089- c. 1167), nacido en Tudela y traductor del comentario de Ibn al-Muṯannā al hebreo, así como de Hermann de Carintia (fl. 1138-1143) y Roberto de Ketton (fl. 1141-1157). También es posible que esta biblioteca fuera accesible para Pedro Alfonso de Huesca (c. 1062- después de 1110), autor de una traducción latina de las tablas astronómicas de al-Jwārizmī, e incluso por el equipo formado por Platón de Tívoli y Abraham bar Ḥiyya (ambos activos en Barcelona entre 1133 y 1145). Todos estos traductores se caracterizan por su interés en matemáticas, astronomía, astrología y otras formas de adivinación.

Es indudable que debieron de existir bibliotecas en Toledo, por más que no podamos mencionar ninguna en particular. Podemos justificar esta afirmación basándonos en los siguientes indicios: 1) Toledo conoció un importante desarrollo científico (sobre todo en astronomía, agronomía y farmacología) en el siglo XI; 2) el auge del movimiento traductor en esta ciudad a partir de la segunda mitad del siglo XII implica, necesariamente, la disponibilidad de libros y, por tanto, la existencia de bibliotecas; 3) Marcos de Toledo se refiere a los armaria arabum, lo que indica que algunas de estas bibliotecas seguían existiendo a principios del siglo XIII. En cualquier caso, una buena lista de las fuentes científicas accesibles en Toledo en el siglo XI puede establecerse a partir de los datos que ofrece Ṣāʽid de Toledo en sus Ṭabaqāt al-umam, aunque conviene analizarlos con una cierta cautela ya que, en algunos casos, la información que ofrece Ṣāʽid puede ser de segunda mano. Por otra parte, es precisamente Ṣāʽid quien nos ofrece una confirmación de la llegada a Toledo de libros procedentes de la biblioteca de al-Ḥakam II ya que afirma haber visto un libro con notas de puño y letra del califa.

Quisiera añadir, finalmente, que las conquistas de Córdoba (1236) y Sevilla (1248) por Fernando III de Castilla (r. 1217-1252) pusieron nuevas bibliotecas al alcance de los traductores, que pudieron así conocer obras relacionadas con el movimiento filosófico andalusí del siglo XII, teniendo acceso a la gran obra de Ibn Rušd/ Averroes, así como a ciertas obras aristotélicas, que no parece que estuvieran disponibles para los traductores toledanos del siglo anterior. Los colaboradores científicos de Alfonso X (r. 1252-1284) parecen haber sido los primeros receptores de estas nuevas fuentes, ya que las traducciones alfonsíes se basan en fuentes árabes nuevas, que no habían sido objeto de traducciones latinas previas, habiendo ciertos motivos para sugerir que parte de estos trabajos se debieron de llevar a cabo en Sevilla.

7. Algunas notas sobre el mecenazgo 

Parece bastante claro que la Iglesia adoptó el papel de mecenas del proceso de transmisión hasta la segunda mitad del siglo XIII, en la que Alfonso X de Castilla (r. 1252-1284) pasó a asumir esta responsabilidad. Ya hemos visto que los únicos nombres asociados explícitamente con la primera fase de este proceso, en la Cataluña del siglo X, son el de un arcediano de la catedral de Barcelona (Seniofredo/Lupitus Barchinonensis) y el del obispo de Gerona Miró Bonfill. Cuando, en la primera mitad del siglo XII, en el Valle del Ebro, se reanudó esta labor, interrumpida durante el siglo XI, el obispo Miguel de Tarazona (1119-1151) actuó como mecenas de Hugo Sanctelliensis, y parece haber asumido algún papel en la selección de textos a traducir. Parece claro que existió algún tipo de relación entre Hugo y los traductores que trabajaban en Tudela (a unos 22 km de Tarazona), Hermann de Carintia y Roberto de Ketton, aunque no sabemos si el obispo Miguel fue también su protector. Tampoco sabemos quién patrocinó su trabajo hasta los años 1141-43, cuando tanto Hermann como Roberto fueron requeridos por Pedro el Venerable, abad de Cluny, para que tradujeran el Corán y otros textos religiosos islámicos. La contribución de Roberto fue, probablemente, más importante que la de Hermann y, por esta razón, fue nombrado arcediano de la catedral de Pamplona (1143-1157).

Sabemos también que varios arzobispos de Toledo se interesaron por el movimiento traductor. Es el caso de Raimundo de La Sauvetat (1125-1152) y de su sucesor Juan (1152-1166). Este interés perduró hasta el siglo XIII: la biblioteca del arzobispo Sancho de Aragón (1266-1275) contenía once traducciones latinas de textos árabes, mientras que el arzobispo Gonzalo Pétrez (= Gonzalo García Gudiel) (1280-1299) mantenía un scriptorium en el que se copiaban libros y se llevaban a cabo nuevas traducciones por Juan González de Burgos y el judío Salomón. Dos inventarios de las propiedades de Pétrez, fechados en 1273 y 1280, incluyen una trentena de libros traducidos del árabe, algunos de los cuales eran copias autógrafas, escritas de puño y letra por Miguel Escoto y Hermann el Alemán.

Resulta muy significativo constatar que la mayoría de los grandes traductores toledanos tuvieron empleos relacionados con la catedral de Toledo. Domingo Gundisalvo fue arcediano de Cuéllar, dependiente de la sede toledana, y su nombre aparece en documentos catedralicios hasta 1181. Un mozárabe (m. 1215), que podría, tal vez, ser identificado con Johannes Hispanus, fue deán de Toledo y también arcediano de Cuéllar después de Gundisalvo. Gerardo de Cremona es mencionado en documentos de la catedral en 1157,1174 y 1176. Marcos de Toledo, Miguel Escoto y Hermann el Alemán (m. 1272) fueron, todos ellos, canónigos de Toledo. Este último aparece como canónigo de la catedral en 1263, y fue obispo de Astorga entre 1266 y 1272. Parece claro que éste fue el procedimiento por el que los arzobispos de Toledo patrocinaron las traducciones.

Fig. 5: Esfera armilar de Azarquiel. Libro del saber de astrología (siglo XIII), Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense de Madrid, ms. 156, fol. 142r.

Con la llegada al trono de Castilla de Alfonso X (1252-1284) el mecenazgo es asumido, por primera vez por la corona. Aunque sigan existiendo traducciones latinas patrocinadas por la iglesia, éstas no revisten la importancia de las que se llevan a cabo dentro del programa alfonsí. Este introduce la novedad espectacular de elaborar un proyecto de traducción del árabe al castellano de un conjunto de obras relacionadas con la astronomía, astrología, y la magia. Por otra parte, los colaboradores del rey que llevan a cabo el mencionado proyecto son un grupo formado por catorce personajes de origen distinto: un cristiano converso (Bernardo el Arábigo), cuatro hispanos (Fernando de Toledo, Garci Pérez, Guillén Arremón d’Aspa y Juan d’Aspa), cuatro italianos (Juan de Cremona, Juan de Mesina, Pedro de Reggio y Egidio Tebaldi de Parma) y cinco judíos (Yehudá ben Moshé, Ishaq ben Sid o Rabiçag, Abraham Alfaquín, Samuel ha-Leví y un tal Moshé). Nunca, en toda la historia del proceso traductor, nos hemos topado con un equipo tan nutrido y dedicado a desarrollar un proyecto tan bien diseñado y estructurado por el propio rey Alfonso. De todas maneras, hay que tener en cuenta que los colaboradores judíos y, en particular, Yehudá ben Moshé e Ishaq ben Sid tuvieron un papel mucho más relevante que sus compañeros, mientras que los traductores de origen italiano se dedicaron, sobre todo, a retraducir al latín obras previamente traducidas al castellano. Esto último se debió, posiblemente, a la aspiración imperial del rey Alfonso (1256-1272) que debió de moverle a promover su candidatura haciendo gala de su importante labor cultural en una lengua de carácter internacional como era el latín.

El siglo XIII parece ser la etapa final de este proceso de transmisión a Europa de la ciencia árabe a través de al-Andalus, a pesar de que, en el siglo siguiente, nos topamos con la figura de Pedro IV el Ceremonioso (1319-1387), rey de Aragón y conde de Barcelona, que hace un intento serio de copiar el modelo cultural alfonsí. Su labor a este respecto no tiene la importancia de la del rey Alfonso, ya que buena parte de las traducciones al catalán que se llevan a cabo durante su reinado parecen ser retraducciones de previas traducciones latinas o castellanas. Sólo en el campo de la medicina podemos encontrar algunas traducciones de textos nuevos. Parece claro que casi toda la obra científica que había llegado a al-Andalus ya había sido traducida, y que las conquistas de Mallorca (1229) y Valencia (1238) por Jaime I de Aragón (1213-1276) no parece haber aportado nuevas fuentes susceptibles de ser traducidas, lo que no resulta extraño ya que ni las Baleares ni las ciudades del reino de Valencia fueron grandes centros científicos andalusíes, comparables con Córdoba, Sevilla, Toledo o Zaragoza.

8. Conclusiones

La recepción europea de la ciencia árabe fue el resultado de un proceso de transmisión, que se originó en la Península Ibérica y al-Andalus fue el puente a través del cual circularon todos estos conocimientos. Sólo los libros que llegaron a al-Andalus pudieron ser traducidos y una de las hipótesis que planteo aquí es que la llegada de libros orientales se interrumpió con la caída del Califato de Córdoba. Los libros publicados en Oriente después del año 950 sólo llegaron a Córdoba o a las capitales de las taifas de manera excepcional y esto explica por qué grandes obras de la ciencia islámica oriental escritas después de esta fecha no fueron accesibles para la ciencia europea medieval: sencillamente, no habían llegado al puente a través del cual se producía la transmisión.

Este proceso se inició en Cataluña a fines del siglo X, pero se interrumpió durante más de cien años y no se reinició hasta principios del siglo XII. De acuerdo con mi segunda hipótesis, la transmisión no continuó hasta que los traductores pudieron acceder a las grandes bibliotecas árabes que se encontraban en la zona de Zaragoza, Toledo, Córdoba y Sevilla. Con la conquista de estas capitales se tuvo acceso a nuevas fuentes y esta disponibilidad tuvo un eco en la selección de obras traducidas. Por otra parte, los traductores dependían de sus patronos, que les proporcionaban medios de vida y cuyos gustos personales repercutieron también en la selección mencionada: esto último parece claro en los casos del obispo Miguel de Tarazona y, sobre todo, en el de Alfonso X.


Para ampliar:

  • D’Alverny, Marie-Therèse, La transmission des textes philosophiques et scientifiques au Moyen Âge, editado por Charles Burnett. Variorum, Aldershot, 1994.
  • Burnett, Charles, Arabic into Latin in the Middle Ages. The translators and their intellectual and social context. Variorum, Farham, Surrey, 2009.
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