Jalaf el esterero, el califa impostor

Los denominados ‘reyes de taifa’ eran conscientes de un problema acuciante que les afectaba a la hora de ejercer el gobierno de la comunidad. Los Omeya pertenecían a la tribu de Mahoma, y esa conexión directa con el fundador del islam les otorgaba la legitimidad como soberanos de la que carecían todos los demás gobernantes que les habían sucedido en las distintas partes de al-Andalus


Alejandro García Sanjuán
Universidad de Huelva


Detalle de un dinar de al-Mu’tadid. Colección Tonegawa.

1578 representa una fecha de gran importancia en la historia de Portugal. Ese año, el joven rey Sebastián falleció en Marruecos, en la célebre batalla de Alcazarquivir, poniendo así fin al sueño de construir un imperio africano y provocando que la monarquía portuguesa pasase a manos de Felipe II.

A partir de entonces comenzaron a desarrollarse rumores que aseguraban que, en realidad, el rey no había muerto, y que había conseguido regresar a la Península. Un fraile agustino convenció a cierto pastelero de Madrigal de las Altas Torres (Ávila), llamado Gabriel de Espinosa, de su enorme parecido con el rey fallecido y, con la ayuda de Ana de Austria (hija bastarda de Juan de Austria y sobrina de Felipe II), organizaron una conspiración para hacerlo pasar por el verdadero rey Sebastián.

La historia, fascinante en sus detalles, y de la que los medios de comunicación se hicieron eco hace solo unas semanas, terminó mal, como era de esperar, y tanto el pastelero como el fraile fueron ajusticiados cuando se descubrió el fraude, mientras que Ana de Austria fue recluida en un convento.

El azaroso califato de Hišām II al-Mu’ayyad

Curiosamente, esta historia tiene un precedente muy similar en al-Andalus durante la época taifa, pocos años después del definitivo colapso del califato Omeya de Córdoba en 1031. Su protagonista es el tercer califa de Córdoba, que accedió al poder en el año 976, tras la muerte de su padre, al-Ḥakam II, cuando era solo un niño de unos once años de edad, aproximadamente. En esas condiciones, Hišām, que había adoptado el sobrenombre de al-Mu’ayyad, pudo ser fácilmente apartado por un celebre personaje, Muḥammad ibn Abī ‛Āmir (m. 1002), conocido por Almanzor (al-Manṣūr), el cual, desde su posición como ḥāǧib o primer ministro, se hizo con las riendas del poder, transmitiéndolo, además, a sus dos hijos y sucesores.

Arqueta de Hišām II. Catedral de Girona.

La evolución del califato cordobés experimentó un punto de inflexión a partir del año 1009, con el asesinato del segundo de dichos sucesores, conocido como Sanchuelo (Sanǧūl), el cual se hizo nombrar heredero por Hišām, pretendiendo, así, proclamarse califa. Este episodio fue la chispa desencadenante del período de crisis que condujo a la liquidación del califato de Córdoba, un proceso que las fuentes árabes designan con el concepto de fitna (‘crisis’, ‘guerra civil’) y que se extendió a lo largo de un período de 22 años, hasta que en 1031 fue depuesto el último califa Omeya, poniendo fin así a 276 años de gobierno ininterrumpido de dicha dinastía en al-Andalus (desde 756).

La pretensión de Sanchuelo tuvo una respuesta inmediata y, en Enero de 1009, aprovechando su ausencia momentánea de Córdoba en expedición contra los cristianos, se produjo la deposición de Hišām por parte del Omeya Muḥammad ibn Hišām ibn ‛Abd al- Ğabbār ibn ‛Abd al-Raḥmān al-Nāṣir, bisnieto del califa ‛Abd al-Raḥmān III, el cual adoptó el sobrenombre de al-Mahdī. Fue la que las fuentes denomina la ‘primera muerte’ de las tres que padeció Hišām. En efecto, en abril de ese año, el nuevo califa, al-Mahdī, habría sacado a Hišām del alcázar, ocultándolo en otro lugar y presentando en su lugar el cadáver de un cristiano o un judío que se le parecía. Tras ser mostrado a los visires, el cuerpo fue enterrado de forma pública.

Apenas un año y medio más tarde, una revuelta palatina acabó con el gobierno de Muḥammad ibn Hišām, que fue asesinado en julio de 1010, volviendo el califato a manos Hišām al-Mu’ayyad, que habría sido sacado de su presunta reclusión. Esta segunda fase de su gobierno, sin embargo, no fue mucho más estable, ya que la situación política en al-Andalus se había vuelto enormemente volátil, sobre todo en Córdoba. En mayo de 1013 se produjo su segunda deposición, esta vez a manos de Sulaymān ibn al-Ḥakam ibn Sulaymān ibn ‛Abd al-Raḥmān, otro bisnieto del fundador del califato cordobés, que se proclamó con el sobrenombre de al-Musta‛īn billāh.

En ese punto se pierde la referencia sobre Hišām y las fuentes se limitan a mencionar la incertidumbre sobre su destino. Según algunos habría sido liquidado por Sulaymān cuando entró en el alcázar, mientras que otros señalan que huyó.

Los reyes de taifa y los Ḥammūdíes

La ‘segunda muerte’ de Hišām no fue la última, sino que todavía hubo una tercera, sucedida casi 50 años más tarde. En el año 1031 había sido depuesto en Córdoba el último soberano Omeya (Hišām III, no confundir con el protagonista de nuestra historia, Hišām al-Mu’ayyad o Hišām II), pero la influencia de esta dinastía como garante de la unidad de la comunida (umma) aún siguió teniendo un enorme prestigio entre los musulmanes, que se enfrentaban a una fuerte crisis de liderazgo político y religioso tras casi tres siglos de gobierno Omeya.

Los denominados ‘reyes de taifa’ eran conscientes de un problema acuciante que les afectaba a la hora de ejercer el gobierno de la comunidad. Los Omeya pertenecían a la tribu de Mahoma: eran descendientes de ‛Uṯmān ibn ‛Affān, el tercer sucesor del Profeta, y esa conexión directa con el fundador del islam les otorgaba la legitimidad como soberanos de la que carecían todos los demás gobernantes que les habían sucedido en las distintas partes de al-Andalus. Los reyes de taifa, por lo tanto, carecían de títulos que les permitiesen ser algo más que meros señores locales de ciertos territorios, de forma no podían aspirar a ejercer el gobierno de toda la comunidad islámica.

Mapa de los Reinos de Taifas. Wikimedia Commons.

Esta regla general tuvo, sin embargo, una señala excepción, la dinastía Ḥammūdí, cuyos miembros descendían por línea directa de Mahoma a través del matrimonio de su hija Fátima con ‛Alī ibn Abī Ṭālib, que era, a la vez, primo paterno del Profeta. Esta descendencia representa el origen histórico de los chiíes, que conforman la minoría religiosa más importante del mundo islámico hasta la actualidad.

La intervención de la dinastía Ḥammūdí en los asuntos politicos andalusíes comenzó a partir de 1013 cuando, en el mismo año de su proclamación, el califa Sulaymān al-Musta‛īn billāh confió el gobierno de Ceuta a ‛Alī ibn Ḥammūd y el de Tánger y Arcila a su hermano al-Qāsim. A partir de ese momento, su influencia se hizo cada vez más notable, a tal punto que, según ciertas informaciones, el propio Hišām al-Mu’ayyad habría designado como su sucesor al primero de ambos hermanos.

Confiado en este nombramiento y tras haber logrado algunos apoyos en la Península, ‛Alī ibn Ḥammūd se dirigió a Córdoba desde Málaga y se apoderó del alcázar en el año 1016. Allí se le informó de que el califa Hišām había sido muerto, mostrándosele su tumba: entonces ordenó desenterrarlo y luego lo volvió a enterrar. Acto seguido, ‛Alī ibn Ḥammūd cortó el cuello en persona al califa Sulaymān al-Musta‛īn billāh, ordenando que se hiciera lo propio con su padre y su hermano. Las tres cabezas fueron puestas en un recipiente y mostradas en público, pregonándose el siguiente mensaje: ‘este es el castigo por la muerte de Hišām al-Mu’ayyad’.

‛Alī ibn Ḥammūd se proclamó califa y, como narran las crónicas, fue el primero de los reyes de los Banū Hāšim, es decir, el linaje del Profeta Mahoma. En efecto, su gobierno fue el origen de una dinastía que ostentó la dignidad califal en al-Andalus a lo largo de 40 años (1016-1056), una realidad que se suele pasar con cierta frecuencia por alto en numerosos estudios.

Los Abadíes de Sevilla y el falso Hišām

La tercera y última ‘proclamación’ de Hišām está relacionada de forma directa con el desafío que la presencia de la dinastía Ḥammūdí planteaba al resto de los reyes de taifa, en especial a los más poderosos de entre ellos, es decir, los que podían albergar alguna aspiración a reunificar el territorio musulmán bajo su autoridad. Entre ellos, los más destacados eran los Abadíes de Sevilla.

Las fuentes que narran los acontecimientos de esta época identifican como autor de la superchería al primer soberano Abadí y lo indican de la forma siguiente: ‘en el año 427, el cadí Muḥammad ibn Ismā‛īl ‛Abbād descubrió a al-Mu’ayyad Hišām ibn al-Ḥakam y lo hizo traer de la aldea en la que estaba, lo alzó y proclamó como soberano e invitó a la gente a entrar en su obediencia’. El texto aclara más adelante que ello ocurrió en una fecha que corresponde a primeros de Noviembre de 1035 y que el acta de proclamación fue redactada por el visir secretario Abū Ḥafṣ Aḥmad ibn Burd.

La nueva reaparición de Hišām fue aceptada en primera instancia por varias taifas, entre ellas Valencia, Denia y Baleares, Tortosa y Córdoba. A estas primeras aceptaciones se sumaron, con posterioridad, otras, entre ellas la de Almería, tras pasar a manos de los amiríes de Valencia en 1038-1039. Asimismo, el falso Hišām también fue proclamado en Zaragoza en 1039, cuando ‛Abd Allāh ibn Ḥakīm al-Tuǧibī asesinó al soberano Munḏir ibn Yaḥyà. Esta información textual encuentra corroboración en la numismática, ya que cierto número de taifas incluyeron en sus acuñaciones monetarias, símbolo por excelencia de la soberanía, la apelación al califa Hišām, entre ellas, de forma frecuente, Zaragoza, Valencia, Tortosa y Denia, aparte lógicamente de Sevilla. De forma más esporádica también lo hicieron Toledo, Badajoz y Alpuente.

A pesar de estas aceptaciones, la mayoría de los taifas eran conscientes de que se trataba de un fraude organizado por el soberano de Sevilla para legitimar sus aspiraciones políticas:

«Se discutió acerca de este al-Mu’ayyad con gran diversidad de opiniones, si era él o no, y la mayor parte convino en que se le parecía y que Ibn ‛Abbād lo había suscitado para conseguir, por medio de él, sus propósitos. Otros afirmaron que era al-Mu’ayyad en persona y nombre. Se recordó —y Dios sabe la verdad— que estaba oculto en Málaga cuando se apoderó ‛Alī ibn Ḥammūd del califato en Córdoba, y se ocultó su situación; luego pasó de Málaga a Almería con el afán de ocultarse, hasta que tuvo noticia de él su señor. Zuhayr el fatà, que le ordenó salir de Almería. Salió pues de ella y se refugió en Calatrava, dependencia de Ibn Ḏī-l-Nūn; luego el cadí lo trasladó, según ha de hacerse de ello mención en su lugar —si Dios Altísimo quiere— al referirse el reinado de Ibn ‛Abbād».

Tal vez el texto más completo sobre el origen del falso Hišām y su proclamación sea el que se atribuye al cronista de época almohade Ibn al-Qaṭṭān (s. XII), en el que lo identifica con un esterero de cierta aldea sevillana llamado Jalaf:

«Se había dicho que Hišām escapó de la guerra civil y abandonó el poder, ocultó su rango y se escondió él mismo durante largo tiempo. Se estableció en la cora de Sevilla ejerciendo de almuédano en su mezquita y cuidando de ella, mientras se mantenía con el trabajo del esparto. Entonces fueron a su encuentro el cadí, este Abū-l-Qāsim Muḥammad ibn Ismā‛īl ibn ‛Abbād, su hijo Ismā‛īl y todos sus dignatarios y esclavos, trayendo él consigo vestiduras, ropajes, atuendos y cabalgaduras califales.

No se dio cuenta el hombre, que estaba fuera de la mezquita trabajando en su esparto, cuando la gente lo sorprendió y rodeó. Desmontaron el cadí, su hijo y todos los que iban con él y besaron el suelo ante él, mientras el cadí y su hijo se arrojaron a sus pies para besarlos.

El hombre se quedó estupefacto de aquello que veía y se puso a decir: ‘no soy el que imagináis ni el que buscáis’; mientras ellos no le replicaban nada, salvo mostrar la sumisión y la buena voluntad, hasta que, por fin, lo sacaron de su lugar, lo despojaron de sus harapos y lo vistieron con el atuendo califal, pusieron las tocas en su cabeza y lo hicieron montar a caballo, mientras el cadí y todos los que vinieron en su compañía marcharon delante de él —a este hombre se le llamaba Jalaf al-Ḥuṣrī y se parecía a Hišām— hasta que llegaron con él a Sevilla. Allí un pregonero gritaba: ‘¡Oh sevillanos, dad gracias a Dios por el beneficio que os ha concedido, pues éste es vuestro señor, el emir de los creyentes Hišām, que os lo ha enviado Dios y ha puesto el califato en vuestra ciudad, para que esté su sitio entre vosotros, y lo ha trasladado de Córdoba a vosotros! ¡Dad, pues, las gracias a Dios por eso!’.

Entró en la ciudad de esa forma y se aposentó en el alcázar el resto de aquél día. A la mañana siguiente madrugaron las gentes y se agolparon para entrar a ver a al-Mu’ayyad Hišām, según creían. Se apresuraron las gentes y compitieron para participar en aquello. Y así entraron ante él la elite y el vulgo para su proclamación».

Dinar de al-Mu‛taḍid. Colección Tonegawa.

Los Abadíes mantuvieron la suprechería del falso Hišām durante bastante tiempo, hasta que, finalmente, al-Mu‛taḍid, segundo soberano de la dinastía, anunció su fallecimiento en el año 451, que transcurre entre el 17 de Febrero de 1059 y el 5 de Febrero de 1060. En total fueron 25 años, según las fuentes, que señalan que ésta fue la tercera y definitiva muerte de Hišām. Aunque los textos afirman que, en esa fecha, al-Mu‛taḍid suprimió su invocación como legítimo califa, lo cierto es que su nombre permaneció inscrito en las acuñaciones monetarias del soberano abadí hasta su muerte en 1068-1069.


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