Convivencia: ¿un concepto útil?

Como otros términos sujetos a debate, la reflexión sobre la utilidad y operatividad de ‘convivencia’ puede ayudar en la búsqueda de formas más adecuadas para hacer más inteligible el pasado medieval de la Península Ibérica


Maribel Fierro
ILC-CSIC


Sinagoga de Santa María la Blanca, s. XII (Toledo). Wikimedia commons.

Convivencia y el pacto de la dhimma

«Como respuesta al mito de al-Andalus en tanto que ‘utopía interreligiosa’ propuesto por izquierdistas europeos, nacionalistas árabes e islamistas, un grupo de historiadores españoles, europeos y americanos está promoviendo a través de publicaciones y sitios web un contra-mito de al-Andalus como una sociedad intolerante y caracterizada por el ‘apartheid’.»

Así avisaba Hisham Aidi, profesor de la Universidad de Columbia (Nueva York), en un artículo publicado en 2006, de los ataques dirigidos contra la idea de ‘convivencia’, que empezaban a cobrar protagonismo entonces, por autores como Serafín Fanjul, a quien se pueden añadir ahora los nombres de Rafael Sánchez Saus y Dario Fernández-Morera, que han tomado la pluma para contrarrestar la visión de al-Andalus como lugar de interacciones entre comunidades religiosas y enriquecimientos mutuos con otra de persecución, ‘apartheid’, violencia y una ‘otredad’ irremediable (véase, sobre este tema, Pearce).

Esa idea de ‘convivencia’ tuvo un renacimiento en Estados Unidos a raíz del ataque islamista contra las Torres Gemelas en 2001. Autores como Maria Rosa Menocal publicaron entonces libros como The ornament of the world. How Muslims, Jews and Christians created a culture of tolerance in Medieval Spain (del que hay traducción al castellano) con los que buscaban contrarrestar una creciente islamofobia en la que ser musulmán se equiparaba cada vez más en los medios y en el imaginario colectivo a ser islamista violento. Para hacerlo recordaban que en la Península Ibérica, durante la época de gobierno omeya, judíos, cristianos y musulmanes habían convivido y que esa convivencia había dado notables frutos en el terreno intelectual y cultural. En el caso de Menocal, lo hacía de manera inteligente, dejando bien claro que la ‘tolerancia’ del título de su libro no equivalía a garantías de libertades religiosas comparables a las que esperamos de un estado moderno, sino a «a la aceptación a menudo inconsciente de que las contradicciones —en uno mismo y en la cultura a la que uno pertenece— pueden ser positivas y productivas».

Esa situación —varias comunidades religiosas compartiendo un mismo espacio bajo el gobierno de una de ellas, la islámica— no fue exclusiva de al-Andalus. Se dio en efecto en todo el mundo islámico gracias a una institución político-jurídica, el pacto de la dhimma, por la cual los musulmanes no buscaron convertir a su fe a los no musulmanes que vivían en los territorios conquistados por ellos, sino que les permitieron mantener su religión, sus lugares de culto y las normas jurídicas por las que se regían internamente. Ello naturalmente siempre y cuando esas normas no interfiriesen con las islámicas que estaban por encima: el sistema de la dhimma no implicaba persecución, pero sí discriminación. Los no musulmanes pertenecientes a las religiones dotadas de una Escritura revelada tenían un lugar en las sociedades islámicas, pero ese lugar era —para entendernos— el de ciudadanos ‘de segunda clase’. Prueba de que ese sistema funcionó es la pervivencia hasta hoy en día de comunidades cristianas en países como Egipto, Líbano e Iraq entre otros, también de comunidades judías, aunque la creación del estado de Israel ha ido llevando a su progresiva desaparición por emigración.

Américo Castro (1885-1972)

Si por ‘convivencia’ se entiende el pacto de la dhimma, entonces es un término que se podría aplicar de manera general a todo el mundo islámico pre-moderno (la modernidad y la constitución en el mundo islámico de naciones-estado han introducido cambios sustanciales en el funcionamiento de las sociedades islámicas, tema éste —el de la adaptación a la modernidad— al que habría que dedicar otro estudio). Pero el término convivencia se suele utilizar sobre todo para el caso de la Península Ibérica, porque tanto en su origen como en su aplicación está estrechamente vinculado a los intereses de su principal ‘conceptor’, el filólogo e historiador cultural español Américo Castro (1885-1972). Partidario de la República y opositor del golpe de estado militar contra ella que acabó liderando el general Francisco Franco, Américo Castro se marchó de España durante la Guerra Civil (1936-1939) y fue acogido en Estados Unidos donde acabó enseñando en prestigiosas universidades. Fue durante su exilio cuando compuso la mayor parte de su obra, en la que un tema recurrente fue el «Origen, ser y existir de los españoles» como refleja el título de uno de sus libros. Para Castro, España se formó por la ‘convivencia’ de las tres comunidades religiosas que existían en la Península Ibérica y por tanto, todas ellas —independientemente de su destino— forman parte de la historia de España. Su interés no se centraba en lo que ocurrió en las regiones bajo gobierno musulmán, aunque estaba convencido de que el sistema de la dhimma fue el precedente de la inicial ‘tolerancia’ cristiana hacia las comunidades de judíos y cristianos. Fue el desarrollo de lo que ocurrió bajo gobiernos cristianos y sus implicaciones a lo que dedicó sus estudios.

Américo Castro (1885-1972). Wikimedia commons.

Castro, en tanto que historiador cultural, desarrolló otros conceptos relacionados con el de convivencia (‘vivencia’, ‘vividura’…), deudores en gran medida de una visión todavía romántica de los pueblos. Por ello afirma Maya Soifer: «La convivencia de Castro fue un constructo idealista que aspiraba a describir procesos mentales que tenían lugar en la conciencia colectiva de las tres culturas, pero nunca fue pensado para ser sometido a la prueba de las realidades sociales y políticas de la interacción entre judíos, cristianos y musulmanes». En otras palabras, Castro no estaba interesado en el conocimiento histórico, sino en recuperar —con un vocabulario desarrollado por él que nos parece ahora oscuro, complicado y poco explicativo—  lo que, en su opinión, había producido ‘españoles’, así como el por qué de las disensiones y matanzas entre ellos desde el siglo XIX. Su interés por cuestiones de identidad, etnicidad y multiculturalismo estaban muy presentes en el país, Estados Unidos, que le había acogido, dada la historia de su formación y su auto-percepción como un ‘melting pot’ de distintas etnias y culturas. Cuestiones estas también presentes, cada vez más, en Europa, especialmente a partir de la segunda mitad del s. XX en relación al post-colonialismo y las oleadas migratorias.

Convivencia y violencia

¿Puede ser operativo el término ‘convivencia’ más allá del contexto en el que fue elaborado por Castro?

Quienes lo denuestan —como Soifer— suelen argumentar que evoca una situación idílica que nunca existió en la práctica. Pero todo hablante del español sabe que convivencia significa vivir juntos y que vivir juntos —en un matrimonio o en una familia, por ejemplo— tiene momentos buenos y también momentos malos, pudiendo estar asociada la convivencia a tensiones, abusos y violencia. De hecho, Castro así lo refleja, por ejemplo, cuando dice que los habitantes de los reinos cristianos «vivían como una armonía, como un conflicto y como una mezcolanza de cristianos, moros y judíos» (Castro: 95).

Américo Castro, Los españoles: cómo llegaron a serlo (Madrid, Taurus, 1965)

Las comunidades religiosas que vivieron en la Edad Media bajo el gobierno de otra comunidad religiosa sufrieron discriminación y a veces también persecución. Si los episodios de persecución más conocidos son los que se produjeron contra los judíos y los musulmanes en los reinos cristianos peninsulares, también los hubo contra judíos y cristianos en al-Andalus: por ejemplo, el pogromo antijudío de 1066 en Granada y la conversión forzosa de judíos y cristianos bajo los almohades. Es verdad que estos casos se suelen achacar a los beréberes: así, en el episodio de la serie El ministerio del tiempo dedicado al Cid, un musulmán andalusí afirma que son los beréberes almorávides los que han estropeado las relaciones entre musulmanes y cristianos, reflejando así una extendida creencia en el entendimiento popular del pasado que culpa a los beréberes —ganados a movimientos calificados de ‘fanáticos’ como el de los almohades— de haber roto la ‘convivencia’ secular que existía en al-Andalus (otro tema que hay que dejar ahora para tratar en otra ocasión).

Convivencia y el mito de Sefarad

Entre quienes apoyan el uso del término ‘convivencia’, los más entusiastas ven en él un arma de combate que sirve, no tanto para entender el pasado, sino para enfrentarse a problemas del presente: contrarrestar —como ya se ha dicho— una visión negativa del mundo islámico que responde a unas coordenadas temporales y políticas específicas de la modernidad, recordando para ello un pasado de esplendor intelectual que influyó en el Renacimiento europeo, un pasado en el que se desarrollaron una cultura material refinada que fue imitada por los cristianos y una coexistencia religiosa que propició un florecimiento cultural e intelectual sobre todo entre los judíos peninsulares.

Sinagoga de Santa María la Blanca, s. XII (Toledo). Wikimedia commons.

Antes de que se pusiese en circulación el término convivencia, ya existía lo que algunos llaman el ‘mito de Sefarad’ (Sefarad sería el equivalente judío de al-Andalus, término geográfico que engloba la Península Ibérica). Durante el siglo XIX, en efecto, algunos intelectuales judíos —en un momento en el que los judíos europeos salían del gueto y buscaban integrarse en las sociedades de los países en los que vivían— vieron en al-Andalus un modelo que podían esgrimir para justificar lo que estaba sucediendo. En Córdoba y otras ciudades andalusíes los judíos se habían arabizado profundamente y habían participado en el desarrollo de las principales corrientes intelectuales de la época (teológicas, filosóficas, literarias, científicas) sin por ello renunciar ni a su religión ni a su propia lengua religiosa, el hebreo. Si ello había sido posible entonces, ¿cómo podría no serlo en la Europa moderna? Como dice Jonathan Ray, creyeron que habían encontrado en Sefarad el paradigma de una sociedad judía que podía integrarse en la sociedad de acogida sin perder su propia identidad.

Convivencia y el ‘paradigma de Córdoba’

En la Europa post-colonial receptora de emigrantes procedentes de antiguas colonias que —sobre todo a partir de la década de los 80 del pasado siglo— pasaron de ser eso, emigrantes, para verse a sí mismos  y ser vistos ante todo como musulmanes, el así llamado ‘paradigma de Córdoba’ fue promovido también como un precedente histórico que probaría que era posible la integración de esa población musulmana.  Detrás de esta postura y de la señalada antes —posturas que han contribuido a popularizar términos como convivencia— está lo que parece ser la convicción de que, sin un antecedente histórico, las interacciones pacíficas entre distintas comunidades religiosas no pueden tener ni presente ni futuro.

Elena Arigita insiste en la necesidad de explorar nuevas narrativas acerca de la historia de Europa en las que el Islam y los musulmanes no sean necesariamente o de forma exclusiva el ‘Otro’. En su estudio se ocupa de los distintos niveles que hay que tener en cuenta cuando se analizan casos específicos en los que pasado y presente confluyen: nivel espacial (lo local, lo nacional, lo trans-nacional) y nivel temporal (la memoria como un fenómeno del presente que tiene en cuenta sólo aquellos hechos que le son útiles y la historia como una representación del pasado que se basa en la necesidad de tener en cuenta todos los ‘hechos’ disponibles sometiéndolos a análisis y a una reflexión crítica). En el caso de Córdoba, esto se muestra, por ejemplo, en el episodio de los jóvenes musulmanes austriacos que en el año 2010 fueron a la mezquita para intentar rezar en ella públicamente, reivindicándola como algo que les pertenecía, y a los que no siguieron los musulmanes locales. Para estos, rezar en la Mezquita-Catedral cordobesa no constituía ninguna prioridad, como sí lo era poder tener un templo propio que gestionar por su cuenta y sobre todo evitar el miedo social de la  población local al Islam.

Cuestiones terminológicas

La presencia musulmana durante más de 800 años en la península Ibérica es crucial en toda discusión de la historia medieval de España, y también de la moderna. De nuevo los términos que utilizamos reflejan los problemas a los que los historiadores se enfrentan. ¿Cómo llamar al territorio gobernado por los musulmanes? ¿Usando el término utilizado por los propios musulmanes, al-Andalus? ¿O usando la expresión ‘España musulmana’? Los historiadores españoles a partir de los años 80 tendemos a usar el primer término, mientras que el otro fue el más utilizado en la segunda mitad del s. XIX y la primera mitad del s. XX, y todavía sigue siendo empleado fuera de España (por ejemplo, en inglés, ‘Muslim Spain’). ‘España musulmana’, el término preferido por la escuela de arabistas españoles surgida en el s. XIX, les ayudó a convertir el estudio de al-Andalus en algo aceptable y aceptado en las Universidades españolas, contribuyendo a hacer calar la convicción de que para entender la historia medieval peninsular era necesario ocuparse de las fuentes árabes. Ello fue unido al interés por mostrar los elementos de continuidad entre lo pre-islámico y lo islámico.

Ángel González Palencia, Historia de la España musulmana (Barcelona, Labor, 1925).

Aquellos historiadores para los que, en cambio, son los elementos diferenciadores los que explican mejor lo que fueron las sociedades islámicas en la Península se decantan por usar el término ‘al-Andalus’ (la influencia de la obra de Pierre Guichard fue decisiva a este respecto). Ello no significa que crean que el estudio de las sociedades islámicas peninsulares no tienen relevancia para la historia medieval de la Península Ibérica, más bien lo contrario. Pero les interesan más los procesos que no las supuestas esencias (una España eterna  y ahistórica), esos procesos a través de los cuales determinadas entidades políticas y culturales se forman, así como les interesa cómo interaccionan entre ellas.

¿Puede ser convivencia un concepto útil para —a la hora de estudiar esos procesos— mover el foco desde los episodios de conflicto y confrontación, que son los que predominan en las crónicas históricas, hacia los momentos de contacto e interacción para los que hay que leer otras fuentes o leer las ya conocidas de otra manera?

Del presente al pasado

Hemos visto antes cómo para algunos intelectuales judíos del s. XIX la situación por la que atravesaban los judíos europeos se podía beneficiar del ejemplo de Sefarad visto como una Edad de Oro del judaísmo. Pero ¿cómo vieron los judíos andalusíes su propia situación? ¿Cómo valoraron la relación social, política y económica con la sociedad en la que vivían? Los casos analizados por Jonathan Ray muestran que el judío medio, e incluso sus líderes comunitarios, se veían a sí mismos viviendo en un espacio relativamente abierto de organizaciones e instituciones comunales que competían entre sí. Ray considera que precisamente esos aspectos de la convivencia medieval que más a menudo se alaban como un ideal —los de una sociedad abierta y que da cabida al que es diferente—  fueron los que las autoridades medievales judías hispanas encontraban más problemáticos. Para los líderes espirituales y comunitarios judíos, el verdadero problema no era que hubiese exclusión sino que hubiese aceptación de los judíos. Ellos concebían que los judíos vivían en un exilio entre las naciones como castigo divino por sus pecados, de manera que lo que cabía esperar era un cierto grado de exclusión. La permisividad por parte de los gobernantes musulmanes o cristianos planteaba un problema a esos líderes: ¿cómo evitar la asimilación social, económica y política en la sociedad no judía de los miembros de las comunidades que dirigían? ¿Cómo mantener la cohesión social interna, la identidad religiosa y controlar el pago de los impuestos en el interior de la comunidad si a los judíos se les permitía establecerse donde quisieran, vestirse como los gentiles, socializar con ellos e incluso tener amantes que no fuesen judías?

En la literatura judía medieval podemos encontrar reflexiones de distinto tipo sobre el vivir juntos con otros. En los escritos de los musulmanes andalusíes, cuando los musulmanes controlaban una gran parte del territorio, los judíos y los cristianos no ocupan un lugar tan relevante, con un interés que fue creciendo a medida que los musulmanes iban perdiendo el control político. Ese interés ha ido en aumento también en épocas más recientes en el mundo islámico, precisamente cuando la presencia histórica de comunidades no musulmanas en países de mayoría musulmana ha sufrido una disminución notable y se ha visto incluso en peligro de extinción.

Un musulmán y un judío juegan al ajedrez en el Libro de los juegos de Alfonso X. Real Biblioteca de El Escorial. Wikimedia commons.

Aidi analiza cómo las diferentes interpretaciones de al-Andalus que circulan en los discursos árabes e islamistas están muy ideologizadas. Los secularistas ponen el énfasis en lo que consideran fue el ‘humanismo pan-confesional’ andalusí, mientras que para los islamistas fue la adhesión estricta a la ley religiosa —la shari’a— la que estuvo detrás del esplendor de al-Andalus. Menciona Aidi cómo para Gilles Kepel las pretensiones de los yihadistas de recuperar al-Andalus empezaron sólo a finales de la década de los 80 del pasado siglo. Después de la victoria en Afganistán, los militantes yihadistas apoyados hasta entonces por Estados Unidos declararon el yihad a países y regiones que habían sido musulmanas pero estaban ahora en manos de ‘infieles’. La lista incluía a Israel, Chechenia, Cachemira y España. España, durante la dictadura de Franco, había sido considerada con simpatía en el imaginario político árabe al considerarla fuera del campo imperialista anglo-americano y francés. Con la llegada de la democracia, España estableció relaciones con Israel y en 2015 aprobó la ley de nacionalidad española para los sefardíes, sin hacer lo mismo con los descendientes de andalusíes y moriscos. Pero la reivindicación de al-Andalus por parte de los salafistas-yihadistas no es antigua, no refleja una preocupación de los musulmanes como tales, sino que responde a un contexto muy específico. Ni siquiera Samuel Huntington, cuando escribió su famoso Clash of civilizations en los años 90, incluyó la frontera hispano-marroquí como una ‘línea de fractura entre civilizaciones’ que fuese o pudiese convertirse en sangrienta.

Si la recuperación por medio del yihad de los territorios perdidos es una pretensión reciente, ¿ha habido entre los musulmanes interés por el tema de la ‘convivencia’? Ya se ha indicado que si por convivencia se entiende el sistema de la dhimma, entonces para los musulmanes no hay nada específicamente andalusí en ello. El término árabe equivalente a ‘convivencia’ es ta’ayus y, si se busca ese término en una base de datos bibliográfica, lo que llama la atención es que no aparece en los títulos de temas relacionados con al-Andalus, sino para hablar de las relaciones hoy en día entre Islam y Occidente, también entre musulmanes sunníes y shi’íes, así como entre árabes y judíos en Israel.

¿Y qué pasa con el término ‘convivencia’ en España? Américo Castro escribió su obra en su exilio, lo cual también hizo su gran oponente, Claudio Sánchez-Albornoz (1893-1984). Pero mientras las ideas de éste gozaron de aceptación oficial en la España de la dictadura de Franco, ya que planteaban la existencia de una España ‘eterna’, no sucedió lo mismo con las de Castro, para quien, como hemos visto, España era ante todo el resultado de un proceso. Américo Castro se había nutrido en parte para desarrollar sus ideas de las investigaciones de la escuela de arabistas españoles —Francisco Codera (1836-1917), Julián Ribera (1858-1934) y Miguel Asín Palacios (1871-1944)— para los cuales (sobre todo para los dos últimos) el interés del estudio de al-Andalus era precisamente el estudio de las interacciones que se habían producido en el terreno cultural e intelectual (frente a lo que afirma Aidi de que en España se tiende a no reconocer ninguna influencia cultural islámica sustantiva). La idea de ‘convivencia’ empezó a atraer más interés con el fin de la dictadura, según Aidi «para dar legitimidad histórica al sistema político pluralista» que se estaba entonces construyendo.

Pero, como afirma Eduardo Manzano, los historiadores españoles no han contribuido apenas a la actividad de elevar la España medieval a la categoría de un punto de referencia multicultural. De hecho, la mayor parte de los autores españoles que han escrito sobre convivencia lo han hecho para oponerse al concepto e insistir en el paradigma que podríamos llamar de ‘España contra el Islam’, es decir, que España ha estado luchando contra el Islam desde 711 hasta hoy en día.

No contándose entre estos, Manzano, aun así, piensa que ‘convivencia’ no es un instrumento que nos ayude a obtener una mejor visión sobre el pasado, pues tiende a marginar la violencia presente en toda sociedad medieval para subrayar los aspectos de ‘tolerancia’, y que aspira a la trascendencia y no al conocimiento histórico. Tratándose de un concepto político, su mayor virtud es lo señalado con anterioridad: que si en el pasado hubo épocas en las que fue posible crear condiciones en las que diferentes culturas pudieron entrar en diálogo entre ellas, en el presente deberíamos seguir ese precedente para avanzar por el mismo camino. Pero si se sacrifica la exactitud histórica para alcanzar un fin loable como ese, no sólo se renuncia al quehacer científico del historiador, sino que, además, se abre la veda para que otros puedan buscar capitalizar políticamente el tema, pero desde otras perspectivas, por ejemplo, para demostrar lo contrario, que al-Andalus fue un infierno de violencia e intolerancia y que eso demuestra la verdadera naturaleza del Islam.

Manzano señala que parte del éxito del concepto de ‘convivencia’ se debe al escaso interés por teorizar de una forma seria y rigurosa los procesos de aculturación que tuvieron lugar en la Península Ibérica durante la Edad Media, terreno éste que interesó, como ya se ha dicho, a algunos de los primeros arabistas españoles, así como al estadounidense Thomas Glick. La complejidad cultural de la Edad Media hispánica todavía está a la espera de ser atendida como merece, para lo cual no puede prescindir de las contribuciones ofrecidas por la historia social. Para Manzano, la extraordinaria producción intelectual y artística del califato de Córdoba no se explica por la existencia de un clima de tolerancia, sino, en gran medida, por los crecientes recursos económicos existentes. Y, finalmente, frente a quienes propugnan una aproximación a la historia que podríamos llamar ‘militante’ —es decir, dirigida a intervenir en debates del presente— Manzano se centra en el valor del conocimiento histórico por sí mismo: cuanto más se conozca el pasado, más aumentará la conciencia histórica en nuestras sociedades y ello contribuirá al progreso social. El conocimiento histórico es profundamente político porque pone de relieve el cambio y, por tanto, va en contra de toda visión esencialista.

Resumiendo y ampliando

Convivencia es un concepto vinculado a la religión, poniendo el foco en las tres comunidades existentes en la Península Ibérica que se diferenciaban por sus creencias religiosas. Uno de sus problemas es que oscurece la distribución desigual del poder entre esas comunidades. También, que la identidad religiosa era sólo un aspecto más de la compleja forma en la que individuos y grupos manifestaban o percibían su pertenencia, pudiendo añadirse otros como lengua, cultura, etnicidad, género, estatus social y edad. Cómo se combinaban esos aspectos entre sí según las épocas y los contextos, y cómo recuperar esas combinaciones y hacerlas inteligibles en nuestro presente, no es tarea fácil. Brian Catlos ha hecho un notable esfuerzo por formular una aproximación comprehensiva a estas cuestiones, insertando la trama de relaciones inter-religiosas en contextos más amplios (sociales, económicos, políticos), sin los que carecen de sentido, y desarrollando su propia terminología al respecto, incluyendo el término ‘conveniencia’, que, en su opinión, reflejaría mejor que ‘convivencia’ lo que estaba en juego. En su día, como recuerda Soifer, Thomas Glick también enlazó ‘convivencia’ con los conceptos antropológicos de ‘aculturación’ y ‘difusión’, demostrando así cuán susceptible es un término tan poco concreto como convivencia para ser manipulado y reinventado, lo cual aseguraría su pervivencia en el tiempo.

Hemos visto cómo ese término surgió en relación con el estudio del pasado medieval de la Península Ibérica, pasado que ha sido visto durante mucho tiempo como excepcional si se le comparaba con las sociedades del resto del mundo cristiano, que habrían sido hostiles a la aceptación de la diferencia religiosa. Pero nuevos estudios sobre las poblaciones marginales y subalternas y el trato que recibían de la sociedad dominante en el resto de Europa —como los llevados a cabo dentro del proyecto RELMIN dirigido por John Tolan— han llevado a concluir que allí también se dio la coexistencia de distintos grupos. Historiadores que se ocupan de otras realidades históricas en la Europa medieval han empezado así a utilizar el término ‘convivencia’ más allá del contexto ibérico.

Como otros términos sujetos a debate, la reflexión sobre la utilidad y operatividad de ‘convivencia’ puede ayudar en la búsqueda de formas más adecuadas para hacer más inteligible el pasado medieval de la Península Ibérica. El resultado final puede ser ese abandono del término por el que abogan muchos desde posiciones muy diferentes. Pero mientras el estudio y, sobre todo, la enseñanza de la historia medieval de la Península Ibérica sigan sin integrar adecuadamente, ni hacer visible, su diversidad de individuos y grupos, y sigan sin dar el protagonismo debido a los procesos de cambio, un término como el de ‘convivencia’ sirve al menos para recordarnos aquello que una concepción estrecha y nacionalista de la historia tiende a olvidar.


Para ampliar:


Nota:

Este texto recoge el ‘Lunchtime Seminar’ que impartí en el the Institute of Arabic and Islamic Studies, Exeter University, en enero de 2020 durante mi estancia como Al-Qasimi Visiting Professor. Ello explica que la mayor parte de la bibliografía esté en inglés y que sea fundamentalmente una panorámica sobre estudios existentes. Tan solo he introducido algún pequeño cambio.