Poder y recepción cultural en la Edad Media peninsular: pautas y modelos suntuarios, rituales y artísticos islámicos en la corte real de Castilla

La recepción del modelo cultural islámico por parte de la cúspide del poder político castellano fue el resultado de un lento proceso de asimilación, que se puede retrotraer, al menos, al siglo X


David Nogales Rincón
Universidad Autónoma de Madrid


Sala capitular del monasterio de San Antonio el Real. Tercer cuarto del siglo XV. Segovia. Wikipedia Commoms

Cuando en 1466 Gabriel Tetzel, patricio de Nuremberg, visitó, formando parte del cortejo del noble bohemio León de Rosmithal, el alcázar de Segovia, hubo un hecho que llamó poderosamente su atención. El monarca castellano, Enrique IV (1454-1474), lejos de presentarse sobre un trono, al uso de los reyes cristianos, recibió a sus visitantes centroeuropeos “sentado en tierra, sobre tapices a la usanza morisca”. Este aspecto, lejos de ser una manifestación anecdótica, respondía a un hecho habitual dentro de las pautas de representación de la realeza castellana, que había encontrado en algunas manifestaciones islámicas, en general, y andalusíes, en particular, a las que los castellanos se referían con el adjetivo de morisco, una fuente para construir su imagen tanto en el plano ritual como especialmente suntuario. Manifestaciones que cabría incluir dentro del fenómeno del mudejarismo: una denominación sujeta a revisión en la actualidad, pero cómoda para el historiador, en tanto que categoría que permite conceptualizar el proceso de recepción y adaptación formal o funcional de la cultura y tradición islámicas realizado por parte de las sociedades cristianas ibéricas medievales y modernas (y sus proyecciones americanas). 

La recepción del modelo cultural islámico por parte de la cúspide del poder político castellano fue el resultado de un lento proceso de asimilación, que se puede retrotraer, al menos, al siglo X, el cual tuvo como centro el ámbito material, en el más amplio sentido del término (arquitectura, ajuar doméstico, indumentaria, etc.). En este campo, dicho modelo ofreció, ante todo, un conjunto de formulaciones visuales —con derivaciones tanto estéticas como simbólicas— adecuadas para la construcción de la imagen ritual del monarca y por extensión de su nobleza, en torno a dos conceptos: las percepciones autoritarias del poder y la expresión de la magnificencia. 

Los procesos de incorporación de estas pautas a la corte real y su entorno no respondieron a un plan unitario, sino que fueron el resultado de inquietudes particulares que orientaron la mirada de las elites cristianas hacia el ámbito andalusí. Esta mirada vino, en buena medida, mediatizada no sólo por el fácil acceso de los castellanos a estas realidades materiales islámicas, sino también por las propias percepciones sobre la imagen del poder entre las jerarquías cristianas del Occidente medieval, compartidas igualmente tanto por las elites bizantinas como islámicas. Dicha cuestión es fundamental para entender que, al margen de su adscripción cultural islámica, las elites cristianas verían en algunas de estas manifestaciones —telas principalmente, pero también marfiles, por ejemplo— realidades que eran reconocidas globalmente en todo el ámbito mediterráneo como un símbolo de poder.

Este aspecto, que aparece ya perfilado a fines de la Antigüedad y en los momentos iniciales de la Edad Media, estaba estrechamente vinculado con una pauta estética específica: la figuración, frecuentemente inserta en círculos, de animales o de escenas principescas. Nacida en el ámbito de Asia central (Fig. 1), esta estética particular sería capitalizada primero por los telares bizantinos y con posterioridad por las producciones islámicas. Así, este interés hacia el consumo textil islámico por parte de las elites castellanas respondería a un conjunto de inquietudes más amplio, que superaba el ámbito particular de la Corona de Castilla. 

Fig. 1. Fragmento de tejido de seda procedente de la Sogdiana, Asia Central.  Ca. 700 d.C. Wikipedia Commoms.

Más allá de alguna noticia que nos informa de la presencia en las cortes cristianas, al menos, desde el siglo X, de telas procedentes del ámbito andalusí y de diversos testimonios materiales documentados para los siglos XI y XII, como los tejidos de los monasterios de San Zoilo de Carrión de los Condes (Palencia) y de San Salvador de Oña (Burgos), las mejores muestras de esta manifestación se corresponden con los ajuares funerarios de los reyes castellanos del siglo XIII en el monasterio de Santa María la Real de Las Huelgas de Burgos, en la catedral de Sevilla o en la catedral de Toledo. 

Esta influencia andalusí no solo se manifestó en las vestimentas del monarca, sino también en su presentación ceremonial sobre un estrado revestido y enmarcado por alhamares y alfombras, cuyo uso aparece bien definido, ya en el siglo XIII, en algunos pasajes de la Estoria de España de Alfonso X de Castilla (1252-1284). Dicho uso se complementaría, sobre todo en verano, con el empleo de guadamecíes para el revestimiento de suelos y estrados. Sobre todo en los espacios más íntimos de palacio y en aquellos contextos más informales, sería posible encontrar, siguiendo la tradición andalusí, a los reyes castellanos sentados a la turca, en almohadas, directamente sobre el estrado alfombrado, tal como se representa en distintas figuraciones del Libro de los juegos de Alfonso X (Fig. 2), si bien, en contextos públicos y ceremoniales, los reyes debieron presentarse habitualmente sobre un trono en posición sedente, manifestación asociada con la autoridad y el poder en la cristiandad latina.

Fig. 2. El juego de tablas astronómicas, en el Libro de los juegos de Alfonso X de Castilla. Segunda mitad del siglo XIII.  Biblioteca del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, Ms. T-I-6, fol. 97v. Wikipedia Commoms.

Además, no hubo de ser extraña, como se documenta, al menos, desde el siglo XIII, la presencia de las elites del reino —incluso en contexto públicos y ceremoniales— sentadas directamente, en presencia del monarca, en el suelo sobre almohadas, a la manera en que muestran las figuraciones del tratado Notule de primatu nobilitate et dominio ecclesiae Toletanae (Biblioteca Nacional de España, Vit. 15-5, fols. 3r-12v), la miniatura alfonsí o el ritual de juramento de la infanta Isabel y de su marido Manuel I de Portugal en la catedral de Toledo en el año 1498. 

Adicionalmente, como un uso más particular, cabría llamar la atención sobre la posible incorporación al ritual de la monarquía castellana, bajo la influencia islámica, de la exhibición del monarca ligada a la tipología de la denominada como fachada-trono, como sugiere el modelo arquitectónico adoptado en la fachada del Palacio del rey don Pedro en Sevilla durante el tercer cuarto del siglo XIV, desde la cual el rey podría mostrarse en majestad ante el espacio de la plaza de la Montería (Fig. 3). 

Fig. 3. Fachada del Palacio del rey don Pedro. Reales Alcázares de Sevilla. Tercer cuarto del siglo XIV. Sevilla. Wikipedia Commoms.

Junto a la imagen del monarca, la influencia islámica habría de ser fundamental igualmente en la definición del marco ritual de la monarquía castellana durante los siglos finales de la Edad Media, con la aparición, durante el reinado de Pedro I de Castilla (1350-1369), de lo que la historiadora del arte Teresa Pérez Higuera ha denominado como el “modelo de palacio mudéjar”, caracterizado por los siguientes aspectos: 

“Cerrado al exterior, de muros lisos en ladrillo y decoración en piedra limitada al paramento de la portada, que se encuadra entre pequeñas pilastras, con superposición de puerta y ventana bajo un gran alero de madera (…). Este esquema puede reducirse a un solo cuerpo (….) o bien desarrollarse en tres (…), repitiendo la sillería almohadillada, la puerta adintelada con dovelas talladas, los arcos lobulados y los paños con decoración de sebka o red de rombos. (…) La tradición hispanomusulmana se muestra también en la distribución de las habitaciones en torno a un patio, generalmente con alberca; habitaciones que se ajustan a dos modelos: la sala estrecha y alargada, de planta rectangular con pequeñas alcobas en los extremos (…); o bien, el salón de planta cuadrada (…) rodeado de habitaciones en casos de gran aparato” .

Teresa Pérez Higuera, Mudejarismo en la Baja Edad Media, Madrid, La Muralla, 1987, p. 15.

Este modelo de palacio surgió como resultado de un lento proceso de asimilación de algunas fórmulas arquitectónicas de origen islámico por parte del reino de Castilla, cuyo punto de partida cabría situarlo en la conquista de Toledo (1085), la cual pondría en contacto directo a los conquistadores cristianos con la arquitectura andalusí. Las más tempranas muestras de la adopción de estos modelos andalusíes en el ámbito palatino castellano se manifestarían, al menos, desde el reinado de Alfonso VIII (1158-1214).

Ejemplos de ello los tenemos en el proyecto del Palacio Mayor del alcázar de Segovia y en las problemáticas intervenciones del monarca tanto en la capilla de la Asunción del monasterio de Santa María la Real de Las Huelgas de Burgos como en la capilla de San Ildefonso del alcázar de Guadalajara. Aunque el avance cristiano sobre al-Ándalus en las décadas centrales del siglo XIII hubo de suponer un contacto directo de la corte con algunas de las mejores muestras de la arquitectura andalusí, gracias a la conquista de Córdoba (1236), Murcia (1243) o Sevilla (1248), el proceso de incorporación de estas pautas islámicas hubo de ser lento, fruto de la apuesta a favor de las formas góticas por parte de Alfonso X. Este hecho, unido probablemente a la inestabilidad política del primer cuarto del siglo XIV causada por las minorías de edad de los reyes Fernando IV y Alfonso XI de Castilla, llevaría a que, salvando algunas muestras más o menos aisladas para las décadas finales del siglo XIII e inicios del siglo XIV, el proceso de incorporación de pautas islámicas en el ámbito de la arquitectura castellana no fuera impulsado hasta la mayoría de edad de Alfonso XI, en 1325. Será así cuando, a partir de este momento, se promocionen algunos proyectos palatinos en el contexto del reforzamiento del poder real. Estos proyectos hubieron probablemente de estar influidos por las frecuentes visitas del monarca a Andalucía, en el marco de la Batalla del Estrecho, y por el proceso de “reinteriorización” que a nivel artístico experimentará la Corona, al que se ha referido Juan Carlos Ruiz Souza. Entre dichos proyectos impulsados por Alfonso XI cabe destacar las iniciativas en el Real Alcázar de Córdoba, las probables en el palacio de Tordesillas (Valladolid) y en la sala de la Justicia de los Reales Alcázares de Sevilla (Fig. 4), y los más hipotéticos en el alcázar de Guadalajara. 

Fig. 4. Sala de la Justicia. Reales Alcázares de Sevilla. ¿Mediados del siglo XIV? Sevilla. Wikipedia Commoms.

Pedro I no recogió así sino una tradición en consolidación en el marco de la corte castellana, que, junto a algunas experiencias en el ámbito toledano o hispalense, le permitieron dar forma a este palacio mudéjar al que nos referíamos algunas líneas más arriba. Dicho modelo, tras algunos ensayos previos en los palacios de Astudillo (Palencia) o Tordesillas (Fig. 5), culminaría en la construcción de su alcázar sevillano, el citado Palacio del rey don Pedro, con el que buscaría visualizar, a través de la adopción de una arquitectura emblemática, la supremacía del poder regio en el marco del proceso de centralización del poder por parte de la corona. 

Fig. 5. Fachada del palacio de Pedro I de Castilla. Monasterio de Santa Clara. Tercer cuarto del siglo XIV. Tordesillas (Valladolid). Wikipedia Commoms.

Con el asesinato de Pedro I en Montiel en 1369 a manos de su medio hermano Enrique II (1369-1379), desapareció, al menos, momentáneamente, una manera de concebir las relaciones del poder real con la nobleza. Sin embargo, el legado de Pedro I en el ámbito artístico estaría llamado a tener un papel principal hasta fines de la Edad Media entre los reyes de la nueva dinastía. Tenemos buenos ejemplos de ello en los proyectos del palacio real de León, la capilla real y la puerta del Perdón de la catedral de Córdoba, las actuaciones en los alcázares de Madrid, Murcia, Segovia o Valladolid, el pabellón de caza de Miraflores en Burgos o la capilla de Reyes Nuevos de la catedral de Toledo. 

Pero este legado no solo pasó a convertirse en patrimonio de la realeza Trastámara, sino también de esa nobleza que había acompañado a la nueva dinastía en su conquista del trono, como mostrarían las distintas iniciativas artísticas que, a imitación de las nuevas empresas regias, desarrollarían a partir de la década de 1370 linajes como los Enríquez, los Velasco, los Estúñiga, los Tovar, los Mendoza, los Guzmán, los Ponce de León, los Fonseca o los Acuña. 

Fig. 6. Modelo la qubba en el salón de Embajadores. Reales Alcázares de Sevilla. Sevilla. Siglos XIV-XV. Wikipedia Commoms.

En todo este proceso de adopción de modelos andalusíes en el ámbito palatino castellano hubieron de pesar distintos aspectos. En primer lugar, el aspecto visual, vinculado a la incorporación de ricas armaduras de madera, de yeserías o de azulejería, complementadas por el uso de alfombras. En segundo lugar, el simbolismo de algunas fórmulas arquitectónicas, particularmente el carácter centralizado de la qubba, es decir, la estructura constituida por una sala cuadrada cubierta por una cúpula o un techo de paños inclinados (Fig. 6), cuya dimensión cósmica sería puesta de relieve por el Libro de la miseria del omne (primera mitad del siglo xiv) al describir la torre construida por el rey persa Cosroes:

“Fizo torre de argent e, a grandes maraviellas / en somo, çielo de oro todo pintado de estrellas; / las strellas resplandeçían como fuesen candelas, / desende puso ý el sol e la luna cerca ellas”

Jaime Cuesta Serrano (ed.), Libro de la miseria de omne, Madrid, Ediciones Cátedra, 2012, p. 127, c. 181.

En tercer lugar, los aspectos funcionales, atendiendo al probable interés práctico que podían ofrecer, al menos, dos manifestaciones de origen andalusí. Por un lado, el modelo de sala rectangular con alcobas en los extremos, que quizá revestiría un interés particular para el desarrollo de ciertos rituales regios, gracias a su capacidad para establecer una jerarquización simbólica y funcional entre el espacio central y los espacios contiguos. Por otro lado, el modelo de pasadizo sobreelevado que aparece en algunos palacios reales y nobiliarios castellanos, probable derivación de los conocidos como sâbâtâ andalusíes, presentes, por ejemplo, en Córdoba o en Sevilla. Estos pasadizos, empleados para conectar espacios religiosos y residenciales, no solo tenían una evidente ventaja funcional, sino también simbólica, en tanto que manifestarían los estrechos vínculos existentes entre poder y sacralidad.

Todo ello vino a definir una realeza que, aunque ideológica y ritualmente se había conformado sobre modelos formulados por las monarquías cristianas occidentales, no renunciaría a la incorporación de ciertas pautas culturales que podríamos denominar genéricamente como islámicas a nivel suntuario, ritual y doméstico. Pautas a medio camino entre visiones globales, compartidas por los restantes poderes medievales del Mediterráneo, y percepciones regionales, vinculadas al propio desarrollo ibérico y a los procesos culturales operados en el territorio peninsular, capaces de definir formas y modelos de representación que llegarían a ser percibidos por los visitantes extranjeros como expresiones propias de la realidad del poder en Castilla.

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